domingo, 29 de julio de 2018

Un fogonazo de luz


Antes de que la vida se acabe hay un fogonazo de luz. Así fue su último día, un domingo de claridad meridiana. El capellán de la roca, le llevo la comunión tras la misa y rezó un Padrenuestro con él.
Fausto ocupaba una habitación en la segunda planta de aquella fortaleza que lamia insistentemente el mar, la ventana colgaba sobre el precipicio de rocas en el que ritmica y tenazmente rompían las olas, las cortinas descorridas permiten que el mar e incluso su olor, entrarán en la habitación. Mucha luz, muchísima luz bañaba la habitación y forzaba a las febriles pupilas de Fausto a hacerse chiquititas, a hacerse minúsculas, muy pequeñas, puntitos negros en el mar de su verde y acuosa mirada.
Esa mañana no estaba Fermina, sólo de vez en cuando entraba en la sala la enfermera, la Señorita Catania, que vigilaba el ritmo del gotero y el efecto de los antipiréticos, pues sin saber la causa de la fiebre difícilmente se podía actuar contra ella, sólo contra aquel fuego interior que consumía al joven Fausto.
En Villa Colorá, Benita, intranquila ya había llamado tres veces al sanatorio roqueño donde trataban a su esposo. Tres veces en las que le habían dicho que todo seguía igual. La Chalota ,esperaba y se desesperaba cerca del teléfono, por si Don Ireneo la hacía partícipe de alguna buena nueva o le permitía ir a ver a su marido.
Los últimos instantes de la vida de un hombre nos confunden. Bañado de luz y con una luz interna intensa e inusual, Fausto pidió que llamaran a Don Baltasar, el cura que le bautizó, el cura de casa, el cura del Carmen, lo llamó para sin ser consciente despedirse, para desde la inconsciencia dar sus últimas órdenes.
Catania fue quien transmitió la orden por teléfono, llamó al colegio del Carmen, al internado, para que comunicaran al párroco, que si era posible tras la misa de las once, viniera a visitar a Don Fausto de Azaba.

lunes, 23 de julio de 2018

Ireneo Maldon


Ireneo Maldon era el médico de los Faustos, él fue quien dio la voz de alarma sobre el repentino estado, sobre el riesgo de que aquel mal fuera contagioso, él fue quien con el asesoramiento del Hospital del Arcángel San Rafael, decidió y convenció a Fausto para que se internara en el islote de los apestados. Don Ireneo vio que el malestar del morador de Villa Colorá, entrañaba peligro, aunque ni en el peor de los supuestos que se le pasaron por su cabeza esa tarde, en ninguno imaginó tan fatal desenlace.
El Doctor Maldon, que había tratado a Fausto desde niño, se alarmó con la fiebre tan alta de Fausto, con sus vómitos, con las ulceraciones de su boca. Benita estaba embarazada, esperando un hijo, por esa razón se marcó un protocolo muy estricto, para evitar contagios. Y porque a pesar del ánimo del Señor Azaba, el extraño y pestilente olor de sus vómitos, obligaba a ser drástico y alarmista con las medidas a adoptar.
Fausto no dejó de tener fiebre en ningún momento, a pesar de los antipiréticos, sólo los paños empapados en agua fría y los baños estabilizaban su temperatura. Los síntomas hacian pensar en una infección, pero también en un envenenamiento, todo era extraño, por esas razones y por cautela se le internó en el islote de las infecciones, islote en el que se le podía controlar y le podían atender los médicos que trataban los casos extremos que terminaban enclaustrados allí, en aquel sanatorio de enfermedades infecciosas.
Fausto, hizo su último viaje vivo, en la barcaza del hospital, hizo su último viaje aturdido por la fiebre y con la hidratación en vena. A su lado fue Fermina, porque a Benita le prohibió Don Ireneo ir con él.
Sólo tres días estuvo allí, tres días en los que Fausto animaba a quien se le acercaba, pues pensaba que él iba a salir ileso y en breve de allí.

