sábado, 25 de enero de 2020

Hilaria Berenice Alfonsa


Hilario Berenice Alfonsa, nació en Colón, en un piso alquilado en el que vivía su madre cuando era amante de Reinaldo Camargo. Nació sin padre, porque el que preño a su madre nunca la reconoció.
Hilari, como la llamaron desde chiquitita en el liceo francés, era espabilada. A pesar de ser una hija natural, en determinados círculos sociales de La Habana, no se lo tuvieron en cuenta y máxime sabiendo que su madre era una mantenida del Gobernador. Toda la vida su madre fue la otra, pero gracias a eso, no le faltó de nada, y para montar su castillito en el Vedado, ser quien era, le abrió muchas puertas.
Hilaria, tuvo complicado extraerse a lo que había mamado en casa, su madre era una puta a la que retiró Don Reinaldo, la retiró por una mezcla de afecto y pena, porque se compadeció de ella y de verla trabajando hasta estando preñada. El Gobernador Camargo, fue quien le alquiló la casa, y le pasaba para la manutención, claro está, a cambio de favores sexuales; pero Rei, como lo llamaba Asunta, no era muy exigente, era de disparo rápido.

viernes, 24 de enero de 2020

Lycisca


Mesalina, jamás tuvo la pretensión de ostentar aquel estatus, de exhibir aquel título o baldón.
La Mesalina Criolla, como era llamada en San Isidro, en la noche de La Habana, en el burdel de las Antillas, jamás quiso asumir aquel epíteto como algo propio, aunque ese epíteto la definiera sobre manera.
Lola, era una proxeneta venida de San Carlos y San Severino de Matanzas, que arribó al barrio de la degeneración, tras quemar su vida de puta en el barrio de La Marina y Pueblo Nuevo de su ciudad natal, y tras entrar en la vejez busco fortuna regentando un burdel.
Lejos quedaban los tiempos en los que entró de "pupila", bajo la despótica Sonsoles, La Tuerta, su "Ama de Casa", tiránica matrona, que exprimió su candidez y su insaciable lujuria, así como sus dotes para los picantones bailes. Claro que Lola, tambien llamada Lycisca, mujer loba, se emancipó pronto, porque harta de las humillaciones de La Tuerta, la eveneneno, untándole el ojo de cristal con cianuro, cuando se lo quitaba por las noches y lo ponía en un platito de porcelana que tenía en su tocador.
Lycisca, pasó unos días en el hospital de mujeres de San Nicolás, que era como una prisión, porque ella fue la principal sospechosa del envenenatiento de Sonsoles Requejo. Ella era la más aventajada de sus pupilas y la única con un carácter airado y levantisco. Pero ante la falta de pruebas concluyentes y que podía haberla envenenado cualquiera que conociera sus rutinas para con su ojo de cristal, que lo lubricaba metiéndoselo en la boca, antes de colocárselo en su vacía y reseca cuenca ocular.
Lola, se prostituyó por dinero, para salir de la miseria, y huyendo del futuro de sus padres que trabajaban de sol a sol en el ingenio azucarero de los Buendía-Valparaíso. No le resultó complicado asumir el manoseo y el fornicio como modo de vida, porque ella era de natural libidinoso, era ninfómana, ya de bien chica, en la hacienda, se revolcaba con negros pingones que le sacaban tres o cuatro cabezas, hasta que se quedó preñada y se escapó de casa para entregar al mulato que parió, en el Hospicio de las Clarisas. Una cosa llevó a la otra, y así terminó bajo las órdenes de La Tuerta.
Tras salir de la reclusión, Lola, se trasladó a ejercer su oficio a Pueblo Nuevo, a una casa que le alquiló el nieto vicioso de Doña Rita Sotolongo, al lado de la recién edificada Iglesia de San Juan Bautista. Allí, fue ella, a pesar de su juventud, la que tomó bajo su cargo a varias pupilas, demostrando sus dotes para explotar un bayú.
Las normas del Reglamento Especial de Higiene, eran muy estrictas en Matanzas, con ese reglamento se calificaba a las putas para tributar, ella era una puta de primera y sus tres pupilas, una era de segunda y las otras dos de cuarta. Lycisca, como la seguían llamando los habituales, con el asesoramiento de un medio chulo que se busco, compró y reformó la casa del Sotolongo, y puso más cuartos para el fornicio, y se trajo a su madre, de la explotación de caña de azúcar de los Buendía-Valparaíso, que para entonces ya se había quedado viuda,
Vivió unos años buenos, de calma, mientras ahorraba para retirarse, a pesar de que que el chulo le salió rana y la estafó en el primer intento de trasladar el negocio a San Isidro.
A Mesalina, le aguanto la belleza hasta los treinta y siete, aunque ella se siguió prostituyendo unos diez años más, pero no con las mismas tarifas de su época de tierno dulzor.
La muerte de su madre y contraer sífilis, fueron los detonantes para mudarse a La Habana, donde ella ya había comprado la planta principal de una casa en la Calle Picota. El tratamiento con bismuto y arsénico y ungüentos mercuriales, era algo que sólo le podían dar en la Clínica del Doctor Yarini en la capital.
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miércoles, 22 de enero de 2020

