lunes, 18 de noviembre de 2019

Fermín Bermejo Ruiz-Casamar


La debilidad suele apuntalar traiciones, suele abrazar por temor al que vence, al que dice haber vencido.
Eso era Fermín, un débil, un vendido a la corriente imperante, un indolente que jaleaba la represión al idéntico, al igual en perseguidas taras, al igual que no cobarde, al valiente que sin hacer alarde de su innata inclinación no la negaba, al que asumía sus amores y amoríos inconvenientes.
Fermín Bermejo, Ruiz, el mayor de una mediocre patulea de hermanos, a cual más trepa y convenencioso, mostró lo que en casa mamó. El interés del usurero de su padre, la cobardía mojigata de su madre, que siendo bellísima, se resignó a casarse con Jacinto Bermejo, porque sus padres, los Ruiz Casamar, estaban asfixiados por los empréstitos y dieron en pago a su abnegada y tibia Mercedes.
La usura como la tibieza son líquidas, adoptan la forma del recipiente, se ahorman al bando de la victoria, al discurso imperante, al tirano que subyuga y reprime al diferente, al disidente.
Fermín, aprendió pronto de lo conveniente, del teatrillo de adular al poderoso, del agasajo y los frívolos aspavientos serviles que se propinan al que ordena. Don dinero manda y manda servir al que abre las puertas de tu negocio.
Mercedes, que de por sí, era ya una nulidad, una bella nulidad, se ahormo muy bien a la vida regalada y fácil que tenia con aquel marido horrible, repulsivo y zafio. El amor no se compra, al amor se le distrae, y ella distrajo su amor, con las sedas y los oros, con la casa vulgar y grande, con la calesa dorada hasta las trancas que la llevaba los domingos a la misa de las diez. En el pequeño cosmos de las preeminencias, ella que sólo era linda fachada, se rindió enseguida a las onzas de caro chocolate suizo, a los hojaldres, al buen yantar y vestir, y olvido que su pecho se desbocaba, cuando entraba en la sala de la casa de los Casamar, Miguel. Había llovido tanto de aquello, había llovido y había parido y había engordado y se había apoltronado, a la vida opulenta y mediocre de los Bermejo Jarrete, de los usureros de Albamoral.
Miguel Tormo, era el hijo del herrero y herrador de bestias de la villa, era el que herraba a la yegua negra azabache que tenía por entonces su padre, a Cayeta, una yegua preciosa a la que ella también montaba a la amazona, en la silla de terciopelo rojo de la Marquesa de Cardiel.
Miguel, joven, alto y vigoroso, tambien la miraba, cuando entraba en la sala de abolengo menguante de los Casamar de la Plata, en la sala de paredes enteladas de rojo damasco, donde se notaban las faltas de los cuadros importantes, vendidos para poder seguir capeando el temporal de la ruina. Él, también la miraba y le hacía ojitos, porque en verdad, la bella Mercedes era una mujer a la que era imposible no mirar. Alta, delgada, grácil, de cutis anacarado y ojos suaves de color avellana, y con una boca definida y jugosa, era todo eso Mercedes, además de simple y dócil. Era una venida a menos, pero con la prestancia de quien viene de donde viene, era el vivo retrato de la Marquesa de Cardiel, pero sin su temperamento. Ella suspiro por Miguel y Miguel por ella, pero nunca pasó a mayores, algo que nunca habrían consentido sus padres, que contra pronóstico, pues esperaban un emparentamiento de alto copete, terminaron pagando sus deudas emparentando con los vulgares y acaudalados de los Bermejo Jarrete. No hay Don sin Din, y ahora había mucho Din y un poco menos de Don.
Miguel, rápido se recompuso y casó con Engracia Valente, un poco menos guapa, pero muchos más sensata, ambiciosa y conveniente.