domingo, 22 de julio de 2018

Confitera


Qué lejos estaban los tiempos de Confitera. Que lejos quedaban los Valles de Ribera, las inundadas tierras de los Iruña.
Confitera, nació el mismo día que vino al mundo María Luisa, Melquiades la cuido hasta que de vieja se cayó de un puente y murió ahogada. Confitera era una vaca corniveleta, negra azabache, hija de Perdiguero, el toro que mató a Samuel.Quedaban muy lejos aquellos años en los que tenian tierras y apellido, tiempos en los que los Iruña de Garay-Monegro eran alguien en San Pablo de Veragua, eran alguien en la almendra de la clasista urbe.
La Rica, rememoraba esos tiempos con demasiada frecuencia, los rememoraba en la logia de su palacio de la calle Conde de Wren. Los rememoraba con los ojos vidriosos, consciente de que con ella se cerraba un capítulo de la historia de su ciudad. Articulaba en voz alta sus recuerdos entre las blancas sabanas de los nuevos moradores de la que fue la gloriosa y linajuda casa de su sangre.

sábado, 21 de julio de 2018

Benita Postuero


A Benita, la llamaban La Chalota, por su tono de piel entre rosado y morado como esos bulbos tan usados para aderezar carnes en la ciudad de San Pablo. Fue un mote que le pusieron en el Colegio del Carmen. La bautizó así, Sor Amadora, la renombro de ese modo porque parecía congestionada, porque el tono violáceo de su piel le sugirió esa poco cristiana maldad, que corrió como pólvora primero en el aula y luego por todo el Carmen, y con el correr de los años terminaría por imponerse en toda la ciudad.
A Benita nunca le gusto que a sus espaldas la llamaran de ese modo tan popular y despectivo, sobre todo por que ya su piel no era tan sonrosada o violácea, los polvos de arroz hacían que fuera muy blanco su rostro, en el que titilaban sus ojos de color ámbar y sus finos labios rojizos.
Benita, siempre pensó que perdía el tiempo, que no era dueña de su suerte y que su capacidad para aceptar era su mayor talento. Cuando era una niña siempre obedecía, cuando era una adolescente sólo obedecía, cuando se casó o la casaron, obedecía. Pero ahora que era viuda, no tenía a quien obedecer y se refugiaba en la rutina, en los hábitos conocidos, en los horarios y la costumbre, que era una forma de obedecer. Así heredó las tareas de su marido, para dejarse mandar por los objetivos perseguidos por Fausto, por el norte de sus días, por sus negocios y sus cuentas en la Calle Real.
Benita tras el bachiller estudió contabilidad, en la Escuela de Administración. Los tenderos son así, preparan a sus vástagos para asumir las riendas de las empresas de la familia. Los números se le daban bien, eran predecibles, metódicos, tenían su orden y ayudaban a tenerlo todo bajo control, de ellos dimanaban las órdenes, ganar dinero tenía su metodología, sumar. restar, multiplicar, dividir y anotarlo todo.

martes, 17 de julio de 2018

El Fuerte de la Peste


El futuro es nuestro, fueron sus últimas palabras en el Fuerte de la Peste. Nunca creyó que moriría, y menos aún en aquel sanatorio roqueño y rodeado de mar, en el que en contra de su voluntad, le obligaron a ingresar para curarse. Fausto ni por atisbo imagino que era grave su dolencia, tenía sólo 30 años, se había casado hacía unos meses, ni por asomo imaginaba que pudiera enfermar.
Todo fue muy rápido y esa inconsciencia era la que le daba fuerza para seguir hasta en el lecho de muerte construyendo futuro.
Fausto y La Chalota se casaron en primavera, en la Iglesia del Carmen, en un domingo luminoso, la acompañó al altar su hermano Venancio, que era quien había pactado el matrimonio de Benita con Fausto de Azaba. Nadie ese día podia presagiar lo efimera que seria esa unión, el desenlace de ese amor forzado, de esa unión de capitales. Benita nunca imaginó ser amada de un modo tan breve.
En el Fuerte de Dolientes o el fuerte de la Peste, los que entraban, raras veces salían, allí trataban las dolencias raras, las enfermedades que presuponían aislamiento, todas las dolencias virulentas y que entrañaban riesgo de contagio. Por eso Fausto fue recluido allí, en la tercera planta del navío de ladrillo rojo, de aquel hospital inhóspito construido en un pequeño islote de la bahía.
El edificio se construyo en el siglo pasado, para ilusamente creer que se podía aislar en aquel roqueño islote el mal e impedir que se propagara, con demasiada frecuencia los primeros infectados eran los médicos y enfermeras, ellos eran los morían, incluso antes que algunos enfermos. Todo esto magnífico su leyenda maldita, la leyenda de que quien entraba allí ya no salia. Era una mole rodeada de mar y con la única forma de acceder a ella que a través del mar y por la única puerta que se abría en sus altísimos muros. Sólo se podía entrar por aquella puerta a aquel fortificado sanatorio, del que pocos salían y del que muchos solo salían despues de ser incinerados en el propio recinto hospitalario. Ese no fue el caso de Don Fausto de Azaba y Velmar, sería por las influencias de Venancio o por la raigambre y fortuna de las dos familias, Fausto salió de allí, con los pies por delante pero salió sin incinerar. Cinco días estuvo con vida en el Sanatorio maldito, y al sexto salió después de que lo fregaron bien fregado con formol, después de que lo lavaran por dentro con lavativas. Salió por la única puerta que podía salir, salió dentro de un cajón de zinc, y en la barcaza donde lo cargaron lo esperaba Venancio. Él acompaño hasta La Casa Colorá, y allí lo sacaron del aséptico cajón y lo depositaron en una cama, desnudo como vino al mundo, indefenso, inerme, pálido y Fermina con amor de madre, lo aseo y lo vistió, para poderlo velar en la intimidad de la finca, lejos del ruido y a salvo de los que en el Sanatorio de la Peste habían ultrajado su cuerpo y precipitado su muerte.


