Lo vivido siempre pesa,
pero a pesar del peso
y la tendencia a referenciar,
continuamos presos y vivos,
y aunque de distinto modo,
uno tiene que vivir y sentir,
y no dejarse atenazar por la ñoñez y el ridiculo,
porque estas son percecciones más externas, que internas.
Vivir y amar es una abrupta cima,
con sus dos vertientes,
la de solana y la de umbría,
ambas son cara y cruz de una misma cúspide,
y vivir es soportarlas ambas.
Tus preciosas palabras,
retratan añoranza,
un imposible retorno,
y unos sentimientos,
que por primigenios,
son imposibles de transportar al hoy curtido de nuestro presente,
nada vuelve y todo lo atesorado martiriza.
Pero eso no quiere decir,
que en el presente,
no esté esperándonos con los brazos abiertos,
un nuevo amor crucial.
Las rutinas nos salvan,
pero tambien nos esclavizan y atan,
a una comodidad de paz,
de meando dormido,
pero esa calma,
también embalsan en el pantano del comedimiento,
nuestra otoñal primavera,
esa primavera que despierta cuando nos sentimos pánfilos
y esquivando la convención y el corset de lo impuesto,
no nos importa mostrar
que la floración resquebraja
la plástica frialdad sintética de nuestra autonegación.
No se consigue la plaza que no se asedia,
no se gana la batalla que no se da,
no hay erupción
si uno se niega ser volcan.
Todo en su tiempo,
todo con su furia,
todo en su contexto
y sin obsesionarse en referenciar.
Si el alma se queda ciega,
el alma aprende a leer a través del tacto,
el alma, corazón mío,
no se esfuma
hasta que el corazón, se para.