sábado, 8 de julio de 2017
Argimiro
Argimiro era el progenitor de La Repu, nada más llegar de Los Pujos, su mujer La Nazaria Melo, lo abandonó, lo echó a la calle, lo sacó a empellones del cuchitril que habían alquilado encima del economato de pobres. La Nazaria se libró del infeliz marido, que uso para salir de Los Pujos y del infierno de la casa de su padre, Damián el Culebra. Se libró de él porque era un obstáculo para ejercer el oficio más antiguo y rentable, oficio en el que ella ya estaba bastante curtida, oficio con el que preveía en el Barrio Ruso medrar.
La Repu apenas tenía un año cuando Nazaria largo a su padre y lo abocó a la vida de tragos y vagabundeo que llevaría hasta el fin de sus días en la Caleta de los Cangrejeros.
Cesáreo Bellosol
Cesáreo Bellosol nació protegido, pero no mimado. La soledad es la madre del rendimiento intelectual, en los cuartos altos del almacén de sus padres solía jugar con sus amenazados juguetes, solía leer e imaginar, solía divagar sobre las lecciones de arte, literatura o filosofía de Don Porfirio. Rendían más las clases en el despacho de la casa del excéntrico profesor, cada alumno en su hora o hora y media de clase recibía toda la atención de aquel maestro de todo, empático y suspicaz, que sabía dar con la clave del interés hasta de los muchachos más díscolos y despistados.
Bellosol veía el mundo con las claves de Don Porfirio, veía los edificios con las claves de estilo y veía a través de las ménsulas, rocallas, dinteles, o jambas, el cifrado poder de quien habitaba aquella casa. Bellosol veía más allá de la carcasa y superficie de las cosas y se sumergía en la profundidad de las aguas de una sociedad aparentemente somera.
La Repugnancia
El sol estaba en su cenit y La Repugnancia se asolanaba en una de las terrazas de su palacete, en la calle donde vivían las mantenidas, aunque a ella no la mantenía nadie, se mantenía ella sola con las rentas del plazo dijo que tenía en el Banco Central, es la suerte la que la hizo rica después de una vida de calamidades. Era acaudalada, pero poco fina y elegante, era la vulgar Marquesa de Torrezno como la llamaban en los mentideros del abasto cuando con brisa y tufo verdulero iba a comprar.
Se torraba al sol como una venenosa lagarta, mientras alternaba sorbos de coñac con grageas de sales de litio, que se agenciaba en la botica de Los Dolientes. No estaba de moda broncearse pero en ella nada iba a la moda, a pesar de sus intentos de seguir las directrices de estilo de Bárbara Pimentel de Castelflorit.
La Repu
No hay nada más infecto que la dentellada de un varano, así era el juego sucio de intoxicar las calles con libelos. Para eso servía La Repu, para calumniar y difamar a quien se opusiera a los intereses mezquinos y particulares de la casta Portiño. Desoficiada y sin otro oficio que cacarear calle arriba y calle abajo, y cruzar los puentes y adentrarse donde ni siquiera era bien recibida, pero su nulo pudor y su nula conciencia de su estulticia hacían de ella el ariete perfecto pues nada la paraba en barras. La Repugnancia aquella mañana había acudido a un velorio principal donde no había sido convidada, pero allí de vulgar luto riguroso se presentó, con un ramito de gerberas y gladiolos con una cinta que rezaba " El Ayuntamiento de Arrianápolis se suma al dolor de esta irreparable pérdida." sin reparo se abrió paso taconeando metalicamente, sobre el enlosado en damero de negro basalto y blanco mármol, y a los pies del catafalco lo colocó de forma preeminente, desando tres pasos y se acomodo en uno de los sillones dispuestos para velar al finado.
Vivir prismatico
"Es tan bello vivir equivocado, buscar el ángulo más obtuso, caminar por el mundo con la pose más complicada. Para que hacer de la vida algo fácil con lo prismático que es lo enrevesado."
Irsia Carolain Sprimbol
Piluca
Sentada en la galería de emplomados y multicolores cristales hacía solitarios Piluca, la sombra de la araucaria iba avanzando como las horas en un reloj y en las mesas limones con clavo para ahuyentar las moscas.
La Gobernadora se desahogaba en las cábalas de las cartas, en un azar que favorecía o dificultaba el éxito.
Le martilleaban las sienes las palabras de Remedios, la premonición que brotaba de leer unas manchas de humedad que habían salido en el salón. Se encadenarán las desgracias, el cuerpo frágil colgará como un péndulo hasta que se separe la cabeza del tronco y deje de marcar los días, que serán años, los años que vivirá el Gobernador.
