domingo, 3 de junio de 2018
Marlene Dietrich
La luz cenital, esa que nos baña cayendo del cielo, de unas alturas que muy pocos son los llamados a habitar.
Piel de ángel, de camaleónica tersura, de subyugante finura.
Sólo la belleza nos hace principes, nos hace principales, nos yergue en los secarrales de la osada imperfección.
La luz delatora, que a la perfección acaricia y por ella se desliza, regando de caricia la piel de seda, del tildado por natura, con el brillo celeste de la estelaridad.
Primeros e insoportables primeros planos, planos cortísimos, que retratan cacarañas en los rostros con los que nadie sueña.
Primerísimos primeros planos, que sólo soportan las pieles de nácar de las reinas.
La luz regada desde el cielo produce el ensueño de nimbar divas con piel de angel, de nimbar la nivea suavidad del cordero que en la mirada tiene cautivo el fuego de la fiera. Bellas que trasciende el plano e infecta el alma del expectante, del indolente, que disfruta de la lluvia de luz que incendia la belleza felina de las grandes damas.
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