viernes, 29 de noviembre de 2019

Ingrid Selena de Sotomayor


Ingrid Selena de Sotomayor, acababa de llegar, de poner el  pie en el suelo de aquel confín de la civilización. Llovía y sintió, al aterrizar allí, el vértigo que genera el atavismo, la marginalidad de la pacata gloria, el tufo a torrezno y picón.
A veces, muchas veces nos despertamos y corremos a buscar la negada felicidad entre iguales, en los brazos rudos de los que sólo saben mugir, arremeter con violencia, llevarnos a la gloria del orgasmo, de los consecutivos orgasmo que sólo te sabe proporcionar un animal.
Así llegó Ingrid a Pescurza, aturdida por las embestidas de Marío, por su corpulencia de morlaco, por su descomunal miembro, por un inusitado placer que la hizo creer que ella allí encajaría, que el vicio del jergón, borraría las sedas, las frases galantes, el embriagador y perenne olor a Chanel.
Jamás se había sentido tan segura como reposando después del galope, sobre su fornido pecho, durmiendo acunada por los latidos de aquel toro, la fiera que la había encerrado en aquel laberinto de rudezas, del minotauro que la tenía presa y alejada de la civilización.
Pronto la bautizaron en pueblo, Ingrid era demasiado artificioso, elegante, artificial, era más fácil llamarla, La Mingry.
La vida es necia, es volátil, es nostalgica. La Mingrit, no encajaba en aquella rural sociedad, en aquella casa sencilla, en aquel barrizal que eran las calles llenas de charcos. Ella llegó con los desafueros de la primavera, soporto los calores y las moscas del verano y los charcos y los días que se hacían cortos del otoño, pero la colmó el silencio del invierno. Ella no encajaba entre aquellas mujeres abandonadas a su suerte, con la suerte de compartir como ellas el lecho con sus toros, ella llegó, pero el pueblo pequeño no llegó a ella. Los orgasmos se fueron espaciando, el galoper fue virando a trote y el trote en aburrido paseo. Hasta el bolso último y más caro, termina siendo un bolso viejo.
Y Mingry se desenamoro del olor a leña, del olor a fuego y dejo de encajar en la furia del toro y dejo de sentir desafueros, y termino sintiendo nostalgia de los relamidos galanes que no daban la talla, terminó echando de menos los prolegómenos relamidos de la noche de los destellos, las luces y las plumas, el olor de los caros perfumes y  el insulso lecho de los amantes afeminados que compartían con ella secretos de belleza. Se aburrió del laberinto incivilizado, de la panadería y de Paulina, la alcahueta panadera. Y un dia de agosto le soltó a la vulgar despelleja corderos:
- Ni Mingry, ni Migra.
Y sin mirar atras, Ingrid Selena de Sotomayor, se marchó con lo puesto, con los galopes vividos, a vivir en la urbe de su belleza relamida y del cuento.


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