Volvamos a Fermín, el sansirolé de los Bermejo, el primogénito, y aunque él no lo reconocerá nunca, al sarasa de los Bermejo. Fermín, era un pánfilo como su madre, un delicado y acomodaticio bobalicón, que aunque voluble, no tenía la listura de su padre. Y ser tibio sin el don de la oportunidad, no era del todo conveniente. Es lo malo de casar con bellas necias, que corres el riesgo de que te nazca la prole con esa genetica.
Al carácter ñoño de Fermín, contribuyó mucho Jacoba,  su ama de cría, la que le dió el pecho, porque al principio, en el primer alumbramiento la esbelta de Mercedes, ni leche daba, luego con la afición que cogió a las pastas y a los dulces que la hicieron engordar, los siguiente partos si la dió, buena y abundante leche. Por esa escasez y para criar sano a Fermín, tuvieron que traer de nodriza a la criada de Doña Mercedes Casamar, la madre de Mercedista, como la llamaban en su casa. Trajeron a Jacoba, que un mes antes había parido a su primer churumbel también. Y fue muy culpable la Jacoba, fue ella la que metió muchas tonterías e insensateces, los delirios de clase alta de los Casamar, en la cabeza del pazguato de Fermín. Jacoba como criada que había sido de la madre de la señorita Mercedita, siempre se considero por encima del resto del servicio de la casa de los Bermejo, siempre se sintió ella enharinada de la hidalguía de la hija y de la nieta de la Marquesa de Cardiel, a la que ella ni había conocido, salvo por el retrato de dos metros de alto, que presidía el salón de damasco rojo de la casa de los Casamar.
Con un poco de Jacoba y un mucho de genetica, el señorito se fue atontolinando, sin perder la mamada tibieza de los prestamistas y se fue escorando en fundamentalismo hasta tal punto que quien sabía de sus cuitas secretas, no daba crédito a tanta contradicción, entre su ser natural y su inventado ser. Claro que él, no era el único sodomita, metido a macho en las filas del Partido Montañés. El no era el único y por eso quizás, porque estaba prendado del Recio Silvano, terminó allí. Recio Silvano, hasta que tres tragos lo transformaba en la Viciosa Silvana, claro que eso sólo pasaba en la Taberna de Tarantos, a última hora, cuando la dipsomanía les soltaba la melena en los cuartos privados, con los selectos fanfarrones de los pueblos. que se vendían a los señoritos invertidos por cuatro monedas, por cuatro tragos, por muy poco. De lo que ocurría en esas salas nada trascendía, era algo silenciado por todos, ni los que iban por curiosidad, ni los que iban por irrefrenable pulsión, ni los que lo querían ver y probar, soltaban prenda sobre aquellas orgías, a las que acudían variadas moscas y moscones. Es lo que tiene la perversión, el vicio tiene su público y atrae a su pequeña y selecta parroquia.
Silvano Petrelli, era el hijo mediano de Don Facundo, el médico, casado con Gervasia Molina, la terrateniente de Albamoral, era un morlaco, con trazas de supermacho, por eso lo llamaban el Recio, claro que casi nadie salvo los iguales y los de las fiestas secretas de los Tarantos, sabían de su debilidad, muy bien disimulada por su hombría y por su empeño en mostrar masculinidad y rudeza.
Fermín, bebía los vientos por Silvano, pero Silvano, no los bebía por Fermín, algo que engancha mucho más que ser correspondido.
Era insensato, que a pesar de su carácter voluble, un joven con los delirios de hidalguía de Fermín, militara en el partido anarquista y antimonárquico, aunque fuera el partido vencedor y que gobernaba tras el pucherazo, toda la comarca, claro que también era incomprensible que Don Facundo el médico, casado con la Rica del pueblo, fuera el Alcalde republicano de la villa, y que su hijo, el hijo de la Rica, fuera también republicano y anarquista. Incongruencias, que no son tan incongruentes, porque el poder y el dinero buscan su acomodo en cualquier ideología, y ni tienen Dios, ni tienen principios, ni tienen una idea clara de Patria. El caso es que las dos adineradas y locas, estaban con el poder, con el vencedor y en el mismo partido, y corriéndose el mismo tipo de viciosas juergas, entre bambalinas, en la discreta trastienda. El uno, buscando que lo cabalgaran fornidos fanfarrones y el otro. buscando que lo montara el Recio Silvano.