Manfred Johnson de Basterrechea y Villiers


Tierna arcilla eran los niños en sus manos, tierno barro que él, modelaba con malicia, con sádica perversión.
En el internado, él, era el director, bajo sus órdenes estaba todo. Era suspicaz, muy inteligente, con una gran capacidad para influir y manipular.
Era maravilloso tener a su merced aquellos muchachos huérfanos, sin vínculos familiares o con muy pocos vínculos.
Manfred, era ególatra, despiadado, un depredador nato, y en el internado tenía todo tipo de carne de cañón.
Nadie podía imaginar el doble juego de aquel ser de apariencia angelical, alto y apolíneo. Él, no era sólo el director de aquel hospicio, sus negocios se extendían en el mundo de la noche y las depravaciones inherentes a aquella Gomorra de las Antillas.
El Hospicio de San Isidro Labrador, estaba enclavado en el barrio del mismo nombre, en el barrio de prostitución preferente de la vieja ciudad.
Había que vivir de las mujeres y nunca morir por ellas, solía decirle con la puerta cerrada, en el despacho, Pepito.
Pepito, era su escudero, fuera, en el barrio peor afamado de la ciudad, era el que ejecutaba sus órdenes y le controlaba a las prendas, o a los muchachos en los reservadísimos cuartos del hostal de la Caridad.
Manfred, era hijo de la sacarocracia habanera venida a menos, que no podía ya permitirse vivir del cuento y por eso entró a dirigir el orfelinato de San Isidro. Lejos quedaba la vida regalada de sus padres y de su infancia, el palacete en el Paseo del Prado y los estudios en Estados Unidos.
En San Isidro, el barrio del sexo rentado como lo conocían en toda La Habana, no le resultó nada difícil contactar con el hampa, y hacer dinero fácil y liderar estas juntamentas. Manfred Johnson de Basterrechea y Villiers, tenía el don de unir con clase las palabras, de hablar en un tono bajo y lineal, con pocos aspavientos, se notaba que había viajado y dominaba el inglés, todo esto hacía de él, un guayabito, un conquistador, con capacidad para rendir por igual a hombres y a mujeres. Su vida, como le dijo Lola, la negra que lo crió, estaba gobernada por Changó, uno de los orishas del panteón Yoruba, señor de la virilidad y del fuego; dueño de los tambores de Batá; que representan el gozo de vivir, la belleza masculina, la pasión, la inteligencia, la riqueza.
Él, desde el internado, era el guardador de uno de los mejores rebaños de putas del barrio, las prostituía en todo tipo de locales y las mandaba también a hoteles, en el Saratoga, él, era el único suministrador. Y a los niñitos exquisitamente seleccionados y aleccionados, los mandaba por la tarde al Hostal La Caridad, entraban de modo muy discreto, por un callejón que había en la Calle Damas, detrás de la Iglesia de La Merced.
Después de la primera intervención americana, Cuba ya no era lo mismo, se suprimieron los toros, hasta se prohibió la lotería, con las peleas de gallos no se atrevieron, pero el vicio continuaba igual de pujante, y se abrían nuevos hoteles y salas, y los gringos venían a los casinos, a disfrutar de las francachelas nocturnas que ofertaba La Habana.
El bullicio de putas exoticas, preferentemente francesas, aunque en realidad no todas lo eran, y fueran belgas, alemana, italianas o austriacas; trajo la guerra por el control del mercado; y esas disputas, una mañana, se materializaron en un disparo al fiel Pepito, un disparo desde un balcón, en el que no se encontró a nadie. Pepe, iba al Palais Royal, a la Calle Obispo, a hacer compras, de esas que la revolución terminó llamando burguesas, acompañado por Paula Morales, pretendían compran caprichitos. para que lucieran ardientes y bien lindas las de Francia, las de los usos libertinos, las del sexo oral y anal, las de las posturas contorsionistas, las más codiciadas. El tiro le rozó la sien, le hirió. pero sin graves consecuencias. Fue un aviso que obligaba a extremar las precauciones.
