Me cimbrea la codicia cuando la veo pavonearse por la Calle Ancha, cuando encaramada sobre sus finos tacones vuela libre, con esa libertad que yo mil veces he soñado y nunca he sido capaz de poner en pie.
Me mata su almizclado olor, el olor a su madre, ese olor fuerte, a hembra recia e incansable. La Rubia, siempre se puso las habladurías por montera, siempre salió a la calle fresca y provocativa, diciendo sin decirlo:
- Aquí estoy, me follo a todos vuestros maridos. No me tengáis pena, porque lo hago por dinero. Y me gasto esos cuartos que les saco, sin pedir permiso a nadie, en lo que quiero.
Me cimbrea la envidia cuando veo a Tonino, pavonearse por la calle y entre aspavientos cortar el aire.
Cuando veo, como se lo comen con la mirada hasta los más píos, cuando sus largas piernas enfundadas en unas medias de cristal provocan celos en todas las mujeres.
Su madre, era un portento de carnes prietas, de lengua desenredada, de gracejo, de carnalidad.
Tonino, creció a sus faldas, correteando por los pasillos de La Pista. Creció entre las zalamerías de los que allí iban a gastarse el dinero. Creció entre los caprichos con los que lo consentían las otras chicas.
Tonino, creció entre ellas, como una de ellas, creció salvaje, creció visceral. Nadie reprimió nada en él, nadie podó en él, aquella androginia, aquella elegante cadencia, aquella chispa. Mientras se enharinaba de polvos de arroz, se iba enharinando de vicio, de la audacia de su madre, de su frívolo contoneo, de su sensual arrebato.
La Rubia, nunca prestó demasiada atención a su vástago, al bastardo de Don Lucas de Haro. Y así fue, como se crió libérrimo, al calor de los fogones de Marcela y entre los saltos de cama y los marabús de las niñas del burdel. Alejado de todos los de su edad, siempre metido en las conversaciones de los mayores, viendo natural el fornicio y las particulares perversiones de los clientes más adinerados. Se crió sin moral, sin bridas, sin freno. Y nunca nadie le dijo que no debía ser amanerado, que no debía vestir con aquellos trapos, ni jugar a seducir a los clientes del lupanar de su madre. Nunca tuvo un referente paterno al que imitar, y plagio y remedo el fulaneo de unas y otras, y sobre todo las malas mañas de Marcela.
Todo transcurrió de modo rodado, y a los catorce años hizo sus primeros pinitos en las artes remuneradas del amor, claro está, de espaldas a su madre, y con la única complicidad de la sórdida Marcela, que se sacaba su pequeña comisión, silenciando y amparando aquellas transacciones. En aquella brecha de mercado, donde no tenia competencia en el lupanar. Él, era el único virginal, gracioso y amanerado infante, y aunque pareciese insólito, su carne tersa tenía más demanda de la imaginada y eso forzaba a Marcela y a Tonino, a tomar mil cautelas y para que no llegara a oídos de su madre, que existía un nuevo cuarto en la casa, el dormitorio de Marcela ubicado entre la cocina y la despensa, pared con pared con el hogar donde se calentaban los pucheros para alimentar a las chicas de La Pista. Un nuevo catre, donde Tonino se iba curtiendo en las artes de los vicio, en el arte de sacar tajada de las desviaciones de sus amantes, de engatusar a sus clientes.