Remedios Tomé
Remedios Tomé, era una iluminada, era una sensitiva, era una joven que vivía en el más allá de Arrianápolis, era una disputada médium que lo mismo leía manchas, que los posos del café, o tiraba los cauris o te predecía el futuro con su manoseado tarot. Remedios, hablaba desde muy chinija con los muertos y a través de los trances que la poseían, comunicaba a las familias las últimas voluntades del finado, así como los asuntos que habían dejado pendientes y les impedían descansar en paz.
Remedios, vivía en el Barrio intramuros de San José. Era el barrio de los pobres de siempre, el barrio donde vivía el servicio de los palacios y casonas de la ciudadela, donde vivían los de los oficios antiguos, antes de que el crecimiento desbordada los barrancos y crecieran los nuevos asentamientos de los arenales y de los huertos del oeste, donde hoy están los palacetes de los nuevos ricos y sus amplios jardines. Vivía en una casa de tres plantas, de la familia Cambrelen, vivía a cambio de leerles las humedades y el caliche del patio de la casona que tenían en la plaza de San Fermín, a través de esas humedades hablaba Águeda de Cambrelen, madre de Aurorita y Peregrina Lemos que no tomaban ninguna decisión sin oír por boca de Remedios, las órdenes de su madre desde el más allá.
La Cala de los Canguejos
Otro nuevo sol brotaba del firmamento de mar. En la Cala de los Cangrejeros ya no se paseaban las Parcas, había sido otro aviso más, este más directo y helador que los anteriores, pero seguro que sería igual de desoído, Argimiro entumecido, tras tres días con sus noches bebiendo sólo un poco de agua y sorbiendo algunos bígaros para poder luchar contra la inanición de estar postrado, volvía del letargo. El sol se filtraba por las palmas de la caseta y calentaba la humedad de sudor y sal del cuerpo macilento del viejo pescador.
Otro día le regalaba la Virgen del Carmen, a ella se encomendaba en los malos tragos y a ella tenía que agradecer está nueva salvación.
No fue rápido incorporarse, salir del hoyo del camastro, ponerse en pie y salir a la rojiza luz del amanecer. Se acercó Argimiro a la orilla y se lavó la cara, las manos, las axilas con el agua que rompía espumosa en las porosas y negras lavas. Se lavó y despertó otra vez a la realidad de su vida de escaseces y soledad.
El hierro de lo hermoso
Las reses perfectas son bellisimas.
Reses marcadas con el hierro de lo hermoso.
Nombradas por su brillante talla.
Gemas raras en un mundo aborregado.
Pulidos cantos de suavidad y destellos.
Apetecibles premios.
La belleza no gana la guerra.
Pero es rapiñada si se pierde.
Y disfruta, si todo se confabula, el botín del éxito.
Karar Nushi
La belleza duele,
la belleza abre puertas,
pero también abre la puerta del infierno,
la puerta de la envidia,
de los celos.
En la belleza está el placer,
está el gozo,
en su tersura anida el amor,
pero de igual modo enraiza el desasosiego
y el estigma de la incomprensión.
La belleza es caduca,
es histriónica,
es distante.
Mariposas llamativas,
que revolotean inconscientes
en los zarzales
donde habita el alacrán.
viernes, 7 de julio de 2017
Silvar
Ser, sin tenerte, es devastador.
Siesta de opiáceos, que no frena la inevitable vigilia.
Si yo no creyera en ti, no me acariciaría tu mano.
Silva el viento, con el verbo infinito del placer de la carne.
Devastador
Me gustaría habitar el infierno que habitas tú.
Morir con tu muerte.
Acariciar el infortunio sin llorar por ti.
Llamas en el pecho
Camino con el sol dentro.
Con las entrañas alumbradas.
Con mil luciérnagas latiendo en mi pecho.
Con la cárcel torácica abierta en canal.
La bella reticula
La belleza sigue parámetros aprendidos.
Son alambicados los procesos para conseguir belleza.
Estándares malditos que generan fieras.
Colores de guerra con los que nuestra piel sueña.
Sonreír en la desdicha ofende
No hay nada más contaminante, que la profanación del silencio por parte de las palabras mezquinas.
Banderas de polución que incendiarias ondean en el aire.
Hiere la claridad las arteras mañas del arrebatado de infierno.
Sin suavidad y sin dulzura labra el arador de la sarna.
Pupilo de Belcebú, que se nutre regando aflicciones.
En los márgenes del camino del prudente, se embosca la envidia del criminal.
Sonreír en la desdicha al malhechor ofende.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)