Retorcer la moral, es el primer paso para implantar un nuevo orden, es necesario que dejemos de ver como hasta ahora lo haciamos, tenemos que cambiar la percepción de nuestros nuevos actos y del mundo. Los amorales tiempos, llegan siempre de la mano de la degradación de los grandes principios, ejes vertebradores de nuestra sociedad.
La guionización es tan ingente, que hasta el aire etéreo, se somete a los dictados de la amoralidad imperante.
En esta partida, en la que queda muy claro que el suplantador va a hacer trampas, hay que neutralizar al libre pensador, al que es consciente de toda esta subversión y se enfrenta a ella y la retrata.
De la amoralidad no nace la democracia, porque la amoralidad no es un codigo de valores, sino la vulneración sistemática de cualquier valor.
Tampoco la amoralidad es el caos, porque en el caos no habría ninguna prevalencia, ni plan previo, y en este régimen tiránico, hay desde el primer movimiento de ficha, desde la apertura del juego, un diabólico plan, para utilizar el sistema, para acorralar e inmovilizar al disidente, como un ánimo espurio, de vulnerar este mismo sistema en su único y exclusivo provecho.
Los enemigos de la razón son muchos, pero socavados los principios de la razón y aglutinada la masa ingente de borregos, en el odio al ficticio y recurrente enemigo común y exterior al aprisco de los mansos y buenos que obedecen al nuevo orden, es ya muy fácil rendirlo todo y hacer ver como el patíbulo es el precio justo, que deben pagar los que osan opinar con criterios propios, sobre la maldita partida que va ganando el orden ficticio e impostor, con tramposas tretas.
Pieza clave en esta apologética batalla, son los voceros, los apesebrados difusores de las prédicas y bondades del orden nuevo, que desde sus televisivos alminares, inyectan soflamas abyectas y de parte, en las mentes de tierna manteca de los que confinados delante de la caja tonta, sólo estiman la telerrealidad oficial.
Esto, ya acontece, y ni que decir tiene que son pocos lo que detectan esta inmersión, esta confabulación, esta troupe de enharinados lobos, que nos encierran, en el aprisco del confinamiento, para impedirnos pensar y opinar.