María Dolores Pradera, no es sólo voz, es empaque, clase, estelaridad.
Preeminencia indiscutible, bello aire, tormento de poemas que brotaban de tu cárcel torácica, heridos por tu sensibilidad de Ángel.
Vivimos tiempos urgentes, más tú viviste con vaporosa calma, con el grácil contoneo de tu apostura sin estridencias.
Suavidad con la justa furia, fuerza de seda.
Fina estampa de verbo claro, de mujer que ahora vive libre al margen del tiempo.
Fina estampa de mujer desprendida a la que ya no le importa nada.
Porque puedes ya ahora, abrazar a tu madre, sin reclamar un rosario testigo del dolor que genera la ausencia y por el que tú, renunciaste a todo lo demás.
Las Grandes Divas nunca se desvanecen en la niebla, son faros que orientan, torres de celebridad erigidas con el tesón, con el trabajo de una clase innata, con la pulcritud de quien se sabe digno y no necesita aderezos estridentes para rendir en la soledad de la arida escena.
No te puedo decir, cuando vivas conmigo, porque conmigo ya vives, en esa eternidad que es la memoria, único tesoro que nos viste, cuando en el infinito de la celestialidad nos vuelve a abrazar nuestra madre.
Perder es triste, pero a ti nadie te ha perdido, sólo has finiquitado tu estancia en este mundo, después de dejar en él, la indeleble huella de tu grácil y exquisita fragancia.