martes, 26 de noviembre de 2019
Mariana
Mariana, estaba cansada de recibir lo que no daba, de las grajas enharinadas de sus relaciones convenientes, de la envidia de un circulo de hipocritas afectos que sólo esperaban su óbito, para saquear su casa. Ella lo vio muy claro cuando murió Serafina, la única a la que podía llamar amiga. La lamentable pelea de verduleras a la que tuvo que asistir mientras la velaban. Estaba muy claro que eso no lo quería para ella. Aunque ella no tenía ningún hijo casado con ninguna arpía. Directamente no tenía hijos, tenía algo peor, sobrinos, de esos que te da el diablo, sobrinos pedigüeños y falsos, que se creían con derechos sobre algo que no habían sudado, ni custodiado.
Mariana, aunque tarde, aterrizó en la cruda y dura realidad, la del despreciable afecto que te profesan las garrapatas. Era triste ver, que cuando ella comenzaba a tener los pies en la sepultura, aparecía en escena la patulea de su sangre, queriendo controlar sus gastos y decisiones para que no llegara a sus manos menguada su fortuna, una fortuna que nada tenía que ver con ellos, pues era el sudor y el legado de su difunto marido, el juez Nicanor Echeverría.
Mariana, decidió gastar sin tino, pulirse todo lo que tenía, no dejar nada, o si dejaba algo dejar deudas.
Llegaba la Navidad, y decidió realizar su primer dispendio. Contrato a la Coral de la Capilla Palatina para que en Nochebuena diera en la Iglesia de San Miguel un concierto. Hablo con la Imprenta de los Buendía, mandó imprimir unos muy régios tarjetones, e invitó a lo más granado de Orantos. Don Manuel, estaba encantado con aquel evento. Por cuenta de la Viuda de Echeverría, tambien correría el arreglo floral de la Iglesia. En los tarjetones, rogaba asistir de gran gala y que la recaudación del voluntario donativo, sería para el Hospicio de San Clemente. Por supuesto invitó a los interesados de sus sobrinos, para contemplaran en primera fila todo su dispendio.
Todo estaba programado para empezar a las siete, primero sería el concierto, luego la Misa de Gallo y después un ágape en el claustro de las gárgolas.
En Orantos, era muy grande el revuelo provocado por este concierto, la misa y el ágape. Don Manuel, el joven cura de San Miguel, estaba contentísimo con todo, y veía muy acertada la misa en medio, pues si querían ir al convite, tenían que oír misa forzosamente.
Mariana, se empezó a arreglar sobre las cinco y media, se puso su vestido negro cuajado de pedrería azabache, y sacó de la caja fuerte el corsario de brillantes de su tía Alfonsa, los pendientes de boda de su madre, los brazaletes de zafiros de la abuela Enriqueta Benquerencia, y la tiara de diamantes y esmeraldas de la Virreina del Perú, la baisaluela Amalia Teresa.
- Más siempre es más y sobre todo cuando una es una vieja.
Dijo mientras se volcaba encima todo el joyerío.
Mientras se sobrecargaba pensaba en las grajas, en sus sobrinos, en todos los que pensaban heredar y deseaban expoliar su casa. Y decía para sí:
-Lo veréis, lo deseareis, pero no lo catareis.
La llegada a la Iglesia de lo invitados fue grandiosa, todos con sus mejores galas, compitiendo en brillos y en alhajas. La noche era fría, pero la luna lucía espectacular en el cielo despejado, en un par de días sería luna nueva.
Mariana, recibió a sus invitados en la puerta, con Don Manuel a su lado y el pequeño Tomasín que recogía los sobres de los donativos. Era todo tan regio, tan teatral, tan cosmopolita. aquella feria de destellos y vanidad.
No faltaron a la cita los tres hijos de Serafina, y las tres nueras arpías, se habían repartido su adecero de espinelas, la mujer del hijo mayor llevaba los pendientes y el anillo, la del mediano la piocha y la gargantilla y la del pequeño el broche y las pulseras, gemas y estatus de alguien a quien nunca quisieron y cuidaron.
