miércoles, 10 de junio de 2020

Siento que soy de tu pueblo, querido Israel


No es fácil encontrar compañeros, y menos aun, para hablar de lo importante.
Los nuevos tiempos y su urgencia, imponen ajetreos muy necios.
Y uno se pierde y dispersa, aventando paja sin trigo.
Nada existe sin un partenaire, sin el camarada de los juegos honestos.
Somos desoladora incomprensión, sin la palmada de quien atisba la valía de nuestro intelecto.
Todo dura, el tiempo que uno comparte trayectoria, el tiempo del roce, del placentero intercambio de lacerantes caricias.
Todo se pierde, cuando la orografía y sus accidentes, separan trayectorias.
Todo permanece, a pesar de que nuestros cortantes filos primigenios, han sido domados por el rodar constante.
La memoria siempre es afilada, indómita y cortante.
Todo existe, al cerrar los ojos, porque en la memoria no se pueden amputar los miembros.
Y todos los miembros, duelen a pesar de que, en el lecho salvaje de la vida, ya no existen.
Sin palabras te entendería, pero prefiero el placer de las palabras, que son las que me hacen abrazar y abarcar la vida.
No quise nunca abrazar lo inconveniente, abrazar la maestría, ni el talento, ni la tilde diacrítica.
Pero como detesto la ambigüedad, abracé sin pensarlo la verdad y toda su estela de tormentos.
No me acicalo de verbos para mentir, me acicalo de sonoridad para pregonar en el valle, mi valentía y honesta osadía.
Entiendo de estiajes, como entiendo de irreparables ausencias, entiendo y eso me hace victima de sentir a priori las perdidas.
Me lamo la piel sin heridas, porque cuando me hieren y me defiendo con mi afilado verbo, no me puedo lamer.
Si tú, supieras todo lo que entiendo de caprichos, comprenderías que sólo vivo de ellos, y que por ellos y su fugacidad me muevo.
Un pueblo, es siempre más de uno, y siento que soy de tu pueblo, querido Israel.

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