jueves, 3 de marzo de 2022

Velmur


"Muchas veces las vidas cotidianas, hasta las lineales y sencillas, son un laberinto." 
Irsia Carolain Sprimbol

Siete años llevaba Sergio trabajando en aquel rincón, en aquella esquina, en los tres metros cuadrados que definían el fregadero y la cámara frigorífica, era su puesto, allí, quitaba las escamas y las espinas a los rascacios; allí, desplumaba y deshuesaba los pollos que una vez por semana traían de la granja de los Mendía, allí pelaba las papas, troceaba la fibrosa carne de la cola del caimán, todo lo hacia allí, sin moverse de allí, salvo para aliviarse que salía al escusado que daba al pantano, el mismo donde vertía las vísceras de todos los bichos que limpiaba. Siete años sin moverse de allí, sin gastar nada, durmiendo en un camastro en una angosta habitación que compartía con Miguel, uno de los camareros de La Fragata, el concurrido y barato restaurante donde trabajaban. No recordaba claramente como llegó allí, ni sabia ciertamente si algún día se podría ir. Una mañana, como aquella misma mañana, apareció allí, en aquel rincón, limpiando rascacios, como si estuviera predestinado para aquella tarea, dar cuerpo y sustancia a la contundente sopa de la casa, el plato estrella de aquel retirado restaurante donde nunca había mesas vacías, donde no dejaba de entrar y salir gente.
Tronado, era un pueblo a veintisiete kilómetros de la costa, asentado en las colas dulces de los manglares, entre pantanos. Siete años sin salir de allí, sin saber nada de nadie, sin que nadie supiera de él, salvo su madre, la única con la que mantenía un vinculo, un contacto, un sueño.
Las vidas sencillas son intrincadas trampas de las que es casi imposible zafarse, son como la rueda donde corre un hámster, un artilugio del que sólo se puede salir, si decides parar.

Cinco meses tardó en parar después de recibir la carta, cinco meses permaneció en aquel rincón, haciendo lo mismo, durmiendo en aquel angosto cuarto al fondo del galpón donde se almacenaba de todo. Ni la misiva que le comunicaba la  muerte de su madre había sido capaz de romper aquella inercia, aquella protectora rutina. Pero una mañana como tantas, en la que la lluvia ametrallaba el techo de chapa del angosto cuarto, se levanto se puso sus gafas de cristales grises y salió a mojarse aquel patio trasero que daba al pantano, salió y rompió la rutina, se escapo de la rueda, y allí parado y empapado decidió que tenia que regresar.

No era gordo, no era delgado, no era alto, no era bajo, no era en concreto nada, nada importante, nadie por quien mereciera girar la cabeza, para volverlo a mirar. Cuando cogió el tren para desandar los más de dos mil kilómetros que separaban Tronado de su casa en Velmur recupero un sueño, el único sueño que siempre había tenido, convertirse en quien realmente siempre quiso ser.

Nunca fue de entablar conversaciones y menos aun largas, se movía cómodamente en los monosílabos y en los movimientos de cabeza. Se percató en seguida que frente a él, iba sentado un joven de importante atractivo, que discretamente no dejaba de mirarle, imaginó que sería por sus gafas de cristales ahumados que de daban un aire raro y enigmático. Las gafas de sol no eran un capricho, eran fruto de la necesidad y de su primer fracaso. No era muy perceptible, pero era perceptible para él, y eso era suficiente para ocultar su mirada tras aquellas gafas de cristales color gris.

Desde pequeño le atormentaron sus ojos rasgados, su mirada achinada, oriental. Siempre quiso occidentalizar sus parpados y por esa razón, desde muy pronto, ahorro para poder hacerlo. Nunca dijo nada en casa sobre este anhelo, lo maduró y planeó como casi todo en silencio.
Tenía diecinueve años, espero al verano,  en casa dijo que trabajaría en un campin en las playas de  Altaner, sabía que sus padres ni se opondrían, ni se preocuparían de él. Reservó una habitación en un hostal a las afueras de Velmur, en el barrio de Escandón, muy cerca de la pequeña y económica clínica donde su compañera Liliana, se había puesto más pechos, y donde  había decidido que le iban a operar a él.

