domingo, 24 de noviembre de 2019

Rosa


Se había vuelto a reencontrar con él, era fontanero, pero él ni reparo en quién era ella.
Las pequeñas averías te las atienden difícilmente, había cogido su número del tablón de anuncios del supermercado y lo llamó desde allí mismo.
Sonó el primer tono y descolgó:
- Dígame.
Y le dijo ella:
- Es usted Manolo, es que tengo una avería en casa.
Él le respondió que sí y le preguntó de qué se trataba, que le explicara un poco, a lo que ella contestó:
- Es el desagüe del fregadero, se sale y me fuerza a tener un cubo, y es un auténtico engorro.
Él le contestó, que sin problemas que si quería podía ir esa tarde, a lo que ella contestó:
- Por supuesto que sí, cuanto antes mejor.
Y renglón seguido añadió.
- Le doy mi número por si no puede y me llama para otro momento.
El respondió, que era un hombre de palabra, que esta tarde a las cinco estaría allí, que le diera su dirección, que el número no hacía falta.
Ella le indicó dónde vivía, y le volvió a insistirle si quería el número de teléfono, que ella había cogido su anuncio y que no lo estaba llamando desde casa, sino desde un teléfono público en el supermercado.
Él le volvió a insistir que no era necesario, que iría sin falta esa tarde, y le remarco de nuevo que él, era un hombre de palabra.
Y así fue, esa misma tarde a las cinco en punto Manolo estaba allí.
Rosa, nada más abrirle la puerta lo reconoció, y nada más pasar a su lado incluso reconoció su olor, ese mismo olor, que tardó en salir de su cuerpo años.
Rosa, lo condujo a la cocina y él, casi sin mediar palabra se dirigió al fregadero y abrió la puerta para ver los tubos del desagüe, y dijo:
- Es el sifón.
Añadiendo de seguido:
- Tráigame usted la fregona y déjela por aquí, que es probable que la necesite, y acerqueme un paño, que no le importe que use.
Ella, hizo lo que el mando, y se fue dejándolo solo, al salón.
No podía creer lo que estaba pasando, él estaba allí, el hombre que la violó de niña, una violación que ella había callado porque eran otros tiempos y pensó que nadie la iba a creer.
Se agolparon los recuerdos en su cabeza, aquella sensación de asco, aquel agarrotamiento, el olor que se le quedó metido en la piel, y sobre todo el silencio, el forzado silencio, nunca se lo había contado a nadie, siempre había querido olvidarlo, dejarlo dormir, que se borrará, pero nunca se había borrado.
Esa era una de las razones de su soltería, la aversión que sentía hacia el sexo, la aversión a la proximidad de un hombre.
Él, seguía en la cocina, y ella sentada en el salón continuaba pensando.
Cuando él, estaba apunto de terminar entró ella en la cocina y le preguntó si quería un café, él dijo que sí, y se lo preparó, ella también se sirvió otro, lo tomaron en la mesa de la cocina, ella sentada frente a él, mirándole a los ojos y haciéndole discretas preguntas. Tenía una mirada triste, parecía que no le había tratado bien la vida.
Rosa, le dijo tras dar el último sorbo:
- ¿ A cuánto asciende la broma? mientras sonreía, con una amplia sonrisa.
No era caro el arreglo, y así ella se lo expreso, pidiendole a continuación si tenía una tarjeta, para guardarla por si lo necesitaba otra vez. Manolo, sacó de su cartera una y se la dió.
Rosa, lo acompañó hasta la puerta y se despidió de él.
Ya sabía su nombre y su teléfono, ahora sólo faltaba averiguar dónde vivía y decidir que iba a hacer.
A Través de la guia telefonica no fue difícil buscarlo. Allí estaba su dirección, Avenida Marqués de Castellflorite nº 33, 7º b. Ahora sólo faltaba hacer más averiguaciones sobre él.
Manolo no la relacionaba con el pueblo, pero la conocía y eso dificultaba la investigación, no se podía dejar ver merodeando por allí. Decidió entonces coger una habitación en una pensión cerca de su trabajo, un cuarto en el que cambiarse de ropa, de estilo de vestir, ponerse una peluca y así con una imagen diametralmente opuesta a la suya, ir a la Avenida de Castelflorite y conocer la vida que llevaba Manuel. Esta rutina la llevó a cabo durante un mes, de casa al trabajo, del trabajo a la pensión, de la pensión al barrio del fontanero, y de allí vuelta a la pensión y otra vez a casa, para al día siguiente volver a empezar. Tras ese ajetreado mes, donde nunca coincidió en persona con él, pudo conocer a su mujer, a sus hijos, a vecinos, saber que no le iban bien las cosas, que la vida, como ella pensaba, no lo había tratado bien.
Y fue entonces cuando decidió llamarlo de nuevo, para que le arreglara otra avería.
En ese mes, ella había averiguado también como joderle el hígado, como envenenarle el café, como ajustar cuentas, como cobrarse el daño que él, le había hecho siendo una niña.
Era un miércoles, llovía suavemente, habían quedado a la misma hora. Él atendía estos trabajos por la tarde, por la mañana llevaba el mantenimiento del edificio donde vivía y era el portero del inmueble, pero el dinero no era suficiente para vivir, por eso hacia extras, atendiendo pequeñas chapuzas, como la del desagüe, o la del calentador, que era la que en un momento le iba a atender, todo esto lo hacía en negro, no era un trabajo declarado, eran ayudas para salvar el més, para trampear lo difícil que era vivir en aquella cara urbe.
Fue puntual, ella le abrió la puerta, lo saludo como la otra vez, volvió a sentir su olor y volvió a recordar, lo condujo al tendedero, allí estaba el calentador. Y como la otra vez lo dejó allí, mientras ella se fue al salón a pensar lo que estaba haciendo, lo que le iba a hacer.
Manolo ya había terminado el arreglo, le dijo que no era nada, que era una abrazadera que estaba mal apretada, y que ya no gotearía más. Le dijo que no sabía que cobrarle. A lo que Rosa contestó:
- Su trabajo y el desplazamiento, la molestia de venir hasta aquí.
Añadiendo renglón seguido, que si quería que le sirviera un café. Él contestó que de acuerdo, y como la otra vez, se sentó en la mesa de la cocina a esperar que se lo pusiera, mientras conversaba de intrascendencias ella con él. Le sirvió el café y se lo puso delante y en el momento de acercar el azucarero, titubeo y se le resbaló de las manos, haciéndose añicos en el suelo, sacó el cepillo y el cogedor mientras disculpaba su torpeza y le dijo:
- ¿Si lo quiere tomar? Tiene que tomarlo amargo, no tengo más.
A lo que él contesto que no le importaba tomarlo sin azúcar.
Tras el último sorbo le dijo un precio ridiculo, ella se lo abono y abriéndole la puerta se despidió de él, diciendo.
- Muchas gracias, si le vuelvo a necesitar, lo llamaré.
Tras cerrar la puerta volvió al salón y sentada frente al ventanal pensó, que la vida de su violador había estado en sus manos, pero ella no era como él.

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