sábado, 2 de septiembre de 2017

Tau, el negro pingón


Tau, era un negro pingón que llegó de Los Arenales, llegó porque el hambre no entiende de reglas, llegó porque huir de la penuria no tiene normas. Llegó de la mano del Alfeñique, del frágil terremoto de Angelin, que con el correr de los años terminaría controlando el mercado de los opiáceos, en las tabernas del puerto.
Tau, cuando llegó era un ebúrneo Apolo, era un soberbio y broncíneo David.
Nada más llegar sació su hambre de forma holgada con el vicio, no erá nada difícil vender aquella magnífica talla de tensión y tersura, aquella sonrisa inmaculada, aquella candidez de adolescente de extremidades enormes y verga descomunal, ingente.
Pronto se corrieron sus talentos y también pronto fue retirado del mercado, fue apartado del vulgar manoseo.
Don Gaspar de Leguineche, se prendó de él, nada más verlo, nada más probar el dulzor de su vergón de ébano. El gobernador era un degenerado pudiente, era un degenerado de palco en el Teatro Imperial, de los bancos de alante en las misas de la Catedral del Carmen, era el Gobernador de la clasista Arrianápolis.
Don Gaspar estaba casado con la atormentada y excéntrica Marquesa de Zarcero, Pi
luca Utiel.

Las Suertes Malditas


A la muerte de Don Álvaro, el patrimonio de los Utiel se reducía a Las Suertes Malditas, una finca de 277 hectáreas en el paraje de los eriales, una finca que debía su nombre a una oquedad volcánica en la que en tiempos de los indígenas se realizaban hecatombes y más recientemente rituales satánicos y aquelarres. Estos últimos no eran consentidos por los Marqueses de Zarcero, pero clandestinamente se congregaban para conjurar a Belcebú en aquella amplia cámara volcánica inundada por los vapores de azufre que emanaba el averno. La sala maldita ya había sido objeto de estudio y excavación por parte del abuelo de Piluca y para dar fe de esas campañas, las vitrinas de caoba, atestadas de cráneos trepanados, que había en la galería de los indígenas del Museo de Historia de Arrianápolis.

Tapias de cristal


"Con qué frivolidad juzga el memo, la versatilidad del supino. Hay tapias muy altal, que son de cristal y a través de ellas, sólo se puede ver y envidiar." 
Irsia Carolain Sprimbol

Leones entre hienas


Narrador de infiernos, que el tonto envidia como cielos.
El cielo no es interesante, es sólo fatídica calma.
Sin oleaje no hay tormentas, no hay pasión.
Montaña rusa de tormentos, de crestas y baches.
Sólo la ebriedad nos hace saborear la tortura.
Paladear el zahino borde del lecho.
Morir en el éxtasis del laberinto.
Sufrir perdidos y perdiendo.
Angosto pasillo donde se rozan los cuerpos que no quieren sentir el invierno.
Viviremos el torrente de la escorrentía con la carísima velocidad de un Dios.
Es aburrido lo predecible, el martilleo de los segundos, el gozne marcado, los días iguales.
El amor entre iguales en solemnidad y miseria.
Vivir para narrar y envejecer muy veloz, sintiendo que el tiempo no es cantidad, sino furia.
Salvaje pulsión que nada embrida y los narcóticos catalizadores aceleran.
Días de gloria sin apenas noche.
Noches de luces chisporroteantes y cuerpos de niebla.
Vivir sintiendo que se muere y que ningún tesoro al más allá, uno se lleva.
Narrador de trayectorias de asteroides, de cometas que manchan, de sibilas de los augures, que en los altares de la dipsomanía, escudriñan las vísceras de las novísimas presas.
Gacelas entre leones, leones entre hienas.

Pareidolias en las manchas de la vida


Con fortuna o sin fortuna, vivir genera manchas.
Y los expertos en pareidolias, las en ávidos de encontrar, en el insano husmear, buscan inasumibles y escondidas taras.
Somos lienzos malditos que se corrompen en los desvanes de nuestras enjalbegadas casas.
Retratos sin acicalar que guardamos bajo setenta llaves.
Altillo que trastorna y tilda, todo bajo cubierta, bajo los mil potingues que hacen cómica nuestra patética cara.
Irsia, Yoransel, Hosky, Jacoba, Dervik, fantasmas del aquelarre de mi conciencia.
Luces de las espeluznantes sombras que me habitan.
Me habita el invierno.
Me habita el infierno.
Me escapo del drama exprimiento trastornos, viviendo una vida trastornada.
El oleaje moja mis tobillos y yo herido por el nido de buitres de mi cabeza, sueño con eternas ruinas de pulcrísimo mármol de olvido, de erosión, de riada.

La ruina


"Es tan larga la vida de las bellas ruinas, que al construir ese debería ser nuestro único norte, la novedad es tan efímera, tan falaz, tan llena de aduladores fieles de lo último, del traje inexistente del Emperador......"
Irsia Carolain Sprimbol

Lluvia caprichosa


El grifo gotea incesante, robando segundos al silencio.
La parra herida de agosto, es un esqueleto.
Devastador es el estío y su estela de males de raso.
Abocados al otoño, los gorriones se vuelven indolentes.
Los limones verdes con nada compiten, solo su esplendor luce en las ramas.
El tiempo escapa, mal contado por los artilugios que inventa el hombre, para perder en malas cuentas el agua de la vida.
Somos devaneo inútil, lío absurdo, somos espera que nada logra y se desespera, pensando que el azar hará pasar el deseado río, por nuestra puerta.
Lluvia caprichosa que hiriente lamas el mármol suave y le das la pátina del verdín de la desidia.

viernes, 1 de septiembre de 2017

Incendios en alta mar


La proximidad genera chispas.
La cercanía es abrasadora candela.
Somos faros, que provocan incendios en la bravura de alta mar.

