jueves, 21 de noviembre de 2019

La Heliogábala


Era muy difícil resultar prudente, cuando nuestro norte es el exceso. Cuando nuestra voracidad nos domina. Asfixiados por una lluvia de pétalos, que no son un gesto de amor, sino la desmedida aversión hacia quien nos supera en autocontrol, pantagruélicas cenas para calmar nuestra amoralidad.
El ringurrango esconde taras, los excesos carencias.
Heliogábala, la llamaban en los círculos del vicio, tragona, insaciable mondonga.
No era un sino fácil, ser blanco de miradas, sentir como el punzante dardo del dolor, al leer los labios de los que discretamente y en voz muy baja te llamaban vaca, bufona, tragaldabas, puta gorda, gorda puta.
Claro que lo malo no era ser un odre, un vulgar y henchido odre, lo malo era el apetito voraz que la forzaba a mamar lo inmamable, a clavar en sus deformes carnes cualquier verga, sentir un enorme come come en la gruta, que nunca se saciaba y siempre pedía más, pedía guerra.
Ninfomana, oronda, vulgar, zafia, así era Marata, María Teresa, La Heliogábala.
A mil tratamientos se había sometido, en mil manos se había puesto, a mil remedios se había encomendado. Y ninguno eficaz, todos conseguían una distracción momentánea del apetito único y dominante, del ansia por follar, por chupar, lamer, por frotar, tocar, asir, por menear, comer pollas, muchas pollas, grandes, enormes pollas.
Era un duro complejo, era duro estar tan acomplejada y sacar fuerza de aquel cuerpo fuerte, para hambrear por los bares del vicio, para buscar borrachos, degenerados, desesperados, grupos enteros que por curiosidad y perversión querían tirarse a aquella deformidad. Cuando hay hambre, no hay pan duro, y ella era correoso pan, pan mohoso, que siempre a altas horas de la noche, en los cuartos oscuros, en las callejuelas de la amoralidad, alguien quería comer, probar.
Marata, era un plato recio y urgente, era comida para hambre asentada. Era, aquí te pillo y aquí te mato y si te he visto no me acuerdo. Era episodio digno de olvidar, era pensar que las prisas no son buenas y que un salido se tira a cualquier cosa. Cualquier cosa era, porque nunca, casi nunca querían repetir, querían charlar con ella. Salvo los degenerados, que encontraban placer en sus sórdidos relatos, en sus húmedos relatos, donde tres vergas enormes se disputaban su boca,  donde tres hombre se besaban entre ellos, mientras ella les comía las vergas. La verdad. es que no era nada raro que se prefirieran besar entre ellos, antes que besarla, incluso terminaban prefiriendo comerse las pollas unos a otros, antes que ella se las siguiera comiendo. La verdad, es que su papel en estos juegos se tenía que reinventar cada día, ante la competencia que le terminaba surgiendo.

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