lunes, 16 de julio de 2018

El aburrido menos


"No hay nada más importante para mi, que todo lo superfluo. Detesto lo necesario, detesto lo sencillo, detesto todo lo predecible. Y hago esfuerzos sobrehumanos, por rodearme de inutilidades y tildantes artilugios extravagantes, que me salvan del aburrido menos, que siempre es menos."
Irsia Carolain Sprimbol

domingo, 15 de julio de 2018

La Rica


Maria Luisa, La Rica, como la llamaban todos en San Pablo de Veragua, aunque hacía mucho tiempo que había dejado de ser hacendada. La Rica que conservaba intacto su porte, poseía un muy menguado patrimonio, en el que destacaba su palacete palladiano del Risco de Infantes y su casa solariega en la calle Conde de Wren, casona  muy deteriorada y que La Rica, había convertido en la fuente principal de sus menguantes ingresos, al dividirla y alquilarla por cuartos a familias de obreros y funcionarios municipales, que tenían la posibilidad de vivir en el centro, en aquel edificio de altos techos y paredes repletas de frescos, en aquellas logias en las que ahora ondeaban las blancas sábanas de las coladas tendidas por los humildes, por los nuevos moradores del palacio de los Iruña de Garay-Monegros.
Los desvelos de María Luisa Iruña de Garay-Monegros estaban centrados en mantener el esplendor de su casa de verano, el Palacete del Risco, esplendor que a pesar de sus esfuerzos también languidecía, languidecía como ella, heredera sin herederos, heredera con raquítica heredad.
Los Iruña, comenzaron su declive hace ya muchos años, cuando el abuelo visionario, gastó gran parte su fortuna en La Casa de la Luz, como llamaban a la fábrica de corriente eléctrica, fábrica que Melquíades Iruña construyó en La Peña del Águila, en el salto de agua de La Cervigona. El proyecto terminó siendo un éxito, pero la alegría duró poco, pues a los diez años de que Melquíades culminará su empresa, el Caudillo construyó un gran pantano en los Llanos del Oeste, inundando el Valle de Riberas, las mejores tierras de Los Iruña, que a pesar de que les fueron indemnizadas, fue un golpe patrimonial del que nunca se repusieron, el dinero se esfuma de las manos y los saltos de la gran presa arruinaron La Cervigona y la posibilidad de que La Casa de la Luz amortizara la inversión que Melquíades había metido en su puesta en marcha. Sin fincas y con una fábrica de luz que ya casi no servía para nada, pues se había quedado sin salto de agua. El Caudillo y su Gran Presa, se lo habían robado, con aquel pantano que también se había tragado las tierras de la familia.
Así fue como comenzó el declive de Los Iruña de Garay-Monegros. El dinero de la indemnización, el temeroso de Calixto, no lo invirtió. Y Melquíades, tras la ruina de La Cervigona, se trastornó y se encerró en los cuartos altos de la Casa de Conde de Wren y se comenzó a diluirse en aquel monacal aislamiento, en aquel emparedarse en vida, en aquellos desvanes, a los que se le subía la comida como si se tratara de un preso.