Manfred, se sintió muy contrariado con este conflicto, con esta colisión de intereses, que se podía haber saldado con la pérdida de su queridísimo Pepito, de su incondicional y fervoroso servidor, de su más leal compañero.
No era fácil encontrar alguien que te profesara esa devoción, alguien a quien también profesar aquella camaradería que existía entre los dos, entre el refinado Johnson de Basterrechea y el bellísimo rudo, pero tierno Pepe Villaverde. Se conocieron en los tiempos mozos en los que Manfred, aún iba al colegio San Melitón, no eran compañeros, José, era de ascendencia social más baja, su madre llamada, La Vizcaína, era cocinera en casa de los Torre de Lima y le tocaba a Pepito, llevar el bocadillo a la hora del recreo a los señoritos de su madre. Su amistad, se afianzó un dia en El Cosmopolita, cuando un amigo conservador y de elitista familia, Alonsito Morales de Cepeda, se metió con el muchacho, con su Pepito, y Manfred, le despachó un puñetazo que le aflojo varios dientes. Desde entonces su unión se hizo inquebrantable, unión que venía desde cuando jugaba con él, en la cocina, en las aburridas visitas a sus parientes los Torres de Lima.
Villaverde se salvó, sólo le quedó la marca del rasguño, pero la herida en el honor de Manfred, nunca cicatrizo y le obligó a poner un escolta a Pepe, alguien que guardara sus espaldas en las noches de bayú de San Isidro.
 A pesar de ser de una familia de linaje católico, por extrañas razones Manfred, se inició en la Sociedad Secreta Abakuá, muy probable seria por el influjo de Lola, la negra de Matanzas, que llegó a la capital desde el ingenio de los Villiers, para servir a Leandra, cuando esta se casó con el Johnson de Basterrechea. Para ser hombre, no hay que ser Abakúa, pero para ser Abakúa, hay que ser hombre; esta secta, originariamente sólo admitía varones negros, pero desde 1863 y en Guanabacoa, por obra de Andrés Petit, se empiezan a incorporar blancos y mulatos en un plante llamado Akanarán Efor. su iniciación ñañiga confirió a Manfred, una gran versatilidad de movimientos en los submundos de la isla, así como la capacidad de penetrar en esferas sociales vetadas a un blanquito católico de clase alta. Podía, y lo hacía, relacionarse con lo más alto y lo más bajo y conociendo todas sus miserias. las podía explotarlas en sus negocios de juntamentas con hembras placenteras.
Tras el intento de destronarlo, el Johson de Basterrechea, desplegó todo su maquiavelismo, para proteger lo que era suyo, sus fulanas y sus pisos de citas, sus colegialas y las putas viejas que trabajaban para él, de matronas, su más que rentable Hostal La Caridad y su influencia en el Saratoga, en el Tokyo,en el Hotel Sevilla. Ser el Rey, conllevaba estar expuesto a conspiraciones.
No le costó averiguar el apache, el chulo francés, que estaba detrás del ataque a Pepe, averiguarlo y marcarlo, para con la requerida calma tenderle una trampa y cobrarse con intereses la osadía.
Todas las mañanas, discretamente y en el bar de siempre, desayunaba con su Pepito, en la esquina con Compostela, cerca de la fonda donde se hospedaba el fiel. Allí en un velador esquinado, los dos trataban de sus asuntos, con un café y un coñac, de la demanda de putas por la construcción del canal. Y tramaban cómo iban a pasear el cebo de Rachel, "La Rosa de Francia" la más bella mujer que paseó tacones por las estrechas calles del barrio.