 

martes, 1 de marzo de 2022

El lazo negro


Siempre fui 
un niño enfermo, 
desganado y absorto, 
aunque nunca 
me gusto serlo, 
pero natura 
decidió por mi 
y yo asumí 
muy a mi pesar 
ese reto. 

Jamás me manche, 
jamás alborote mi pelo, 
jamás deshice el lazo 
de terciopelo negro 
que todas las mañanas 
hacía mi madre al rededor 
de mi frágil cuello. 

Siempre fui delicado, 
un poco siniestro, 
de risa difícil 
y ojos muy negros. 

Y tarde mucho, 
pero que mucho tiempo, 
en amar los talentos 
que al nacer 
me dio el cielo. 

Altanería


Pongo al servicio 
de la locura 
todos mis campanarios. 

No pienses 
que es libre albedrío 
mi falta de mesura, 
es sólo 
que mi escorrentía 
aun embridada 
anega toda 
la vulgar llanura. 

Llámame soberbio, 
porque en nada 
me lastima, 
pues no hay 
nada más bello 
que un corcel 
al que encabrita 
su altanería. 
 

lunes, 28 de febrero de 2022

El apuesto necio



El estúpido mesianismo de los mediocres, charcos de lodo donde el sol no se refleja. Vivimos, quizás como siempre porque perdemos con facilidad la referencia y vemos y percibimos grandilocuentemente el ahora, tiempos de encumbrados mediocres, percibidos por la mayoritaria patulea como mesiánicos lideres. Esperpénticos tiempos donde las fotos del amado líder, que se somete a retoques para corregir sus cacarañas, corren por las cajas tontas, atontando a esa abducida mayoría que quiere medrar parasitando un sudor que no les corresponde, un confiscado esfuerzo que se dilapida para mantener la corte y sequito de nucientes garrapatas que encumbra a la poltrona presidencial al apuesto necio, que acude sin aceite a todos los banquetes y en todos, por necio, se queda en la puerta.

domingo, 27 de febrero de 2022

Océano


El océano frente a mi, 
y en la cara su frialdad. 

El deseo es oleaje, 
oleaje que sin distinción 
todo lo arrastra, 
y lo trae a la orilla, 
pudridero de banalidad.

La belleza, no es infinita, 
la adversa eternidad, si. 

viernes, 25 de febrero de 2022

Sólo creo, ya no creo


Sólo creo, 
en los espacios 
abigarrados, 
en la acumulación 
infinita,
en la absurdidad 
y la petulancia, 
en la altanera 
soberbia, 
en la enquistante 
pedantería, 
en retorcer 
tus frases, 
tus palabras, 
tus gemidos. 

Ya no creo 
nada en ti, 
en el vacío, 
en tu superficialidad 
y en todas tus rutinas, 
en tu orden 
a la hora de comer, 
en la rigidez, 
en abandonar cosas 
por el camino, 
en la imperiosa necesidad 
de viajar a lugares 
que no te dejan huella, 

Ya no creo
en tus palabras 
de amor 
que suenan 
a necesidad.

La piel nada cuenta


En la distancia 
sólo es posible 
comunicarse con palabras, 
la piel nada cuenta. 

Nos desvivimos 
por lo que anhelamos. 

Detestamos 
lo que ya poseemos. 

Tropezamos 
en el mismo pedernal 
por el vicio 
que no reprimimos. 

Renglones 
para ganar guerras 
en las que no derramamos
ni una gota de sangre.

jueves, 24 de febrero de 2022

Manos que intentan acariciar el cielo


Hay cuerpos, 
que es imposible 
no desearlos. 

Las luces estroboscópicas 
iluminan con sus espasmos, 
las manos que levantadas se agitan. 

Voy de alcohol y estasis, 
trágica combinación 
que me hace 
desear e imaginar 
que esas manos acarician 
todos y cada uno 
de los centímetros 
de mi cuerpo.
Imaginar que esos 
dedos largos y finos 
enredan y hacen caracoles 
con mi ya de por sí encaracolado 
vello púbico.

