Y las alas del otoño llegaron y se desplegaron sobre el valle, y su sombra trajo el frío, el viento que convierte las lágrimas es bella escarcha.
Los príncipes nunca lloran, su ojos ya son de escarcha, de gélido azul.
Mirame y dime, que no sientes su pérdida, que estas alas sólo traen tiniebla.
Si mi custodio quisiera disipar tormentos, si el batir de sus blancas alas, dispersara a los cuervos negros.
El musgos se despereza en la tapia del cementerio, y espera a los nuevos lutos, que se sumarán a los viejos.