domingo, 24 de enero de 2021

Huyo


Huyo de la serenidad 
buscando tormentas, 
naufragios, 
incendios.
Fuerzo estados de ánimo, 
me desordeno, 
buscando romperme 
en mil pedazos, 
para recomponerme 
bajo una nueva forma, 
intentando mudar 
un ser que se ahorma 
a cualquier coraza.
Me impregno 
de los olores de otros, 
me impregno, 
pero nunca lo suficiente.
Nada mancha,
ni opaca 
mi anacarado oriente.
Busco traspasarme 
con la espada de la locura 
y enredo con los cortantes filos 
de mil cristales.
Me desangro, 
más no muero, 
y los nuevos soles 
reclaman su sacrificio, 
y yo, obediente devoto, 
me inmolo en el altar 
de los lupanares.
Prohibidos placeres, 
que me acarcaban  
y descarnan.
 
Huyo de mi, y nunca consigo dejarme atrás, 


viernes, 22 de enero de 2021

Aliviar

 


Brilla el sol en el horizonte emborronado de niebla, 
siempre nos aferramos a ese resquicio de luz 
en las mañanas frías del desánimo, 
cuando saturados de tristeza 
comenzamos a aliviar ese dolor 
con el llanto. 
Nada pesa tanto como las lagrimas,
nada libera tanto como derramarlas.

jueves, 21 de enero de 2021

Ernesto Correveredas


Ernesto Correveredas, sentía el dulzor y la picazón en sus labios, abrasados por los juegos del placer, por la barba áspera y densa de Julián. Nunca deberíamos necesitar permiso para amar, necesitar el beneplácito social y familiar para esas transacciones de placer, juegos abrasadores que escapan a todo discernimiento. 
Los Correveredas habían nacido con aquel pueblucho, eran de los de allí de siempre, no se entendía la historia de Torseco de Zarza, si ellos. Banco en la primera fila, reclinatorios en la puerta de la epístola, altares con su heráldica, casa blasonada y fincas dispersas por todo el termino, amen de estar emparentados con lo poco granado de la villa.
El vicio, elige por nosotros, escoge sin tener en cuenta rango y alcurnia, los besos más sublimes nacen en los arrabales, bocas carnosas que solo deberían abrirse para ser receptáculos de placer.
Julián Costa, era hijo de Mauricia Coín, casada con El Costa, como llamaban a Melitón, un pescador muy sarasa, que el pueblo sabia que no era el padre de ninguno de los hijos de La Mauri que llevaban el apellido Costa. Mauricia era una mujer ancha, despachada y sabrosa, de risa fácil y boca grande, una mujer que tras enviudar con tres hijos del fanfarrón de Fabián Zote, se casó con Melitón. 
El Zote, era un hombrón, brabucón y pendenciero que desfloro y preño a La Mauri, cuando tenia sólo dieciséis años y que la desposó, tras ver que el churumbel era clavadito a él y cuando ya había preñado a La Coín, de nuevo.
El Zote, le dio muy mala vida a Mauricia, por eso siempre se sospecho que el trastazo en la cabeza que se lo llevo al otro barrio, se lo dio ella, harta de tanta golpiza y de estar encerrada en casa. Cuando alguien marginal como El Zote, se muere, poco o nada se investiga, y eso hizo el sargento, cerrar el caso considerando que el golpe fue accidental, algo que también corroboraron el medico y el juez, Don Fausto Correveredas Mendieta,  
Y es entonces, cuando el circulo se cierra, y el primogénito de Don Fausto, Ernesto Correveredas, se prenda del recio Julián, el de La Mauricia, de su barba negra, de su duro pecho, del pedernal de sus brazos y sus piernas, de su parco discurso, de sus ojos de color miel y de su olor a mareas, se trastorna con sus mugidos y con sus embestidas, se enamora y se revuelca con él en la arena. 

miércoles, 20 de enero de 2021

No soy tu Rey


Acaricio las espinas de tu piel 
y en mi herida lengua, 
florecen palabras de amor.
Buscan mis labios 
la rima de tus suspiros, 
el herido gemido 
que siembra el placentero dolor.
Mi ansia se encabrita 
y desbocadas 
mis manos 
sin auriga, 
rinden con locura 
tus inexpugnables baluartes.
No soy tu Rey, 
más tu boca 
así me proclama, 
y yo me entrego 
a la ilusión 
de tan grato reinado 
y tan febril poseer.

Corto


En el barro 
de las últimas lluvias 
garabateo promesas, 
porque sé que las voy a traicionar.
Abrázame muy fuerte 
que no soy de fiar.
Amárrame muy corto
que te puedo engañar.






martes, 19 de enero de 2021

Libre, solo y vacío


Con su mano izquierda, le cerro los ojos, mientras su mano derecha seguía empeñada sobre su pecho, en sentir el latido ya inexistente de su corazón. Las despedidas saben a niebla y a hiel.
Sebastián, sentía como se desangraba por dentro, no por perder a su madre, sino porque perdía el referente para seguir allí, para seguir aguantando aquel infierno. El abismo se abría ante él, el vértigo de un horizonte fatal e irremediable. Aquella noche fue enorme, negra, inmensa. Pero tras la deflagración, uno se recompone, tras llorar un océano, tras perder la tersura, la sonrisa, el brillo, uno, aunque tarde se levanta.
Era libre, torturadoramente libre, tristemente ajado pero estaba desatado. Era libre, estaba solo y vacío, y ansiaba sacrificarse por aquel placer que siempre se había negado, por aquella pulsión que clamaba, a pesar de estar encerrada bajo siete llaves, con indómitas voces.

