domingo, 3 de junio de 2018

Siempre tras todo está el tiempo


Las palabras tienen su tiempo, nacen en las horas, en la acometida de furia del violento segundo.
Son palabras son tiempo, son palabras con su aire o son palabras agobiadas nacidas en abigarrados lechos.
Palabras atinadas, nacidas de las estrecheces o engendradas en las holguras.
La métrica del discurso y su contexto y su pretexto, sin todo eso, poco se entiende el sentido del pendón, que bravo ondea en la torre del solar o en la plaza de armas de la ciudadela.
Debemos rastrear el origen de la arenga, el primer precursor de la soflama, el beneficiario de la calumnia. Tras las palabras está el interés, está el humano y su corte de taras, miedos y defectos.
Las palabras son teselas, con su cromática y lugar, coordenadas precisas que si se alteran nos hablan con imprecisión.
Sólo el necio desordena textos, y lanzando los escritos es al viento y leyéndolos al voleo, cree entender o ajusta su mal entendimiento a las palabras alborotadas, que ordena, tras recogerlas del lodazal del suelo, con su burdo y atormentado ingenio.

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