Bilis negra


Los infernales amores, son irrefrenable atracción de sicofantes.
Los amores de sombra y hojarasca son pudridero y letrina.
Son muladar, corrobla de hienas.
Amigos de las siniestras artes, cuerpos deformes que se complacen en el morapio.
Odres henchidos de infectas ideas.
Sin ideales todo se desparrama, se deshorma.
Pellejos que revienta la bilis negra.

domingo, 8 de julio de 2018

Fermina


Fermina era la más antigua de las criadas. Fermina entró en la casa con treinta y cinco años, y ahora tenía setenta y cinco. Ella crió al Señorito Fausto, y ella fue la que le puso la mortaja, la camisa azul, con sus gemelos de oro y nácar, su corbata verde con anclas y el traje gris de raya diplomática, fue ella la que lo peino y le rasuro la barba, ella fue quien besándolo en la frente, cerró los ojos del niño grande, que era el Señorito Fausto de Azaba y Vélmar.
Fermina entró en la casa cuando murieron sus padres, los cuidó abnegadamente para tras el óbito de su madre que sobrevivió a su padre sólo seis meses. ser echada a la calle, ser echada de la casa familiar, de un puntapié, por su hermano Jacinto El Recio, como le llamaban en la pedanía de San Benito de la Contienda. La forzó a abandonarlo todo y la dejó sin nada. Así fue como llegó a La Casa Colorá, después de haber sido recogida por Don Braulio, el cura de San Benito. Así llegó, para servir o continuar sirviendo, pero ahora cobrando, porque hasta ese momento, había servido en su casa, a todos, pero sin recibir ningún salario. Desde el día que entró al servicio de Los Faustos, se lo dejo bien claro a Doña Micaela Vélmar, La Fausta, que si ella moría antes que su hermano, su familia de su sudor no tenía que recibir nada. Y así se lo dejó escrito en un testamento ológrafo, que guardaba Don Braulio, que de sus cuartos, a su sangre no quería que llegara nada.

sábado, 7 de julio de 2018

Los cálculos y las cuentas del amor


De las catástrofes surge la vida, la nueva vida. Y eso era, a pesar de las adversidades vividas, Fausto para Benita, Fausto de Azaba Postuero de Robledillo, era un delicado infante que había burlado a la muerte, gracias al ama de cría, gracias a Gudena, gracias a su calor y a la suerte, porque toda sucesión de acontecimientos que en un momento dado nos son favorables, es sólo eso, suerte.
El destino nos roba, pero con la mano izquierda nos da. Benita había tenido que asumir casi sin rechistar todo lo que la vida le había querido deparar. Los Postueros, no sólo eran tenderos, comerciantes de telas que traían de La Gran Capital, también tenían en el Puerto de Colindres, unos almacenes de repuestos para barcos pesqueros y un pequeño taller para calafatear, con doce empleados. También tenían tres naves, que dedicaban a la pesca de la sardina, al cangrejo, al sábalo, al jurel, todos sin adentrarse demasiado en el mar, pues con la riqueza del banco de las costas de San Pablo no había necesidad. Los Postueros tenían más capital que los Faustos, pero no se perdía estatus, era un matrimonio conveniente. Y Fausto de Azaba era hijo único y no iba a tener que repartir lo que tenían, con nadie. Mientras que Benita tenía dos hermanos, Martín y Venancio, este último era el que gestionaba desde el almacén del muelle, el patrimonio Postuero de Robledillo. Como veis nada en la acumulación de fortuna se dejaba al azar. Los cálculos y las cuentas se aplicaban también al amor

jueves, 5 de julio de 2018

Dimas


Dimas, era el chofer de los Faustos, él también vivía en Villa Colorá, su habitación estaba cerca de la cocina, cerca de las alcobas de las tres criadas. Dimas, desde que llegó el día de San Bertol a la casa, la nieta de la Crisanta, la miraba goloso, consciente de su poderío de macho, de su viril furia sin competencia, en aquella casa de mujeres.
Dimas era chico para casi todo, aunque su tarea principal era conducir el auto para llevar a Doña Benita, a San Pablo todas las mañanas, a los negocios que tenían los Faustos en la Calle Real de Tiendas.
Eran los negocios los que mantenían distraída y ajena a las catástrofes encadenadas a Doña Benita. Catástrofes que habían acontecido a los moradores de la Casa Colorá, a la casta de los Faustos. Benita, a pesar de los malos tragos, poco a nada se ausentaba de su oscuro despacho en el inmueble número 13 de la Calle de Tiendas, sobre todo desde que Fausto se fue, de un día para otro, sin síntoma alguno de que padecía algún mal. Fausto se evaporó dejándola encinta y ella se agarró a lo único que tenía, a los números, a las cuentas de su marido, a su oscuro despacho, al número 13 de la calle de los tenderos.

lunes, 2 de julio de 2018

Contener


Es imposible amordazar el amor. embridar la cólera, ocultar el tormento.
Se puede fingir, pero es agotador contener e impedir el alivio de la tensión.