El Concierto fue divino, las iglesias tienen tan magnífica acústica. La coral comenzó con "Adeste fideles", "El Abeto", "A la flor del alba", " Aghia Marina" y terminó con " Airiños da miña terra".
La iglesia estaba abarrotada, de la flor y nata de Orantes, y de todo lo que no era ni flor, ni nata. Hasta sus siete sobrinos estaban allí presenciando los fastos de Nochebuena de Mariana, aquel dispendio que menguaba su herencia, los sobrinos y sus partners, jugaban en su imaginación a repartirse las alhajas de la octogenaria Mariana, jugaban, sólo jugaban.
A los pies del altar estaba el misterio, el misterio monumental que se armaba con la Virgen de la Asunción del retablo mayor y con el San José del retablo de la capilla del mismo nombre, el Niñito Dios, se añadiría al comenzar la misa. Y fue en ese momento cuando terminó el concierto y se iba a ir Don Manuel para revestirse en la sacristía, cuando Mariana Alonso, Viuda de Echevarría, se levantó del sillón desde el que presidía el evento, y agarró del brazo al curita, y ambos se dirigieron al centro de la nave mayor, delante del misterio, Mariana habló al cura al oído, y llamó a su fiel Marcelina, su criada de siempre y ante todos y ante los interesados sobrinos, se comenzó a desprender, con la ayuda de la sirvienta, de todas sus imponentes joyas, y las fue poniendo a los pies de Nuestra Señora de la Asunción, mientras decía al cura y a los presentes:
- Todos sois testigos de mi donación.
Tras despojarse del peso de las joyas, más ligera, pero igual de elegante, volvió a ocupar su sitio, ante las exclamaciones de las clases altas y del pueblo llano, y ante el berrinche y la decepción de sus sobrinos los cuervos, que se levantaron de sus sitios y abandonaron la Iglesia, consternados por lo que acababan de presenciar, y sobre todo por el escarmiento que acababan de recibir.
Con la ausencia de los que estaban esperando enterrarla y repartirse el botín, empezó la misa de Nochebuena, con el lustre de la Coral Palatina. El sermón fue breve y por supuesto Don Manuel agradeció a Doña Mariana, el gesto, el regio presente que acababa de tener con Nuestra Señora de la Asunción, que a partir de esa noche iba a lucir más Reina que nunca.
En el lado del evangelio de la Iglesia de San Miguel, estaba la puerta que comunicaba directamente con el claustro de las gárgolas, y en ese patio, tambien estaba la sala capitular. En esa sala estaba el ágape para los mojes, el cura y las clases altas de la Villa, y en las galerías del claustro el convite para el pueblo. Todo salió a pedir de boca, Mariana esa noche se fue a la cama satisfecha, pletórica, ligera.
No tardaron en llegar las reacciones al dispendio, sus queridos sobrinos a través del Abogado Venancio Martos y del Doctor Aniceto Zama, buscaban someterla a unos exámenes para inhabilitarla e impedir que siguiera gastando, claro que al no ser ni hijos, ni marido, ni herederos directos de ella, pues eran sobrinos segundos, hijos de los hijos del hermano de su padre, Don Wenceslao Alonso Madrigales, o sea hijos de sus primos hermanos. Imposible que eso prosperará, pero el hecho de retratarse con esta estrategia tan torpe, cabreó aún más a Mariana, que tenía fieles aliados en la defensa de su cordura, al cura de San Miguel, al boticario, a su médico de cabecera y a muchas ricas que habían visto con muy buenos ojos el dispendio en el acto de Nochebuena, que había recaudado para las Obras Pías de San Clemente, del Hospicio de Orantos, la friolera de 3000 reales.
La avaricia de los cuervos colmó, la paciencia de Mariana, que tras salir airosa de las acusaciones de demencia, llamó al notario, y en presencia de Don Manuel, Marcelina y el boticario, Don Anselmo, otorgó testamento a favor de los monjes de la Iglesia Convento de San Miguel, nombrando como albacea de sus últimas voluntades al curita Don Manuel. Sólo pidió a cambio, una cosa, que cuidaran de que no le faltara nada a Marcelina, y las suficientes misas para la salvación de su alma.
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