No es ya un castigo vivir en los pabellones del cáncer.
Sintiendo como crece la ponzoña.
Sintiendo como se hace verde el rosa.
Sintiendo el tormento del tiempo lento y monótono.
Me impulsan las desgracias.
Las ahorcadas letanías.
Los alaridos monstruosos de blanquecina espuma.
Me encerraron por loco.
Y me vuelvo loco encerrado.
Me señalaron las manos del estrépito.
Las bocas que todo lo cacarean.
Me enclaustro la sensibilidad al llanto.
Al hambre del inocente.
Me condenaron los pleitos pobres.
Los barcos en los que nadie se embarca.
Los infantes que no nacen.
Sí, fueron las bordadoras de trapos de santos.
Las que dan forma con hilos de oro a flores que en su vida nunca ha habido.
Concurrís a la plaza publica con la esperanza de presenciar escarnios.
Vais airadas, huecas en el paripé de vuestro pavoneo.
Buitres que intentáis parecer pavos.
Envueltas en incienso tapáis el hedor a carroña.
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