Hay cuerpos, 
que es imposible 
no desearlos. 

Hay manos que sé 
que colmarían 
todos mis deseos. 

Me he quitado la camisa 
y a puro mi decima cerveza, 
tengo el corazón a mil 
y las locas manos 
que hay entorno a mi, 
me hacer dan vueltas. 

Cada segundo es valido,
cada locura es vivir, 
aunque sea a fogonazos, 
en esta selva de saltos 
y manos que intentan acariciar, 
como yo, 
el cielo.

miércoles, 23 de febrero de 2022

Abismo


¿Qué hace a las palabras distintas? 
¿Qué hace que algunas palabras venzan la distancia?
¿Qué hace mi mano cuando desespera porque no te alcanza?
¿A dónde yo no iría para saciar mis ansias?
¿Qué haces que no escuchas mis palabras?

Si existe el abismo, 
existe y tan vivamente lo siento, 
que ruedo por él, 
y en ese rodar me muero.

Cárstico


Mi dolor es cárstico, 
paisaje interior, 
de grandes 
y subterráneas cámaras, 
donde he enterrado 
ya a demasiados reyes.
Piedra caliza 
de aristas afiladas 
y cortantes, 
pasadizos angostos 
que yo sólo tránsito, 
pasadizos encharcados 
de lágrimas de desesperación. 
Quizás, 
sólo quizás, 
algún día 
la enormidad subterránea 
de mis tragedias 
aflore 
tras el terremoto 
final de mi adiós. 
Me arrepiento 
de todas las cosas 
que me he guardado, 
y que quizás, 
sólo quizás, 
se sepan 
con mi deflagración.

martes, 22 de febrero de 2022

Patibularias


"Tras la estelaridad siempre hay atroces dramas, jugosos manjares para las arpías patibularias. El éxito es abnegado esfuerzo, aunque a veces se toman escabrosos atajos"
Irsia Carolain Sprimbol

lunes, 21 de febrero de 2022

La última vanidad


La última vanidad, la última instantánea, abrir y cerrar de ojos que busca nuestra eternidad. La belleza de la desgracia, el dolor que intenta inmortalizar la belleza. Pasajeros de un tiempo que consume vidas, que derrota el recuerdo, que llena de nieblas nuestro eterno descanso. Es el último acto de valentía del pequeño David que sabe que nunca vencerá al cruel olvido que es Goliat.

La herida de mi presente


Que fácilmente afloran los recuerdos en los días tristes, cuentas pendientes, momentos de supina dicha, conflictos, olores, traumas, todos ellos estancos en una memoria maldita que vuelve a arrojar sal sobre la herida de mi presente infelicidad. Siempre que se esfuma el dulzor vuelvo a zambullirme en el mar. 

La cólera de la inferioridad


"La envidia es un francotirador, que te pone en la mira de sus traumas, que embargado de la cólera de la inferioridad, apunta a tu regia testa y dispara con frialdad."

Irsia Carolain Sprimbol

Quizás


Tras 
la cima 
de reír, 
llega
el valle 
de llorar. 

A veces, 
muy pocas veces, 
casi nunca, 
somos conscientes 
de que los ojos 
del mundo 
filman 
nuestros traspiés.

El rival 
agazapado
los observa 
y busca 
en nuestra actuación 
los errores 
con los que 
nos va 
a ametrallar. 

Sonrío, 
aunque 
mi interior 
está anegado 
y ya no puede 
embalsar más. 

Ten cuidado 
y mimetízate 
con la fiesta 
del mundo, 
con su banalidad.

Sólo quien 
se esconde 
en el banco 
de dorados 
y acicalados 
peces, 
que bulliciosos 
por las calles 
rinden tributo 
al labriego mercar, 
sobreviven 
para 
en el último 
segundo 
rodar, 
a la fosa fría, 
que quizás, 
sólo quizás 
nos abra 
la puerta 
de la eternidad.