Fermín, que a duras penas disimulaba su afectación, era muy cómico soltando exabruptos contra los maricones, contra los delicados como él, contra los que jugaron con él, en la infancia. Contra Bartolito, el hijo del notario, Don Braulio. Bartolito, que estuvo interno en los salesianos de Cardiel, interno como él. Bartolito, con el que se hizo las primeras pajas y fantasearon juntos con fornidos mancebos que los quisieran correr.
Fermín, era pura incongruencia, porque ya no era estar de perfil en esta tropelia de retrógrados, que no sabían ni lo que era el anarquismo, sino que por amor bebía y trasnochaba mendigando que se fijara en él, el Recio hijo de Don Facundo.  Y Silvano, otro idiota, que no sabía muy bien para que lado estaba canteado. Claro que la incongruencia de Silvano, era más fácil de entender, después de todo su padre era el Alcalde republicano del pueblo.
Todo es inútil si dejamos pasar infecundas las horas. Si dejamos que nos atropelle la desidia, la infértil pereza de los días sin preñez, de los logros que perseguimos y nunca llegan.
Fermín, se emperezo en asolanarse en la postrante tristeza, se rindió al inútil amor del que no te corresponde, a la guerra perdida que es amar a quien nunca pensó en corresponderte, en compartir contigo la más trivial de sus caricias.
Silvano nunca lo vio como su partener, y el destrozo que suponía seguirle en sus correrías y ver como era poseído por cualquiera, sin que existiera el mínimo atisbo de que el Recio, lo quisiera poseer a él.
Militar en el Partido Montañés, fue una agria derrota, fue sumirse en la soledad de sentirse rodeado de desiguales, de la vulgar milicia de un régimen malsano que apedreaba a gente como él.
Ser tibio no es no tener sentimiento, no es tener un pedernal por corazón, hasta los necios lloran cuando se les zahiere. Y eso era Fermín, un necio zaherido por el desdén del fornido Silvano, por el cuerpo imponente y arrastrado de la Viciosa Silvana, por la promiscuidad del Apolo del Petrelli.
Nada se puede envidiar a quien arrastra su orgullo por los tugurios y bebe para morir y olvidar, y ni muere, ni olvida, sigue vivo, maldiciendo y malviviendo sin la caricia perseguida y sin sentir el alivio del beso del que quieres amar.
Solo, el hidalgo de provincias, abandonado por sus iguales ante su estúpido y cruel desdén, con la boca agria de alcohol y mamadas, con el corazón roto de ver como cualquiera poseía al toro de sus desvelos, cansado de los días sin noche, de las salas del vicios sin caricias, de fingir y llorar tras engañarse y engañar. Con las carnes agarrotadas porque nadie disputaba su corazón, porque la bestia ni siquiera atisbaba su amor. Agarrotado por ver como Silvano, ni siquiera era consciente de que él, sólo buscaba robarle un beso en la vorágine de brazos y miembros, un beso con sabor a polla de otros, a semen de otros, un beso que no era ni para él. Solo, se rindió y derramó el frasco de su trivial y tibio aroma en las vías del tren. Se postró ante los raíles, esperando el abrazo férreo, que lo redimiera de aquel penar tan atroz. Y así fue, a las cinco y veinticinco minutos de la madrugada del jueves 23 de noviembre de 1863, un tren de mercancías que ni paro, rompió su cuerpo grácil y frágil y lo liberó.


