Siempre he querido creer en la reciprocidad,
en la escabrosa palabra que es ser correspondido, recibir.
Siempre quise amar y ser amado,
sentir esa conexión que nos hace fuertes y vulnerables,
que nos aísla y une al mundo,
esa colisión que es entrelazarse
y sentir que nada existe más allá de ese abrazo cósmico.
Siempre quise sentir ese dardo al unísono,
vibrar en los mismos instantes,
alcanzar la gloria
traspasando las puertas del placer a la vez.
Lo perseguí todo,
todo lo roce,
y no duro todo
tanto como yo quise.
No era mi camino
o quien caminaba conmigo no lo quería hacer.
Y nuestra trayectoria se volvió errática,
nos convertimos en un río turbulento,
lleno de peligros, de sombras.
Y cuando llego el llano
y se sereno nuestra furia,
llegaron los meandros de soledad,
curvas infinitas sin avances,
lugares donde se depositaban las afrentas,
donde no había rosas,
donde sólo había reproches y tormentas
que amainaban con un sexo forzado por el miedo a romper,
un sexo que se volvía alambicado,
un sexo en el que ya no estábamos solos,
un sexo oscuro, sin fondo,
un sexo donde ya no había amor,
un sexo donde había vicio, hambre y brillo de strass,
pacotilla que sólo soportaba la noche.
Siempre he perseguido un amor eterno,
pero nunca he encontrado mi partener.