miércoles, 27 de noviembre de 2019

La espinela


A Crescencia la pidió su marido con una espinela roja, orlada de pequeños zafiros tres facetas. Era un anillo modesto, que ella siempre mimo, que se ponía cada vez que salía de casa, y que exhibía en el dedo corazón de su mano derecha.
Cuando Crescencia murió, todos sus hijos estuvieron de acuerdo en que el anillo se fuera en su última salida, en su último viaje, con ella.
Habían pasado más de veinte años desde su muerte, pero Margarita, recordaba perfectamente el anillo de su madre, aquella piedra roja que adornaba su dedo corazón. Por eso lo reconoció enseguida en el dedo meñique de la vulgar mano de Benita, la mujer del actual sepulturero.
No podía probarlo, y no iba a desenterrar a su madre para eso, pero sabía que era su anillo, lo que no entendía es como había llegado a aquel dedo.
Margarita, no comunicó a nadie que había visto el anillo de su madre en la mano de la zafia sepulturera. Quería estar muy segura antes de acusar.
Lo primero que hizo fue ir al cementerio, a la tumba de su madre, para comprobar in situ, si todo seguía igual.tras ver que así era, decidió ir al Ayuntamiento de Marticio, para saber si se habían realizado obras en esos panteones, su madre estaba enterrada en la tercera fila, en la fila más alta y sobre ella había un tejado, quería saber si se habían  hecho obras en él. Porque ella veía muy difícil que la tumba se hubiera profanado quitando la lápida.
Inicialmente no saco nada en claro, tuvo que pedir la información por escrito al Señor Alcalde. ahora era tener paciencia y ver si contestaban.
Jamás Margarita, había reparado en Benita, y ahora la veía en todas partes, en la carnicería, en la panadería, en la plaza, en la farmacia, parecía estar en todas partes, y en todas parte estaba ella y el anillo en su dedo.
Tentada estuvo de acercarse a ella y preguntarle, de interpelarla para saber el origen de aquel anillo, que no se podía quitar de la cabeza, hasta el punto de imaginar como el sepulturero abría el féretro de su madre y lo arrancaba del dedo corazón de la mano derecha del cadáver de Crescencia.. Era el anillo al que ella había renunciado, para que su madre disfrutara de él, eternamente.
Pasaron los meses y en ella crecía la impaciencia. Crecía la ofuscación y la obsesión con aquella joya que debería estar en el dedo de su madre y no en aquel rechoncho y vulgar dedo.
Desde el Ayuntamiento no llegaban noticias, sobre si se habían hecho obras en los nichos, la tumba de su madre no daba la sensación de haber sido profanada, pero Benita seguía teniendo la espinela en su zafio dedo.
La obcecación llegó a su culmen un veintiocho de noviembre- Era tarde, pero Margarita se conocía al dedillo los horarios de Benita, y la esperó agazapada en la puerta de una bodega. La noche era cerrada, sus manos firmes agarraban la azada, cuando Benita la rebasó, salió sigilosa y por la espalda le asestó un tremendo golpe y en el suelo se robo la alhaja. Salió corriendo sin mirar atrás hasta llegar a casa, y allí, rompió el mango del arma del crimen en trozos y los tiró a la lumbre, también tiró la parte metálica para que se quemara por si había algún resto de sangre en ella, sacó del bolsillo el anillo, lo puso en la mesa, y se desnudó por completo y quemó toda la ropa. Se lavó con saña, frontándose con fuerza todo el cuerpo, como si eso pudiera borrar lo que acababa de hacer. Se vistió de nuevo, de modo cómodo, no tenía sueño, ni hambre, ni nada. Encendió uno de los fuegos de la cocina y puso a hervir agua y puso el anillo dentro del cazo, para borrar de él, todo rastro de aquella vulgar ladrona.
Durmió poco y de modo intranquilo y se despertó agotada. Tras tomar un café solo, retiro las cenizas de la chimenea y la pieza metálica y se las llevó al patio. Allí cogió una maceta nueva y en el fondo colocó la azada y luego vertió las cenizas y encima trasplantó una de sus aspidistras y de seguido colocó el macetón debajo de la desnuda parra.
Tras borrar todo rastro, respiro aliviada y se tomó otro café, pero este con mucha más calma.
A media mañana salió a la panadería y allí oyó la noticia, habian matado a Benita, en el Callejón de Sierpes. Presto atención a lo que decían, pero no sabían nada, salvo que la Benita estaba muerta, y que ya nadie estaba seguro y que quien habría sido el desalmado que había matado a aquella infeliz, para robarle un anillo, una baratija, porque esa pobre diabla, nada bueno se podría permitir.
Pasaron los días y estaba claro que no sospechaban de ella, que todas las sospechas apuntaban a un raterillo del pueblo, al que ya habían llevado al calabozo, aunque él muchacho lo negaba todo y no le habían encontrado el anillo.
Cuantos más días pasaban, más segura estaba, más tranquila. Y con el pasar llego la Navidad y festejarlo en familia. Su padre, después de enviudar, se había vuelto a casar, ahora vivía en Granada, con su nueva mujer, pero siempre volvía en Nochebuena, a la casa que tenía en el pueblo, e intentaba juntarlos a todos, aunque casi nunca lo conseguía. Ese año para la cena, vinieron dos de sus hermanos, José y Nazario, con sus mujeres y sus hijos, y ella, que era lógico que también iba a ir.
Margarita, procuro no llegar puntual, no soportaba a la mujer de su padre, ella nunca había pretendido ocupar el lugar de su madre, pero aun así la odiaba igual.
Cuando Margarita llamó a la puerta le abrió su hermano Nazario, lo beso y tras él, beso a todos, a su mujer a sus dos hijos, a su hermano José, a su mujer Marta y a su hija Irene, por último beso a su padre y después beso a su mujer. Cuando la beso, vió en su mano, en su dedo corazón una espinela, igual que la de su madre.  No lo podía creer. Pasó toda la cena atormentada, hasta que al final, pudo acercarse a su padre y preguntarle:
- ¿El anillo que lleva ella, es el de mamá?
A lo que su padre respondió que sí, que se lo había regalado él.
Margarita se echó las manos a la cabeza y le dijo:
- Pero si lo tenia mamá puesto cuando estaba en el féretro. Decidimos que lo tuviera ella siempre.
A lo que su padre respondió:
- Yo no había decidido nada, yo se lo había regalado, era mi mujer, y antes de cerrar la caja se lo quite.
Margarita en ese momento perdió el conocimiento y se desplomó. Sus hermanos rápidamente la socorrieron y la espabilaron y ella al despertar decía aterrorizada:
- ¿Y el otro de quien es?
- ¿Y el otro de quien es?
- ¿Y el otro de quien es?






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