El odio nunca lo alberga el ganador, el primero.
Son los ignorantes los que odian; lo desconocido, lo por conocer, lo que no abarcan, lo que no entienden, lo que les supera...
El odio es siempre una falta de respeto, que encierra una no asimilada derrota, un no conseguido trofeo y envidiado hasta extremos enfermizos en las manos de otro, el odiado.
El empático y benevolente no odia odia el egoísta, en su trastorno de desear con ansia desmedida lo logrado y ganado por otros, que muchas veces es muy poco e incluso nada.
Odiar es no ser feliz con la vida que te ha tocado en suerte y en la que todos tenemos un amplio margen de maniobra.
Las cosas importantes son las más difíciles de ver.
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