martes, 21 de enero de 2020

Cloe Alexia Berrueco de Menocal


Los Berrueco de Menocal, no llegaron a su estado actual porque si. El serpentín de sus enlaces, fue el que destiló una casta de rarezas sin par y unos vicios sin parangón entre los de su estatus.
Cloe Alexia Berrueco de Menocal, nació en San Cristobal de la Habana, nació en la urbe cosmopolita que la Habana era entonces. Conoció y disfrutó de la urbe bulliciosa, y padeció tras la revolución la miseria de haber apostado por seguir viviendo allí.
Cloe, podía haber optado por marcharse, pero decidió no abandonar su casa del Vedado, hacía mucho tiempo que el palacete del centro lo habían convertido en un hotel.
No se puede desdorar a las esposas porque uno sabe muy bien la influencia que tienen. Cloe, permaneció en Cuba, porque estaba ennoviada con un gerifalte de la revolución. Las clases no las borran ni las más aspavientiosas revueltas. La lujosa mansión de los Menocal, fue de las pocas que permaneció intacta en el barrio, Toribio de Nobalina, se aseguro de que nadie saqueara la casa de su querida.

lunes, 20 de enero de 2020

Tal vez fracase


"Tal vez fracase, pero será fructífero el fracaso."
Sembrar no lleva aparejado recoger frutos y hay frutos que recogemos y que ni siquiera los hemos sembrado.
Esa era la peor parte de su tesón, encajar las derrotas, revertir el resultado y argumentar una estrategia de satisfacción, tras el traspié. El carro de la fortuna, es así de caprichoso, unas veces brinda éxitos y otras veces estrepitosas claudicaciones, porque, lo que es perder, nunca está nada totalmente perdido, si uno decide seguir insistiendo.
El celibato, es una opción de vida, que evita la dispersión, pero a la vez elimina el primer estímulo del hombre, legar y perpetuar su estirpe. Soltero, uno se entretiene en otras cosas, concentra sus fuerzas en metas menos terrenas, uno puede divagar y ser abogado de pleitos pobres.
Las causas nobles de Eliseo, hubieran sido impensables, si hubiese estado casado.
Nadie le respondía, nadie le menguaba, a nadie se debía, y debido a todo eso, a lo que le placia se entregaba.
El fracaso sólo es soportable, si a tu lado no hay quien constantemente, con él, te machaca.
Es agotador ser fuerte, y ser justo, lo es más aún, si pierdes empresas. Eliseo, soportaba su cruzada contra lo injusto, gracias a su soledad y autosuficiencia.
Vida ascética y frugal, de metas muy altas y nada entendidas por la masa ingente de indolentes y expectantes.
Así, sus días se fueron tornando huraños, su pasión por la justicia le fue alejando del mundo y fue de este modo, alejándose del objeto de sus causas, el pueblo.
Sus cavilaciones, no eran nada entendidas, y rodeadas de tantos traspiés y zancadillas por parte de sus adversarios, que su imagen se volvió estrafalaria y para el grueso de los rústicos, incluso cómica.
Eliseo, cayó en desgracia, como tantas almas buenas, que de batallar se aíslan, porque nadie entiende sus abnegadas causas.
El pequeño David, se fue empequeñeciendo, no en empeño, sino en fama, y sus metas se fueron alambicando con tanta derrota, y Goliat, venció a su tesón y convenció al vulgo, que aún sometido por despotismo, adulaba a su opresor, y se reía del visionario, que malgastó sus días peleando la incomprendida verdad.




