finas líneas
que contienen
el brío
de mi sangre,
caudal carmesí
que tu roce
desboca.
Me hiere
la lanza
de tu verbo
y no sangro,
la dolorosa
hemorragia
contengo.
Armado
con la inculcada
norma,
que me impide
mostrar
en publico
mis fisuras.
Mostrar
las heridas
de tu desdén,
el desprecio
de tu mirada,
que me castiga
por el mero
capricho
de probar
mi fidelidad,
mi esclavo
vasallaje.
Y mi
contención
insolente,
impasiva,
te altera.
Y la derrota
de tu hiel,
acentúa
tu aguijoneo,
que busca
mi sangre.
Pero el ejercito
de mis normas
recorre
sin descanso
mis adarves
y frena
toda fisura,
toda debilidad,
toda visible
derrota.
Y tú,
sin mi sangre
mueres.
Porque
en tus reglas
no hay victoria
sin heridas,
que mortalmente
sangren.