viernes, 29 de junio de 2018
El Barrio de Convites
Gudena no tuvo ningún problema en amamantar a Ger y a Fausto, el hijo póstumo de Don Fausto de Azaba. El hijo de La Chalota, que enviudó ochenta y tres días después de desposarse, con el rico tendero, con Fausto, hijo de Fausto y nieto de Fausto.
Los Faustos, como los llamaban en San Pablo de Veragua, eran una rica y huraña saga de tenderos que llevaban generaciones acumulando patrimonio, pero sin sucumbir a la pedantería y al engreimiento, que produce el dinero cuando se te sube a la cabeza. Eran muy ricos pero vivían en su casa de siempre, con las comodidades de siempre y relacionándose nada, como habían hecho siempre. Eran autosuficientes, fieles y muy conservadores, jamás hicieron ostentación de nada, siempre habitaron La Casa Colorá, como la llamaba todo el mundo en San Pablo, una casa grande con terreno alrededor, en el barrio nuevo de comerciantes, en el barrio donde vivían los tenderos de siempre. Un barrio que surgió como lugar de segundas residencias. En el siglo pasado estaba a las afueras de la urbe, en una zona de pinares, de bosque abierto de pinos piñoneros, que con sus copas redondeadas daban sombra a la suave orografía de la zona, a sus pastizales. En ese paraje comenzaron a construir casas aisladas, los enriquecidos, para compensar el hacinamiento en el que vivían en la Calle Real de Tiendas, donde estaban casi todos los negocios de San Pablo. Calle de casas de solares estrechos y profundos, y construcciones muy verticales. Casas en las que no quedaba claro donde terminaba el negocio y empezaba el hogar. Por esa razón, muy pronto los pudientes, los que podían y se casaban y emparentaban entre ellos, comenzaron a levantar sus segundas casas, casas en las que celebraban sus bodas, sus bautizos, sus pedidas de mano, sus conquistas. Por eso, pronto el pueblo comenzó a llamarlo Barrio de Convites, nombre que dura hasta hoy.
Con el correr de los años y con el adoquinado y ensanchado del camino de las Lomas, toponímico del adehesado paraje donde estaba el Barrio de Convites, los tenderos dejaron de vivir encima de sus negocios y talleres, y terminaron morando de forma exclusiva entre los pinos de Las Lomas. Fue un cambio en su estatus social, que no en sus hábitos y costumbres.
En el Barrio de Convites había una treintena de casas, construidas en unas parcelas de al menos dos hectáreas, separadas unas de otras por muros de piedra seca. Los arrabales de San Pablo, fueron creciendo y rodeando Las Lomas, enquistando el pinar y sus treinta casas, escenificando aun más la zonación social.
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