domingo, 19 de enero de 2020

Mengua mi reino


Mi ignorancia crece y mengua mi reino, los años me vacían de fuerzas, me postran ante el ventanal, ya nada me pertenece, el futuro es de otros, y en mis manos sólo hay pereza y silencio.
En los espejos me veo marchito, en perenne invierno, las manos frías y el corazón muy tierno.
Soy Melquiades, y estoy escribiendo mi testamento.
Me quedan meses, quizás días, a lo mejor horas. No quiero que nadie me atienda, que nadie sepa de mi decrepitud, que nadie se regodee en mi desvalimiento.
Llevo ya dos años encerrado en casa, desde que fui consciente de que soy futilidad. Mi tiempo hace mucho que pasó, no me quedan afectos, ya los he enterrado a todos. Hace dos años que enterré a mi último perro, no he querido tener ninguno más, no soporto la idea de dejarlo huérfano.
Mi único contacto con el exterior es Pura, ella es la que me trae lo que necesito para vivir, para seguir esperando que se apague mi luz. Me he negado a ir a un asilo, no quiero ser espectador de la decrepitud de unos extraños, si la muerte me tiene que llegar, quiero que venga a mi casa, aquí la estoy esperando, no siento miedo, es la vida, el paso lógico.
No solemos pensar que llegaremos a viejos, y menos aún que los viejos no gustan a nadie, y si alguien te atiende, te atiende por dinero. Yo no tengo dinero, vivo al día, vivo con muy poco, y lo único que tengo es pasado y me he dado cuenta que eso a nadie ya le importa.
Fui, ya siempre hablo en pretérito, pintor, escritor, divertido, audaz, visionario, ya de eso, sólo soy recuerdos. Vivo días iguales, me caliento quemando papeles, borrando que he existido. Hace ya mucho que decidí hacer desaparecer de la casa todo lo de valor, mis colecciones están escondidas, nadie sabe dónde las he guardado, creo que nunca las encontrarán, quizás sí, pero para eso tendrán que derribar la casa.
Cuando muera, quisiera que me enterraran con mis padres, pero eso es imposible, porque ante el miedo a que profanaran, en el futuro, sus tumbas, los escondí también, sus restos y los de todos mis afectos, nadie sabe dónde, por eso es imposible que me puedan sepultar allí. He intentado poner a salvo, de las manos de los viles, todo lo que quiero, pero siento que yo no descansaré así, lo he salvado todo y por salvarlo todo, me he condenado.
Lo he pensado mejor, y voy a quemar esta carta, no quiero que nadie sepa nada de mi.

sábado, 18 de enero de 2020

El Mundo


Llovía, la humedad lo impregnaba todo, la niebla acortaba el mundo y la frialdad generaba angustia.
Sobre la mesa de su escritorio, acurrucado entre unos libros, dormía Ambrosio, su gato, un felino atigrado de color naranja.
Todo era paz, carcelaria paz, con la banda sonora de las gotas de agua de los canalones.
En su matinal tirada de cartas, había salido el mundo, y a su lado el ermitaño. La carta, le indicaba que tenía que cosechar lo sembrado, pero con la sensatez que da conocerse, estar solo y pensar en soledad, sin el murmullo de los interesados afectos, sin la distracción de los pedigüeños.
Ambrosio, se desperezó, y miméticamente también lo hizo él. Esa era su misión en este pequeño mundo, colmar de halagos a sus animales, consentirlos, por la fidelidad que ellos mostraban por él.
Echó una tercera carta y salió el mago, su creatividad, ese talento que le había hecho aislarse, ensimismarse en aquella casa recóndita, rodeado de los que jamás osarían contradecirle, sus animales.
En todo el largo día no se levantó la niebla, cayó la noche y no había salido ni a la puerta de casa.
En los días tristes, la creatividad es más álgida, el frío nos empuja a calentarnos con el ingenio.
Era normal en él, desordenar las ingestas, no prestar demasiada atención al tiempo. Sus animales no le imponían ningún horario, tenían sus mismas descriteriadas rutinas.
Mientras escribía, en sus piernas estaba Tirma, la consentida, la favorita, dormida, mientras él relataba vidas que nunca hubiera vivido, relataba pasiones que jamás, él, iba a sentir.
Fuera había llovido, pero en sus novelas, de enormes horizontes, brillaba el sol.

viernes, 17 de enero de 2020

Ingeniería Social



I
ngeniería Social.
Hitler, siempre le decía a sus enemigos algo que helaba la sangre:
“Tú no piensas como yo, pero tus hijos ya me pertenecen”.
No le faltaba razón.
Estos niños, fueron las únicas personas, la única generación, que el nazismo pudo modelar completamente.
Eran más nazis, que los propios nazis.
Mata a su Dios.
Aniquila su moral.
Y los habrás doblegado a todos ellos.
"Los hijos no son vuestros"
Adoctrinamiento.