domingo, 17 de noviembre de 2019

Melania de Windsor


Melania de Windsor siempre sintió aversión por las medianías de los tibios y mediocres, solía decir sobre un compañero de correrías de la infancia que aun sintiendo cosas similares a ella eligió un camino diametralmente distintos.
"Siempre desconfíe de los blandos, no hay peor cornada que la que te dan las mosquitas muertas. Mansurrones que con sus finas palabras te envuelven de dulzor y aspavientos.
La verdad es que eran un bucle sus sermones, eran un vuelta la burra al trigo, una crítica suavemente despiadada a la valía, al orgullo que genera hacer rendir tus talentos. Dios nos dejó bien claro que no podemos enterrarlos. Acaso es delito, acudir a quien te los ha dado con la cabeza alta y sonriendo, después de haberlos multiplicado y habiéndote ganado el pan con el sudor de tu frente, no pedigüeñeando el pan a los otros, a los que lo han ganado con su propio sudor.
Triste ver, como quien tú sabes que tiene cámara y recámara, desordenada trastienda, luce relamido y acicalado con oropeles mundanos, mientras critica las leyes de este mundo, que no son otra cosa que una trasposición más imperfecta de las leyes del otro y perfecto mundo.
Si debemos rendir y trabajar, como no descansar de la jornada, con un pelin de humana soberbia, de engreimiento, que no es otra cosa que sin maldad, mirar atrás y ver que tu tesón te distancia de los que creen que el Dios benevolente que recoge donde no siembra, les va a regalar fortuna sin dar un palo al agua o por parasitar a quien lo da, y esperar de él, del laborioso, una mal entendida caridad. No se dan peces, se enseña a pescar, y para pescar uno tiene que querer primero aprender y estar dispuesto a faenar."
Melania, entendía de traiciones, de manos que en la sombra te acarician y manosean, y en la plaza prentas cogen una piedra para lapidarte.  Melania, siempre entendió de trastiendas, de sótanos, de puertas y corralas traseras. Entendió de dobles y triples vidas, de enharinados hipócritas, de jueces que no soportarían que se exhibiera, y juzgará con sus mismos argumentos, en un escaparate su escondida vida. De blandos convenenciosos, acicalados y relamidos, embaucadores, serpientes, amigos de Satanás que cuando nadie los ve, se desnortan y maman con ansia puta todo lo que se les pone por delante.
Melania de Windsor, nació atrapada en un cuerpo de hombre, que ella costosamente convirtió en el de una bella y explosiva mujer, por eso hablaba desde el orgullo que da creer en Dios, pero enmendarle la plana, pues Dios escribe con renglones torcidos y ella contra viento y marea, le enderezó los renglones a Dios.
Ella, siempre solía decir:
- "No existe la perfección inalcanzable, existe la perfección que no se alcanza"

