se hunde
en el olvido.
Cuando uno,
pierde el presente.
Y pierde los vínculos
con los afectos.
Cuando uno,
ya no reconoce,
ni distingue,
la mano amiga,
de la zarpa.
Y ya,
no somos conscientes
ni de nuestra
insignificancia.
Sólo los perros fieles,
soportan ese desdén,
ese cruel olvido,
ese inintencionado desprecio,
que es ahogarse
y fenecer
en el miasma
que es no saber
ni quienes
éramos,
somos,
hemos sido.