domingo, 17 de noviembre de 2019

Las tres misas de Remedios la Pelirrata


No hay nada peor que ser menesteroso, ni tienes dinero, ni tienes un ápice de credibilidad, nadie cree aun pobre de solemnidad.
Remedios la Pelirrata, era eso, una pobre diabla, a la que nadie prestaba atención, ni su madre la creyó cuando acontecieron los hechos y se los contó, más bien porfió con ella y le dio un par de soplamocos por tener esa imaginación tan calenturienta.
Con el correr de los días y con lo fácil que era seguir con el abuso, la niña se hartó y aunque sufrida comenzó a maquinar. Ella no lo habia leido en ninguna parte, porque sencillamente no sabía leer, pero ella sabía y en las calles decían, "ojo por ojo y diente por diente", y renglón seguido añadían los viejos, que lo decía Dios en la Biblia.
Valeria la Capamachos, era bruta y poco cariñosa, era despiadada con la delicadeza de su hija, era despectiva con sus formas gráciles y delicadas, que en nada se parecían a las trazas de acémila de la Capamachos. La niña que desde bien temprano se ganaba su pan y lo que no era su pan, pues llevaba el jornal que ella podía a casa, trabajaba limpiando y haciendo los oficios que le encomendaban, aunque ahora lo hacía en exclusiva en la casa de Don Marcelo Ventura, el párroco.
Remedios, sufría resignadamente y pensaba y pensaba, en los ojos y en los dientes, en los que a ella le tocaban, en los que a ella como cobro le correspondían..
Remedios la Pelirrata, no era muy lista, pero era observadora, y mirando y mirando y con la teoría del acierto error, ideó su venganza.
Tres meses llevaba sirviendo en la casa del cura, y tras tres meses de ir y venir el cántaro a la fuente, ella supo que se había roto y que se había quedado preñada. Lo silencio, porque sabía que si hablaba se ganaría una paliza del gañan de su padre y de la aviesa acémila de la Capamachos. Y probó con ella, la tramada venganza, a ver si era cierto y acertaba. Fue probar y al día siguiente la descompostura de sus padres era tan grande que entre retortijones, vómitos y cagaleras estiraron la pata, y se llevó por delante dos al precio de uno.
Los enterraron como a pobres, en unos ataúdes prestados para llevarlos con un poco de decoro a la iglesia y al cementerio y allí sacarlos y metidos en unos fardos viejos de aceitunas, tirarlos a los dos juntos en el mismo agujero. Fue un entierro triste, sólo ellos, los siete hermanos. Cinco de ellos ya ni estaban en casa, habian volado del nido, pero vinieron para asistir al velorio y al sepelio. Solas se iban a quedar Remedios y la Santa, que en ese momento tenía ya siete años, pero atendía ella toda la casa, porque la difunta Valeria, siempre estaba fuera haciendo dulces y matanzas. Siempre los tuvo muy desatendidos y eran entre ellos los que se atendían. Poco iba a mudar a partir de ahora, no iban a dejar de ser pobres, no iban a ir más atrás, salvo que ganarían en tranquilidad. Con el dinero de Remedios, de momento podrían mantenerse las dos, en espera de las nuevas decisiones.
Remedios, tras el acierto, siguió con sus cuitas, pero con mucho más cuidado, porque ya lo había visto en su casa, queriendo un diente, saco de un tirón dos, y eso no se lo podía permitir ahora, porque a los pobres no los atienden los médicos, se mueren solos y del último mal, y así lo firman en los papeles, que comieron algo que les sentó mal y la espicharon juntos y en buena compaña, cagandose los dos juntitos las patas abajo sin poder llegar por los retortijones al escusado.
Con aquella calma en casa, lo ideó todo mejor. Y vistiendo holgada con los trapos de su madre para que nadie notara su preñez, ahorro y ahorro. Y fue entonces cuando planeo encargar tres misas por el eterno descanso de sus padres, tres misas pagadas, tres misas que pagó a Don Marcelo en la sacristía, sacristía que tuvo también que limpiar como parte del pago y fregar de rodillas con un cepillo de raíz el suelo el suelo de losas de piedra, para desentrañar la asentada roña que no limpiaba Críspulo el Pulgo, el holgazán y amanerado cretino del sacristán. Lo hizo gustosa y al día siguiente se remudo y arreglo tambien a su hermana y juntas en primera fila asistieron a la primera y pagada misa.
Ni que decir tiene que Don Marcelo, no dijo ninguna misa más, esa misma noches cagando sangre y entre dolorosos retortijones, estiró la pata.
A él. si lo miro y remiro el médico, y saco como conclusión que se había envenenado con algo, que algo malo había comido, pero como recorría tantas casas tomando pastas y anises, chocolates y churros, que vete tu a saber donde, porque en casa no encontraron nada, y ni Remedios, ni la Pascuala, que era el ama de la casa tenían nada, con lo cual nunca dedujeron que la niñita le hizo hincar el cuenco, envenenandolo con una reducción de boletus satanas y oronja verde y blanca, que puso en la vinajera mezclada con el vino de consagrar, mientras limpiaba y pagaba las misas funerales de sus pobres padres.
Cobrado el diente y sin trabajo, las dos niñitas y lo que venía en camino, pusieron tierra de por medio y marcharon al pueblo donde trabajaba Ramón, el más sensato y generoso de los hermanos.
No hay crimen sin castigo y hay castigos que se cobran con mucho más que un diente.

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