Las tres misas de Remedios la Pelirrata


No hay nada peor que ser menesteroso, ni tienes dinero, ni tienes un ápice de credibilidad, nadie cree aun pobre de solemnidad.
Remedios la Pelirrata, era eso, una pobre diabla, a la que nadie prestaba atención, ni su madre la creyó cuando acontecieron los hechos y se los contó, más bien porfió con ella y le dio un par de soplamocos por tener esa imaginación tan calenturienta.
Con el correr de los días y con lo fácil que era seguir con el abuso, la niña se hartó y aunque sufrida comenzó a maquinar. Ella no lo habia leido en ninguna parte, porque sencillamente no sabía leer, pero ella sabía y en las calles decían, "ojo por ojo y diente por diente", y renglón seguido añadían los viejos, que lo decía Dios en la Biblia.
Valeria la Capamachos, era bruta y poco cariñosa, era despiadada con la delicadeza de su hija, era despectiva con sus formas gráciles y delicadas, que en nada se parecían a las trazas de acémila de la Capamachos. La niña que desde bien temprano se ganaba su pan y lo que no era su pan, pues llevaba el jornal que ella podía a casa, trabajaba limpiando y haciendo los oficios que le encomendaban, aunque ahora lo hacía en exclusiva en la casa de Don Marcelo Ventura, el párroco.
Remedios, sufría resignadamente y pensaba y pensaba, en los ojos y en los dientes, en los que a ella le tocaban, en los que a ella como cobro le correspondían..
Remedios la Pelirrata, no era muy lista, pero era observadora, y mirando y mirando y con la teoría del acierto error, ideó su venganza.
Tres meses llevaba sirviendo en la casa del cura, y tras tres meses de ir y venir el cántaro a la fuente, ella supo que se había roto y que se había quedado preñada. Lo silencio, porque sabía que si hablaba se ganaría una paliza del gañan de su padre y de la aviesa acémila de la Capamachos. Y probó con ella, la tramada venganza, a ver si era cierto y acertaba. Fue probar y al día siguiente la descompostura de sus padres era tan grande que entre retortijones, vómitos y cagaleras estiraron la pata, y se llevó por delante dos al precio de uno.
Los enterraron como a pobres, en unos ataúdes prestados para llevarlos con un poco de decoro a la iglesia y al cementerio y allí sacarlos y metidos en unos fardos viejos de aceitunas, tirarlos a los dos juntos en el mismo agujero. Fue un entierro triste, sólo ellos, los siete hermanos. Cinco de ellos ya ni estaban en casa, habian volado del nido, pero vinieron para asistir al velorio y al sepelio. Solas se iban a quedar Remedios y la Santa, que en ese momento tenía ya siete años, pero atendía ella toda la casa, porque la difunta Valeria, siempre estaba fuera haciendo dulces y matanzas. Siempre los tuvo muy desatendidos y eran entre ellos los que se atendían. Poco iba a mudar a partir de ahora, no iban a dejar de ser pobres, no iban a ir más atrás, salvo que ganarían en tranquilidad. Con el dinero de Remedios, de momento podrían mantenerse las dos, en espera de las nuevas decisiones.
Remedios, tras el acierto, siguió con sus cuitas, pero con mucho más cuidado, porque ya lo había visto en su casa, queriendo un diente, saco de un tirón dos, y eso no se lo podía permitir ahora, porque a los pobres no los atienden los médicos, se mueren solos y del último mal, y así lo firman en los papeles, que comieron algo que les sentó mal y la espicharon juntos y en buena compaña, cagandose los dos juntitos las patas abajo sin poder llegar por los retortijones al escusado.
Con aquella calma en casa, lo ideó todo mejor. Y vistiendo holgada con los trapos de su madre para que nadie notara su preñez, ahorro y ahorro. Y fue entonces cuando planeo encargar tres misas por el eterno descanso de sus padres, tres misas pagadas, tres misas que pagó a Don Marcelo en la sacristía, sacristía que tuvo también que limpiar como parte del pago y fregar de rodillas con un cepillo de raíz el suelo el suelo de losas de piedra, para desentrañar la asentada roña que no limpiaba Críspulo el Pulgo, el holgazán y amanerado cretino del sacristán. Lo hizo gustosa y al día siguiente se remudo y arreglo tambien a su hermana y juntas en primera fila asistieron a la primera y pagada misa.
Ni que decir tiene que Don Marcelo, no dijo ninguna misa más, esa misma noches cagando sangre y entre dolorosos retortijones, estiró la pata.
A él. si lo miro y remiro el médico, y saco como conclusión que se había envenenado con algo, que algo malo había comido, pero como recorría tantas casas tomando pastas y anises, chocolates y churros, que vete tu a saber donde, porque en casa no encontraron nada, y ni Remedios, ni la Pascuala, que era el ama de la casa tenían nada, con lo cual nunca dedujeron que la niñita le hizo hincar el cuenco, envenenandolo con una reducción de boletus satanas y oronja verde y blanca, que puso en la vinajera mezclada con el vino de consagrar, mientras limpiaba y pagaba las misas funerales de sus pobres padres.
Cobrado el diente y sin trabajo, las dos niñitas y lo que venía en camino, pusieron tierra de por medio y marcharon al pueblo donde trabajaba Ramón, el más sensato y generoso de los hermanos.
No hay crimen sin castigo y hay castigos que se cobran con mucho más que un diente.

