Sobrevolar el ayer para entender el hoy. Recorrer la tristeza de los selfies. Los renglones de fantasía que tanto me retratan. Las estancias de los trastos que acumulan polvo. Nada olvido y sobrevolar es solo releer lo memorizado. Releer para nada olvidar. Releer y retorcer los renglones malditos. Lo maldito se marca a fuego. Fuego que impedirá el más mínimo atisbo de nuevo tropiezo.
Hoy el frío me desordena. Días de otoñal verano. Fenecen gradualmente los soles largos. Pero no solo es el tiempo. También me duelo en los personajes que mueren. Me duelo ante los cadáveres de los que ya no quiero. Ante los traidores que tenían la llave de mi casa. Ante los que con agrias cuitas me robaban el alma. No hay lagrimas para ellos, solo el discurso del desahogo. Solo la letanía de daños, con la que conjuro al olvido. Sin chinas en los zapatos, volveré mañana a caminar erguido.
Son un lastre los recuerdos, cuando no se tiene techo, cuando se muda mucho de techo, cuando se está siempre de viaje. Ligero sin cargas camino. Ligero incluso de amigos.
Con los primeros fríos. Las primeras perdidas. Nubarrones de septiembre. Tormentas de inflexión. Mañana lloraré lo que he perdido hoy. Hoy lloraré lo que ayer perdí.
La belleza llana y simple del cabujón. Es en la transparencia donde se mide pureza. Donde el reflejo de la luz. En la superficie sin bordes. No encuentra precipicios. Alma encerrada en cárcel sin rejas.
Palpito herético de mano de viento. Beso en la nuca en la alcoba fría. Asignaturas pendientes que se aprueban tarde. Cuando ya nada es suave y el hálito no es fresco. Madrastra que nos atormenta. Paseándonos por el vértigo de los precipicios. Añoro el ayer pero no sabe a hoy. Las salas expoliadas hablan de olvido. En el hangar de las camas que se oxidan y duermen. Ya no hay ningún grito.
Sabes muy bien porque son rojas mis palabras. Sabes muy bien que nacen de un corazón herido. Sabes muy bien que las vomito bañadas de sangre. Sabes muy bien que tengo un corazón diligente. Y sabes muy bien que se aceleran con el dolor sus latidos. Rápido en piedades es mi pulso. Es febril como por ti perdí el sentido.
Son los secretos a voces, los más amparados por los zarzales. Alambradas de espinos que impiden apresar al dante y tomante. Negocios sucios a plena luz, pero con todas las luces compradas. Unta a muchos y quedarás impune.
El temor agarrota, pero la mayor parte de las veces protege. Ser temeroso fondo inmóvil es no ser presa. Y quien se salva puede cambiar de bando y señor. La historia la escribe el cauto, aunque el artífice es el osado. El temor es el secreto del longevo. La gallardía es amiga del chisporreteante breve.