la cima 
de reír, 
llega
el valle 
de llorar. 
A veces, 
muy pocas veces, 
casi nunca, 
somos conscientes 
de que los ojos 
del mundo 
filman 
nuestros traspiés.
El rival 
agazapado
los observa 
y busca 
en nuestra actuación 
los errores 
con los que 
nos va 
a ametrallar. 
Sonrío, 
aunque 
mi interior 
está anegado 
y ya no puede 
embalsar más. 
Ten cuidado 
y mimetízate 
con la fiesta 
del mundo, 
con su banalidad.
Sólo quien 
se esconde 
en el banco 
de dorados 
y acicalados 
peces, 
que bulliciosos 
por las calles 
rinden tributo 
al labriego mercar, 
sobreviven 
para 
en el último 
segundo 
rodar, 
a la fosa fría, 
que quizás, 
sólo quizás 
nos abra 
la puerta 
de la eternidad.  
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