Úrsula Molín de los Visos


Se amaban como se aman las fieras, en silencio, sin enturbiar la urgencia con palabras.
Tres días a la semana, asía su firme mano la cabeza de la serpiente, para que golpeara la manzana de bronce el chapón del llamador. En seguida le abrían la puerta, con el habitual zalamero servilismo que prodigaba Ascensión. No era necesario que le dijeran dónde ir, ni le acompañaran, él sabía cómo encaminarse y llegar. A las seis de la tarde mueren los días a finales de otoño y a las seis menos diez ya estaban encendidos los tres quinqués de la sala, y ya estaban corridas las cortinas rojas de terciopelo adamascado.
La casa de los Visos, estaba a las afueras, en el centro de una enrejada parcela y encaramada en una redondeada y boscosa loma. No había motivos para sospechar, pero sobre todo no había que dar motivos, por lo que toda cautela era poca.
Úrsula Molín de los Visos, era una acaudalada y devota viuda de la urbe, vivía en la zona alta, por donde no se había desparramado el caserío. Su casona oteaba desde lo alto, el poblado llano, los barrios enteros que eran de su propiedad.
Severiano, entró en la sala y cerró tras de sí la puerta con una vuelta de llave, el servicio sabia y sobre todo Asunción, que no tenían que importunar. Doña Úrsula, ni se movió, en la mesa estaban la tetera, las pastas y el Áncora de Salvación. En el libro abierto, por la página seis, se podía leer "Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios de los ejércitos..........."
Él, se sentó frente a ella, se sirvió un té que aún abrasaba, y tras tomarlo se levantó, desplazó su sillón y apartó sus negras sayas, algo que ella, también facilitó, acto seguido se abalanzó sobre Doña Úrsula, liberando su tórrida y encarcelada fiera, y con rápidas acometidas y con opacados jadeos la poseyó. Y sólo por un instante se recobró en su rostro, la rosada color, y él, con una última y colérica embestida, rindió su cabeza en el hombro izquierdo de Úrsula, y tras tres segundos de celestial reposo,  como un resorte se incorporó, abotonandose la bragueta y enjaulando de nuevo su  desfallecida verga, mientras ella hacía lo mismo, cubriéndose y atusando sus sayas.
Los dos en silencio. y tras recobrar ella su pálida tez, volvieron a servirse otra taza de té.
Y Úrsula, dijo entonces:
- Padre Severiano, confiéseme ahora usted.

viernes, 8 de noviembre de 2019

Abrazamos lo foráneo con cómica grandilocuencia


Abrazamos lo foráneo con cómica grandilocuencia.
Con la sonrisa baladrona que caracteriza la aculturación del memo.
Digestiones fáciles de aborregados cantos difíciles.
Mediocres, que creen que los zarrios, que vara el oleaje en nuestras costas, son tesoros de lontananza.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Parafilias y parafobias


De parafilias y de parafobias.
La tendencia a ser y el miedo a serlo.
Es la ultracorrección del hipocondriaco.
Creen padecer toda sintomatología descrita.
Y hay quien con la patología diagnosticada cree no padecer nada.
Firisrados que se sienten seguros.
Seguros que se sienten fisurados.

El oleaje del mar de las pérdidas


No es fácil estimar la presencia de los ausentes.
No es fácil reconocer y mostrar las muescas que nos ocasiona perder.
Somos pasado continuo, los segundos fugaces y sus derrotas se acumulan en el fardo pesado de lo que somos.
Proyectamos anhelos pero sólo somos tiempo pasado, segundos vividos, pérdidas padecidas, ausencias insustituibles.
Son las espinas de los ausentes, las que con su fiero hoyar nos lastiman de modo más perenne.
No es fácil estimar el oleaje del mar de las pérdidas que lame el precipicio del imposible olvido.

lunes, 4 de noviembre de 2019

Peones en el tablero de la fortuna



Amantes condenados a amarse.
Amores que son roce y tragedia.
Colisiones de intereses.
Lechos de interés.
Contratos firmados con un tálamo.
No cesa la codicia de dar puntadas.
Y cose lacerante corazones infieles.
Corazones peones en el tablero de la fortuna.



