lunes, 4 de septiembre de 2017

Fenecer y poco más


Los robles, heridos de agosto, agotados por el calor amarillean.
Sol de septiembre que empiezas cobrándote piezas.
Peones que en los márgenes esperaban el invierno.
Las parras pierden sus hojas y las avispas liban su fruto.
Vuelve el frío, vuelve sigiloso, hiriendo discretamente con su caducidad.
Ciclos de una partida eterna, que la vida siempre pierde.
Nadie se desespera ante las irremisibles jugadas.
El la lógica del tablero, avanzar para matar, comer, vivir y ser presos la de la programada obsolescencia de una creación que cuenta primaveras, para fenecer y poco más.

Sansirolé


Suele herir el eterno mármol, al necio, al sansirolé.
Al que no soporta la proeza, que jamás brotará de sus manos.
Al alcahuete perdigón, que festivo se arremolina, vestido de alfeñique, en el atrio.
Tiempos de tizones y de brasas que ahuman las estancias lóbregas, que encuentran calor en el humo tóxico del chisme.
Abrazados a Santos de lodo, a la serpentinata y estranguladora hiedra.
Somos lo que pedimos, somos el Santo, al que la satisfacción de nuestros vicios encomendamos.
Aquelarres de creidos, que en torno al macho cabrío de Barrabás, ofician misas negras.
Todo se puede aventar, pero jamás se pierde el tufo a miseria del encopetado jergón.

Vulgar pacotilla es la desdicha


Las desdichas son herrumbre, vulgar pacotilla.
Que confundidas entre las alhajas, orinan valía y majestad.
La catástrofe es un mazazo, pero nunca es el fin.
No hay éxito sin tragedia.
Hay éxito si sabes discriminar.
Nadie guarda cizaña en el granero.
Las desdichas se queman en el erial.

domingo, 3 de septiembre de 2017

Asumirse es el 90% del éxito


Los caminos no son fruto de un pueril instante.
El cuerpo es un templo que la insensatez no debe profanar.
Jugamos a orientarnos.
Nacemos con oriente.
En un Occidente de bonanza.
En un Occidente insatisfecho que inocula insatisfacción.
En un aprisco que juega a confundir.
Que empuja a tomar decisiones irreversibles.
Con lo fácil que es jugar a pintar y luego borrar.
A poner y luego quitar.
Reasignados que no encuentran el placer, en la cárcel que es el nuevo cuerpo.
Niños forzados a asesinar su ingenuidad.
Tipificadores de trastornos que están trastornados.
Forzados por los nuevos corset, a sentirse algo que quizás no son y nunca serán.
Infantes a los que se les impide de forma sana madurar.
A los que se les trastoca el tierno cuerpo, que aún no ha decidido cómo crecer.
Trastornos de adultos, que la infancia quieren trastocar.
Asumirse es el 90% del éxito.
Niños a los que les robamos que desde la mayoría de edad se pueden retocar.

Gacelas Thomson


Los primeros en caer son los infantes.
Los que aún no han trazado su senda.
Los que animados por la mano pródiga, transitan el precipicio del éxtasis.
Mano pródiga en falsas bondades, en cumbres desde las que rodar.
Saltos mortales sin red, de los que muy pocos salen ilesos.
Coronados por los barbitúricos, caminan los Reyes.
Reyes del asfalto y el arrabal.
Gacelas thomson.
Reyes de las letrinas y las orillas del orin.
Príncipes de coronas de papier mâché.
Manos que acarician los bellos, los cadáveres del amanecer.
Cadáveres que el camión de la basura recogerá al despuntar el alba.
Todo es efímero, todo cansa y el placer se agota raudo.
Sobre todo se extingue en las fauces del voraz.
Del que engulle con ansia, polos de nata y fresa, precipitando su caducidad.

sábado, 2 de septiembre de 2017

Tau, el negro pingón


Tau, era un negro pingón que llegó de Los Arenales, llegó porque el hambre no entiende de reglas, llegó porque huir de la penuria no tiene normas. Llegó de la mano del Alfeñique, del frágil terremoto de Angelin, que con el correr de los años terminaría controlando el mercado de los opiáceos, en las tabernas del puerto.
Tau, cuando llegó era un ebúrneo Apolo, era un soberbio y broncíneo David.
Nada más llegar sació su hambre de forma holgada con el vicio, no erá nada difícil vender aquella magnífica talla de tensión y tersura, aquella sonrisa inmaculada, aquella candidez de adolescente de extremidades enormes y verga descomunal, ingente.
Pronto se corrieron sus talentos y también pronto fue retirado del mercado, fue apartado del vulgar manoseo.
Don Gaspar de Leguineche, se prendó de él, nada más verlo, nada más probar el dulzor de su vergón de ébano. El gobernador era un degenerado pudiente, era un degenerado de palco en el Teatro Imperial, de los bancos de alante en las misas de la Catedral del Carmen, era el Gobernador de la clasista Arrianápolis.
Don Gaspar estaba casado con la atormentada y excéntrica Marquesa de Zarcero, Pi
luca Utiel.

Las Suertes Malditas


A la muerte de Don Álvaro, el patrimonio de los Utiel se reducía a Las Suertes Malditas, una finca de 277 hectáreas en el paraje de los eriales, una finca que debía su nombre a una oquedad volcánica en la que en tiempos de los indígenas se realizaban hecatombes y más recientemente rituales satánicos y aquelarres. Estos últimos no eran consentidos por los Marqueses de Zarcero, pero clandestinamente se congregaban para conjurar a Belcebú en aquella amplia cámara volcánica inundada por los vapores de azufre que emanaba el averno. La sala maldita ya había sido objeto de estudio y excavación por parte del abuelo de Piluca y para dar fe de esas campañas, las vitrinas de caoba, atestadas de cráneos trepanados, que había en la galería de los indígenas del Museo de Historia de Arrianápolis.