Prisca


La felicidad no necesita de compañía, hay mucho infeliz acompañado.
Siempre soporto la frasecita:
- Que pena que te has quedado soltera.
Nunca sintió placer en la abnegación, siempre encontró placentera la montaraz altanería.
Su electrificada melena ya no era nada joven, pero quería seguir emulando que lo era, el negro y artificial tinte no ayudaba, era difícil domeñar aquella pobreza, aquella raquítica cola de caballo viejo. Con demasiada frecuencia no somos conscientes de que nuestros días son un carnaval.
Su soledad era elegida, nunca se arrepintió de su autosuficiencia y su indómito temperamento.
No podía echar de menos, lo que nunca a su vida había llegado, jamás se había enamorado, jamás se sintió dominada por la química de esa pulsión. No era acomodaticia, solía chirriar y no hacia nada por no hacerlo. Era brava, libérrima, única, llamativa, impermeable al desaliento y a la crítica.
Prisca Aguilar y Ponce de León, nunca necesito la mano de nadie, el halago o el cumplido, nació cerril y murió en su elegido retiro, en su casa llena de perros, rodeada de sus rebeldes colores, vestida por el huracán de sus extraños gustos, fiel a su pelo negro, a su sombra de ojos azul y a sus labios rojos.

martes, 14 de enero de 2020

Los próximos son los primeros


Sagrario, aquella mañana no se sentía bien. Una de las ventanas de su alcoba daba al patio de su sobrina, y la llamó.
Los próximos, son los primeros, en echarnos una mano.
Lidia, la llevó a su casa y le preparo un caldo para que se templara y en la habitación pequeña que tenía al lado de la cocina, la acostó.
El interés enturbia los afectos y termina emborronando la razón y nos impele a hacer barrabasadas, y eso hizo Lidia.
Sagrario, no entro en calor y en aquel camastro murió. Y su querida sobrina, le cogió las llaves de la casa y tras llamar a otra elementa como ella, dejaron el cadáver de la tía aún caliente, registraron la habitación de la pobre mujer, hasta encontrar sus joyas, y se las robaron.
La vileza, les llevó más tiempo del previsto, y su tía estaba ya agarrotada por el rigor mortis. Comunicaron que había muerto y doblaron las campanas, y llegó el momento de meterla en el ataúd, y no podían, decidiendo entonces darle a la difunta en un baño con agua caliente, para ver si así, podían enderezarla y amortajarla, pero las piernas estaban tan rígidas y las tenía tan dobladas, que tuvieron que quebrárselas.
En el velatorio, las dos pajaras, eran las que más gimiqueaban, las que más aspavientos hacían, mientras, Serafín, el sobrino favorito, no daba con el paradero de las joyas de su tía Sagrario.
Los próximos, son los primeros, en desvalijarnos.


lunes, 13 de enero de 2020

Los números


Nació el 11 de diciembre de 1911, y fue bautizada en San Fausto el 24 de diciembre y así ungida en la fe católica, celebró su primera Navidad, sin ser consciente de nada, porque salvo los relatos familiares, de su bautizo en la Misa de Gallo, ella nada recordaba.
Anna Cynthia, nació marcada por la numerología, obsesionada por el 11, por el 22, por el 24, por la suma de los tres.
Nació un día impar, de un mes par y de un año no primo. Siempre se sintió marcada por el número 8, el dígito que marcaba su autosuficiencia, su carácter emprendedor y cerril.
Anna, aunque muy analitica, se sugestionaba con facilidad con los números y su carácter mistérico, encomendándose con frecuencia a estos, para tomar decisiones. Aunque muy consciente de que el tesón era la clave en la consecución.
El 2 de abril de 1924, conoció al que ella decidió que sería su amor, con el que ese mismo día, se propuso que se casaría un 3 de mayo de 1935, todo esto a pesar de su juventud, ella lo anotaba en su diario, que era una sucesión de sumas y restas, con las que jugaba a construir un futuro, que con el tiempo se materializó.
Se casó, con Florentino, su primo hermano, el 3/5/1935, como ella había fijado, se casó a pesar de las reticencias iniciales de toda la familia. Su querido primo y marido, numéricamente era un 9, su pareja ideal. Floren, como lo llamaba ella, nació un 5 de febrero de 1910.
Y numerologicamente hablando, todo podía ser muy perfecto, pero Anna, nunca al lado de su querido primo, alcanzó la felicidad, ni el destino, ni sus cuentas, hicieron que tuviera hijos con él.
Envejeció testaruda y sola, esperando un milagro, que nunca llego, ni en Nochebuena, ni en Navidad.