Rozas por fuego



Las manchas son miseria que crece devastando belleza.
Angosta es la puerta del éxito, angosta y efímera, pues la cumbre está muy disputada y la reclaman muchos dueños.
Corroe el tiempo la neta claridad del hacendoso.
Corroe el tiempo la pureza y la delicada tersura.
Somos relámpagos en el oscuro firmamento.
Rozas por fuego, para que germine la nueva primavera.

domingo, 3 de noviembre de 2019

La historia borra cumbres


El olvido tiene mucho de desidia.
Es frágil la memoria del gandul.
La historia no la escriben los inoperantes.
No hay capítulos dedicados al inepto.
El valle es aluvión, limos de las altas cumbres.
Ser, nunca es inacción.
Si la historia borra cumbres, como no va a borrar al llano.

sábado, 2 de noviembre de 2019

La santidad


La santidad no tiene artificio, es lineal, no tiene dobleces, ni extrañas costuras.
La santidad no es estrategia, es dejar fluir la bondad.

miércoles, 30 de octubre de 2019

SUMIAL


"Cuando veo a algunos predicadores, extendiendo sus prédicas televisivas. Pienso, por qué no compraría yo acciones de SUMIAL."
Irsia Carolain Sprimbol

martes, 29 de octubre de 2019

Star negado


Despierta el día gris, con los gruñidos agónicos de un cerdo que consume sus últimos segundos antes de ser pitanza.
Plomo de otoño y de vulgar reducto de hambre y sed sin salvación.
Temo la mano de quien saciado de carne hambrea un star negado.
Todo es iracundo en el forzado encierro de mi marginalidad.

martes, 15 de octubre de 2019

Soles que nos acercan a la bruma


Todo vuela y desaparece tras el manto oscuro de la noche.
Todo fenece, todo de desvanece tras haberlo sentido.
Todo se escapa tras haberlo asido.
Nada nos pertenece, y si sentimos que nos pertenece es por nuestra frívola ingenuidad.
El tesón nos lo trae, la Parca nos lo quita.
De prestado vive el hombre, que no sabe cuántos amaneceres podrá disfrutar.

El peligro de ondear la verdad




Cuando las palabras se hacen blandas, frágiles, quebradizas, cuando nada abarcan y si algo abarcan es con supina laxitud.
Presos de la hipocresía y de lo políticamente correcto, lanzamos al aire mensajes evanescentes, frases ridiculas, cursis, pusilánimes, relamidas por el miedo a ofender.
La verdad ofende y ofende mucho al retratado, al que siente el dardo del verbo claro en la diana de su defecto.
Vivimos tiempos de sectaria tolerancia, de intolerantes enharinados de respeto, que sólo propinan respeto al igual, al que se solapa con ellos en discurso y pensamiento.
Tiempos de pensamiento único, radiado, televisado, escrito con grandes caracteres en los libelos del régimen.
Tiempos es los que disentir enquista, aisla, encarcela en círculos de baladrones aleccionados desde pequeñitos en la doctrina única, en la historia purgada. Iletrados que sólo leen las páginas impares.
Sobrevive el que ondea la verdad con el miedo que produce llevar en las manos el espejo que los retrata, sin ambages, sin fisuras, con una claridad meridiana que a ellos espanta. Sobrevive entre empellones, entre exabruptos si osa abrir la boca y decir la palabra correcta, no la palabra lamida, la correcta, la certera y acertada, que es canto cortante que lacera su sectaria mediocridad.