Tapias de cristal


"Con qué frivolidad juzga el memo, la versatilidad del supino. Hay tapias muy altal, que son de cristal y a través de ellas, sólo se puede ver y envidiar." 
Irsia Carolain Sprimbol

Leones entre hienas


Narrador de infiernos, que el tonto envidia como cielos.
El cielo no es interesante, es sólo fatídica calma.
Sin oleaje no hay tormentas, no hay pasión.
Montaña rusa de tormentos, de crestas y baches.
Sólo la ebriedad nos hace saborear la tortura.
Paladear el zahino borde del lecho.
Morir en el éxtasis del laberinto.
Sufrir perdidos y perdiendo.
Angosto pasillo donde se rozan los cuerpos que no quieren sentir el invierno.
Viviremos el torrente de la escorrentía con la carísima velocidad de un Dios.
Es aburrido lo predecible, el martilleo de los segundos, el gozne marcado, los días iguales.
El amor entre iguales en solemnidad y miseria.
Vivir para narrar y envejecer muy veloz, sintiendo que el tiempo no es cantidad, sino furia.
Salvaje pulsión que nada embrida y los narcóticos catalizadores aceleran.
Días de gloria sin apenas noche.
Noches de luces chisporroteantes y cuerpos de niebla.
Vivir sintiendo que se muere y que ningún tesoro al más allá, uno se lleva.
Narrador de trayectorias de asteroides, de cometas que manchan, de sibilas de los augures, que en los altares de la dipsomanía, escudriñan las vísceras de las novísimas presas.
Gacelas entre leones, leones entre hienas.

Pareidolias en las manchas de la vida


Con fortuna o sin fortuna, vivir genera manchas.
Y los expertos en pareidolias, las en ávidos de encontrar, en el insano husmear, buscan inasumibles y escondidas taras.
Somos lienzos malditos que se corrompen en los desvanes de nuestras enjalbegadas casas.
Retratos sin acicalar que guardamos bajo setenta llaves.
Altillo que trastorna y tilda, todo bajo cubierta, bajo los mil potingues que hacen cómica nuestra patética cara.
Irsia, Yoransel, Hosky, Jacoba, Dervik, fantasmas del aquelarre de mi conciencia.
Luces de las espeluznantes sombras que me habitan.
Me habita el invierno.
Me habita el infierno.
Me escapo del drama exprimiento trastornos, viviendo una vida trastornada.
El oleaje moja mis tobillos y yo herido por el nido de buitres de mi cabeza, sueño con eternas ruinas de pulcrísimo mármol de olvido, de erosión, de riada.

La ruina


"Es tan larga la vida de las bellas ruinas, que al construir ese debería ser nuestro único norte, la novedad es tan efímera, tan falaz, tan llena de aduladores fieles de lo último, del traje inexistente del Emperador......"
Irsia Carolain Sprimbol

Lluvia caprichosa


El grifo gotea incesante, robando segundos al silencio.
La parra herida de agosto, es un esqueleto.
Devastador es el estío y su estela de males de raso.
Abocados al otoño, los gorriones se vuelven indolentes.
Los limones verdes con nada compiten, solo su esplendor luce en las ramas.
El tiempo escapa, mal contado por los artilugios que inventa el hombre, para perder en malas cuentas el agua de la vida.
Somos devaneo inútil, lío absurdo, somos espera que nada logra y se desespera, pensando que el azar hará pasar el deseado río, por nuestra puerta.
Lluvia caprichosa que hiriente lamas el mármol suave y le das la pátina del verdín de la desidia.

viernes, 1 de septiembre de 2017

Incendios en alta mar


La proximidad genera chispas.
La cercanía es abrasadora candela.
Somos faros, que provocan incendios en la bravura de alta mar.

Sin cordura, sin cordeles


La cordura nos aleja de la genialidad.
Locos que solo pueden hablar con locos.
Desarraigados de las manecillas del reloj.
Estrellas que no miden el tiempo.
Visionarios sin oro, que buscan la riqueza de lo intangible.
Brazos abiertos para abrazar y que no dan a basto a despedir.
Islas deshabitadas donde bulle el desorden.
Mundos de estrecheces que se zafa de envarar mantecas.
Vuela el ligero y a vista de pájaro abarca el mundo el espíritu desliado.
Ave lira sin cordeles.

Velortos de caridad


Presumir de anchuras destapa la fisura de nuestras estrecheces.
Loros que comen cacahuetes y pregonan comer caviar.
Es cuestión de pocos huevos y de confundir las huevas.
Casas altas de lóbregas bodegas.
En la alcoba de la partera nacen los velortos.
Se envara la bastarda con las arracadas prestadas de la traicionada señora.
Servir para fingir, fingir que no se ha servido.
Vida fruto del vicio y de la caridad del sencillo.
Sencillamente se conduce el llano.
Más lo escabroso que nació torcido, habla de finuras y del llano abolengo que nunca tuvo.
Era de los martires, martires de la apariencia.
Criollas de quincalla que nada brillan, sino de pacotilla.
Cree el escuerzo en su osadía, que tapa el circo su pringue de sin valentia.
Frutos de querindonga que a la puerta de la iglesia esperan mancebía.