Aun recuerdo el brioso corcel
que cabalgaba en tu pecho.
Nos diluimos en los párrafos
que nunca nos atrevimos a narrar.
Nos hacemos invisibles
cuando nos acartona el tiempo.
Nos volvemos huraños
tras los trágicos zarpazos.
Es el sino de un corazón
que bombea arena,
arena que se escapa
de entre las manos.
Manos resecos sarmientos,
que ayer fueron parra fecunda.
Nos hacemos pobres
y nos volvemos invisibles.
El labriego mercar nos borra
porque ya no construimos proezas.
Pobres olvidados,
viejos arrinconados,
que esperan la última misa
con la que los despedirán.