viernes, 12 de junio de 2020

El crucifijo


No era su valor material, era su desgaste y la carga espiritual que aquel crucifijo contenía, lo apretó en su palma, y sintió la corriente, la energía proyectada en él. Sintió el calor de un hogar leones, el calor de las llamas de paja, del murmullo de las letanías. Sintió el gélido y último suspiro. Sintió como lo metieron en un cajón y allí estuvo olvidado treinta años, hasta que al desmantelar la casa, alguien se lo guardó en un bolsillo.
Materialmente no valía nada, pero cuando por casualidad, alguien que lo guardaba desde entonces en un bolsillo, se lo entregó en la barra de un bar, y paso a su palma, sintió que los objetos vibran y hablan.

2 comentarios:

  1. Me aparto unas jornadas de tus mordiscos de voz milimétrica y cuando regreso aquí, me encuentro como en mi salsa -que es tu salsa cerebral, la cual, me fagocita con su espesura de materia gris, tan envolvente-. Cómo me estimula leerte en lo controvertido y en lo amable, Ángel. Espero…, supongo…, que detrás de toda esta vorágine de palabras tan bien empleadas, tengas también un proyecto literario que atraiga a algún editor no sometido al imperio de la porquería que más se vende, y que ponga a flote tu escritura, que se merece que alguien más que yo, se embelese con la dicción de tu verbo creativo. (Lástima no disponer de medios para promover un negocio editorial, jajaja, de lo contrario ya estarías fichado como mi autor fetiche)

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  2. Muchas gracias Israel. Tengo muchos proyectos, pero todo se andará. Uno muy evidente, es escribir todos los días, porque las palabras, las ideas si no las capturas, se desvanecen y rezan como si jamás hubieran existido.

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