Eternidades


No temo la cornada, 
temo a la mano suave, 
que con zalamerías me doblega.
No temo la franqueza,
temo tropezar 
con la falsa moneda, 
con la promiscuidad 
de quien eternidades promete 
y se revuelca con cualquiera.

Muere la piel


Muere la piel 
que nadie acaricia.
Muere el azul 
en la noche.
Y la suave brisa 
se pierde 
en el huracán.
No soy de nadie, 
y sólo me debo 
a la limosna 
de un febril beso.
La templanza 
me pierde 
en este transcurrir tranquilo, 
que es esta meandrinosa calma, 
de aguas sin bravura.
Hace mucho tiempo 
que no se pierden 
mis dedos 
en la negrura 
del bosque 
de tu pecho. 
Hace mucho tiempo
que mis yemas
no recorren 
la desordenada caligrafía 
de tu piel,
garabatos azules, 
palabras cripticas 
de tu cólera, 
de tus filias, 
de tus fobias.
Hace mucho tiempo
que mi palma
no busca
la serpiente 
que se enrosca 
al calor 
de tu bajo vientre.

Hago aros de humo
mientras suspiro por ti.
 

sábado, 16 de enero de 2021

Fina e intrascendente


Todo no puede ser elevado, trascendente, importante.
La felicidad es muy prosaica, es una lluvia fina e intrascendente, que nos empapa sin darnos cuenta y nos fortalece para afrontar traspiés.

Busco


Busco en los precipicios de la altitud, 
el aire cálido que asciende del frescor del llano.
Busco en el vértigo la bravura domeñada.
Asciendo en la cumbre de aire purísimo
añorando el verde intenso de la hierva del llano.
Asciendo para rodar, así son las cúspides, 
rozar el cielo para después dejarse caer.
Caer en la eternidad del olvido, 
del reposo eterno bajo la fresca tierra del llano.

Mi palma abierta


Busco 
con mi palma abierta 
su pecho, 
busco 
el martirio 
de su corazón, 
busco 
sentir su galope 
y sincronizar 
mi pecho 
en unísono trote.
Mi palma 
busca 
acariciar 
el corcel 
desbocado 
encerrado 
en la cárcel 
de su pecho, 
el corcel 
que brama 
al unísono, 
que galopa 
ya hermanado 
al mío.
Es mi mano, 
el auriga, 
de los dos corceles. 
Es mi palma 
la que mece 
la partitura 
de una música 
tan sacra.

Desvalimiento


Es su desvalimiento 
lo que me atrae, 
su delgadez, 
su descuido, 
esa extraña sonrisa 
en la que sus ojos 
no sonríen. 
Seguramente es más fuerte 
de lo que trasmite 
su fachada de fragilidad, 
está más curtido, 
domado por la vida. 
Hay vidas muy cortas, 
que son muy intensas.
Hay intensidades 
que atraviesan cables muy finos, 
y los abrasan 
para siempre, 
Con esa intensidad
me atrae
su desvalimiento,
su altura, 
la gelidez 
de su aún, 
inexplorada testa.

lunes, 11 de enero de 2021

El denso follaje


El deseo es lineal, pero la hipocresía fuerza, a esta embalsada furia, a transcurrir por cauces meandrinosos. 
De este modo en los recodos, en los trayectos abandonados, en las curvas angostas, es donde el placer se desinhibe, se libera y desordena, en una torrencialidad y urgencia que no necesita palabras, solo mugidos e indicaciones bravas. 
Despertar a este oculto cosmos, requiere dominar unos códigos, practicar unas reglas, asimilar las leyes de esa trastienda de sexo rápido a la luz de la luna. 
Traspasado el umbral iniciático, uno, ya forma parte de este martirologio, uno, entra en la asamblea, en la grey de los proscritos, de los seguidores del culto a los placeres prohibidos, de la culebrina ansia, del fuego que crepita en las entrañas buscando la sombra, el follaje denso, el mullido lecho de hojarasca.  
Mistérica religión es amar iguales y no querer reconocer que los amas.
 

Se desdibuja el lomo de la tierra que nos cubre


El tiempo engulle recuerdos, 
devora memorias, 
esparce olvido.
Son sólo las obras 
diseminadas por nuestra existencia 
las que sobreviven algo más.
Loco empeño 
es querer preservar 
de la carcoma los legados, 
de la frágil memoria de los afectos, 
que con presteza 
se recomponen de nuestra ausencia 
y rinden jactanciosa cuenta 
de nuestros pequeños tesoros.
Se pierde el camino, 
se desdibuja 
el lomo de la tierra 
que nos cubre 
y una vez enrasado 
el terreno, 
ya para nadie existimos, 
ni las letras sobre el mármol, 
fijan eternamente nuestro nombre, 
ni los dígitos 
de nuestro corriente óbito. 
Partimos de este mundo 
para desaparecer, 
para ser sólo 
grano de arena sin nombre 
en la enorme playa 
del olvido.

Príncipe de mis tinieblas


Es muy fácil hacer locuras 
cuando nos anega y encharca el amor.
Mece la pasión 
mil desvaríos 
y fuerza a transitar 
ignotos caminos.
Empapados del brío 
que da tan loco empeño, 
cruzamos abismos 
y rodamos por precipicios, 
recomponiéndonos a la fatalidad
con un solo y único suspiro.
Dime, 
Príncipe de mis tinieblas, 
que me amas 
y supeditare toda mi existencia 
a tu amor.