Busco refugio muy lejos, en el valle de Santa Catalina.
Bajo los anaranjados caquis.
En le fragor del huerto.
Donde no lleguen los adoradores desatinados.
Que aprietan los puños para con saña golpear.
Correligionarios de la ira.
Fieles de misas negras y de cánticos injuriosos que provocan sollozos.
Hervís en la calentura febril de vengar.
Vengar un estado del que salvo vosotros nadie es culpable.
Un estado de desgracia debida a vuestra espiral de violencia y logros en el sin esfuerzo.
Rendís metas en el hurto.
En el ultraje.
En la usurpación.
Pero no rendís lo puro, el alma.
Rendís cuerpos y voluntades pero no la gema bella, rubí motor.
Habéis elegido ser temidos.
Y esa única entrega o rendición os provoca caos, furia y exasperación.
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