Sin cordura, sin cordeles


La cordura nos aleja de la genialidad.
Locos que solo pueden hablar con locos.
Desarraigados de las manecillas del reloj.
Estrellas que no miden el tiempo.
Visionarios sin oro, que buscan la riqueza de lo intangible.
Brazos abiertos para abrazar y que no dan a basto a despedir.
Islas deshabitadas donde bulle el desorden.
Mundos de estrecheces que se zafa de envarar mantecas.
Vuela el ligero y a vista de pájaro abarca el mundo el espíritu desliado.
Ave lira sin cordeles.

Velortos de caridad


Presumir de anchuras destapa la fisura de nuestras estrecheces.
Loros que comen cacahuetes y pregonan comer caviar.
Es cuestión de pocos huevos y de confundir las huevas.
Casas altas de lóbregas bodegas.
En la alcoba de la partera nacen los velortos.
Se envara la bastarda con las arracadas prestadas de la traicionada señora.
Servir para fingir, fingir que no se ha servido.
Vida fruto del vicio y de la caridad del sencillo.
Sencillamente se conduce el llano.
Más lo escabroso que nació torcido, habla de finuras y del llano abolengo que nunca tuvo.
Era de los martires, martires de la apariencia.
Criollas de quincalla que nada brillan, sino de pacotilla.
Cree el escuerzo en su osadía, que tapa el circo su pringue de sin valentia.
Frutos de querindonga que a la puerta de la iglesia esperan mancebía.

jueves, 31 de agosto de 2017

Diana de Gales


Los cuentos no existen.
Los príncipes roncan.
Los príncipes no son buenos amantes.
No es rentable amar al príncipe.
La felicidad no existe, solo es un instante que enseguida se corrompe.
La princesa se desconsuela porque la vida no es rosa.
Porque no es sencilla, porque sencillamente su candidez empalaga.
Es el vértigo de la fortuna, su cara oscura, su hiel.
Diana de perdigones, de dardos envenenados, de modales acartonados y de tríos que hielan.
Somos el coraje con el que nos vestimos, las palabras que embridamos y el corcel desbocada al que nos follamos.
Somos besos someros, somos vulgar necesidad, somos miasma y corona.
Sangre roja que la caricia sincera inflama.
Somos calentura y despiadada venganza.
Somos partida perdida, en la que buscando ganar, perdemos la vida.
Vértigo de placeres, vértigo de placebos, de gominolas, brillantes y golosinas.
Nadie nos querrá como queremos.
Y la altura confundirá los amores.
Y no será placentera la gélida peana, ni la pesada diadema, ni el acerado brillo del diamante o la seda salvaje que estrangula.
Nudo sin amantes, amantes sin nudos.
Oriente fatídico que todo lo vende y profana.
Príncipes que salen rana.
Ranas que nunca, tras los besos narcóticos, devendrán en nada.
El alma no tiene bordes.
Pero si tiene bordes la cama.

Polvo eterno


Atesoro belleza con la esperanza de trascender.
Con el anhelo de empapado de gloria no diluirme en el río cruel de la vida.
Acumulo herencias, tesoros que los heredipetas arrancan de las lívidas manos, al ser altísimo que feneció.
Efímera es la tierra, eterno el polvo.
Somos los tesoros que se dispersan tras nuestro obito.
Somos el príncipe que altivo, nada dispersa de lo que se le lego.

martes, 29 de agosto de 2017

Amor sin besos


Que puede sentir la mano entumecida.
La mano que cansada de caricias se abandona en el letargo.
Es esquiva la suavidad.
Es cruel retratando arrugas.
Torre soberbia que con su altivez hace más calamitosa la ruina.
Amor urgente que no busca besos.

El cielo de plomo


Se derrumba el cielo de plomo, sin ninguna majestad.
Torrencialidad que acarcava con ira las descarnadas laderas.
Sin raíces el reino se pierde.
Nada cincha el fértil limo.
Nadie embrida la transparente fiereza.

lunes, 28 de agosto de 2017

Lejos, muy lejos no habita el olvido


Seres irracionales y muy poco humanos, son con excesiva frecuencia los hombres. Nada ricos en piedades y prontos a la cólera.
Difícil atisbar cultura en una sociedad que se ahoga en las necesidades superfluas, cuando el ser instruido, lo primero que aprende es a mantener a raya la necesidad. Solo uno es libre necesitando poco, con muy pocos apegos y sintiendo en todo, lo provisionales y efímeros que son los estados.
Sucumbe la masa con demasiada frecuencia al teatro insalubre de quien la pastorea, de los creadores de rentables necesidades, de los generadores de filias y fobias.
Perdemos nuestra vida realizando labores ingratas, malvendiendo nuestro tiempo para comprar superficialidad, no es vida vivir esclavizado por las cadenas del consumo, no es vida vivir una existencia trazada, y no por las estrellas, sino por el ansia de un vil mercader.
Rotura la humanidad, marabunta irreflexiva que a su paso todo destruye, lo rotura y lo corrompe con su progresión geométrica, con su marea voraz, de bocas y necesidades inoculadas, con sus desigualdades y zonaciones, con su cortoplacismo y su necedad.
De qué sirve ser preclaro en un mundo de sombras y oscuros intereses, sólo sirve para aislarse en los confines donde el ruido llega atenuado, donde los estertores de la agonía, llegan en la torrencialidad de las primaveras, en los veranos de fuego, en los inviernos de deshielo y en el otoño de la caduca humanidad.
Lejos, muy lejos no habita el olvido, sólo habita el narcótico silencio del que, sabiendo la verdad, se ve forzado a callar.