Profanar tumbas


Las reglas posibilitan la convivencia, los límites la preservan, no todo es posible y no decir que no a tiempo, supone ser avasallado por quien se cree con todos los derechos y ninguna de las obligaciones.
El sectarismo marca el liberticidio, el considerar que una vez preservado nuestro amplificado derecho de parte, poco importa el del que disiente o no piensa igual.
Siempre hemos vivido en la contienda de bandos, siempre en el tablero de la vida se ha competido por el poder, guerras de reinos, guerras intestinas para lograr reinar. Iguales que tras medirse tienen tratos diferentes, los míos, los tuyos y la ingente masa de volubles peones que está enmedio.
Los nuevos faraones intentan eliminar escudos de la inamovible historia, borrar hazañas, cambiar calles, profanar las tumbas de los próceres patrios que no les hacían gracias. Quemar bibliotecas y ametrallar en plaza pública al que no jalea la consigna del grupo hoy imperante. Borar para poder imponer la ignorancia y borrar las ignominias de nuestra casta.
Ya los franceses en 1801 profanaron las tumbas de los Reyes Católicos en Granada, las profanaron y con sus despojos hicieron chanzas. No hay nada nuevo bajo el sol, y el invasor suele aventar cenizas patrias pensando que borrará de ese pueblo sus hazañas.
Vivimos tiempos de fanatismos, de soflamas y arengas que reclaman para la parte, favores que niegan al contrincante. Y así es imposible jugar, las reglas del tablero son precisas e impiden que uno abuse al intentar vencer, pues en resumidas cuentas todo es competitividad, competitividad que desde tiempos ancestrales está escrita de modo indeleble en nuestro ADN, códigos de los que nada nos hemos alejado, pues nuestra Cultura Occidental, en cada nueva generación que nace, tiene que volver a sembrar, a abonar, a regar ese legado, pues sin plantar la semilla del respeto se desanda todo el progreso y el estado de la solidaridad, que nos da entidad como civilización se aventa, para dejar paso al erial tiranicida del que subyuga con las malas mañas.

domingo, 1 de julio de 2018

El infierno


El miedo ejerce posesión, nuestras almas son energía y la energía mueve el mundo. Satán existe y ejerce su poder apoderándose de almas. El infierno está en las primeras filas, en la presión que impone la prevalencia. Nacidos para brillar a toda costa, incluso a costa de vender el inmortal espíritu. La vida terrena es un fogonazo, no es ni un segundo en la eternidad.

Apenas dos kilómetros y medio


Apenas dos kilómetros y medio separaban la casa de Milagros Maqueda y la Villa Colorá de Doña Benita Postuero. Apenas una enorme recta adoquinada, que atravesaba el Arrabal y se adentraba en los pinares. Pero la distancia mayor, es que eran dos mundos, dos esferas que se rozan, pero no se mezclan. En el Arrabal todos comían del mismo plato, se podía correr por las calles de barro y arena, las manos iban y venían a todas partes, sin pasar por el agua. Aquí en la Casa de los Faustos, nada se tocaba sin lavarse, incluso algunas cosas se tocaban con guantes, con unos guantes blancos de algodón, que impedían manchar y dejar huellas. Dos mundos, uno el abandonado y el otro el nuevo, el que estaba comenzando a disfrutar.
Gudena, llevaba sintiendo o preparándose para el cambio, no para la radical fortuna que estaba experimentando, para lo que sabía que ocurriría tras parir a su bastardo, ella ya sabía que nada volvería a ser igual que antes.
Desde que llegó, como ama de cría a la finca, no le faltó de nada, salvo la libertad de correr por las calles y por los arenales, le faltaban las escapadas a los establos y sentir el agua salada y el sol de la playa.
Estar morena, a partir de su entrada en la casa era vulgar. Quemaron sus harapos limpios de Aceituno Maqueda y le dieron un uniforme almidonado que solo dejaba ver sus manos y sus tobillos. La nueva clase basaba su estrategia en no mostrar nada, en no enseñar nada de piel.