sábado, 9 de mayo de 2020

Tito Áurico y el fuego


El fuego purificador convirtió sus problemas en humo. Se esfumó su malestar y sólo quedó de la hacienda un montón de ladrillos humeantes, y cálidos y reconfortantes rescoldos. Tito Áurico, no supo, ni quiso enfrentar aquel problema de otro modo. Porque la libertad con demasiada frecuencia, tiene un altísimo precio, y ese era, calcinar todos y cada uno de sus irresolubles lastres.
Desde muy pequeño sintió una atracción irrefrenable por el fuego, azuzada por su madre y su manía por quemarlo todo, por borrar en la pira, todo lo que le incomodaba u ofendía. Desde muy pequeño Aurea, le enseño a bloquear lo malo, lo negativo, la catástrofe, escribiendo en un papel sus pesares y tras doblarlo con mimo, arrojarlo al fuego y contemplar como convertido en humo y pavesas, el problema había desaparecido. Tito, nunca se llevó bien con su padre que jamás vio con buenos ojos la influencia de Aurea y toda su superchería, en su primogénito, en el único vástago que le dió aquella excéntrica mujer.
Justino Áurico Vastomonte Velasco, nunca se sintió cómodo en aquella familia, su madre tampoco se ahormo bien a la severa insustancialidad de los hacendados Vastomonte. La polvorienta maraña de recato y comedimiento de aquella casta, a Aurea, siempre le dió muchísima pereza.


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