domingo, 12 de enero de 2020

Lara y los crueles renglones


Los primeros renglones de la vida, de un tierno infante, los escriben los progenitores. Son imposibles de borrar, sólo queda asumirlos y tirar para adelante.
Lara Negri, nunca asumió los primeros capítulos de su vida, su dureza, su frialdad, nunca los asumió, aunque tiró para adelante.
Lara, odiaba a sus padres, y sobremanera a su madre. Su padre sólo escribió un único renglón en su vida, abandonar a su madre antes de que ella naciera, por eso su odio era menos grave, porque nunca estuvo presente, siempre fue, un hijo de la gran puta, ausente. Pero su madre, si estuvo durante mucho tiempo allí, machacándola y haciéndola culpable del abandono de Marcel.
Lucienne Negri, era una zorra, caprichosa y voluble, que siempre consideró una carga a Lara, que siempre estaba al cuidado de alguien, olvidada en algún camerino, esperando en una barra, mientras, Lucy, actuaba, alternaba o zorreaba con sus clientes.
Lara, sabía que lo que vives te impregna desde dentro, y por mucho que te laves y te perfumes, ese aroma de sordidez nunca desaparece.
Su penar no se diluía, y se acentuaba quejumbroso con el melancólico sonido del piano del Cabaret de Néant.


Luz Divina


Somos un camposanto de pérdidas, arrastramos en nuestro interior mil mal enterrados cadáveres, el dolor habita en nosotros, como vivir y habitar este mundo es sentir dolor.
Luz Divina, jamás tuvo una noche en calma, su hipersensibilidad la abocaba a sentir un trasiego constante de espíritus en sus sueños.
Ludi, como la llamaban sus afectos, los afectos carnales, porque las almas que la invadían, no la llamaban, la moraban sin permiso y sin reparar en los estragos que en ella provocaban.
El descanso en Luz Divina, era algo complicado, casi imposible, porque los muertos reclaman mucha más atención que los vivos, eran más absorbentes, porque sus problemas y cuentas pendientes ya no dependían de ellos, estaban en manos de los vivos y sin la mediación de estos, serían eternas cuentas pendientes.
Luz, medio en lo que pudo, porque ni era fácil mediar, ni era fácil ser escuchada, porque los que acudían a ella, muchas veces no obtenían ningún mensaje, porque quizás sus muertos nada tenían pendiente y los muertos con cuentas pendientes, tenían familiares que nada querían ya saber de ellos y menos aún solucionar sus asuntos o malas decisiones.
Y Ludi, en medio de esta guerra entre dos incomunicados mundos, que la habían elegido a ella como canal, sufría la corriente perenne de reclamaciones nocturnas.
La falta de descanso y sobre todo la falta de respeto de los muertos para con ella, pues no respetaban que ella necesitaba, para serles util, descansar, derivó en unas jaquecas constantes, en un fisico demacrado, por aquella verbena de urgencias de última hora, que casi nunca estaba en su mano complacer y arreglar.
Luz Divina, odiaba las noches, odiaba el sueño y demoraba rendirse a él, tomando café, para prolongar al extremo sus vigilias y no ser pasto de aquella turba insensata de espíritus, que ni siquiera guardaba turno. a la hora de interpelarla e importunarla en sueños.
Ludi, para atenuar la atronadora multitud de sus sueños, había probado todo tipo de narcóticos, que la aturdieran y sumieran en un muy profundo sopor, inaccesible a los muertos y a sus reclamaciones, pero ninguno era realmente eficaz y despertar del sueño de estos somníferos era de todo menos fácil. Su pelea con el descanso la acompañó toda la vida, hasta que cansada de malvivir, decidió ingresar en la multitud que poblaba sus sueños, arrojándose una fría mañana de enero, a las vías del tren.


sábado, 11 de enero de 2020

Mateo Benito Juan de Nepomuceno


Coleccionar es un vicio casi inofensivo, pero sólo casi, porque suele arribar en la obsesión y uno es capaz de sacrificarlo todo en aras de la colección.
Ana María era la criada perfecta, la criada interesadamente fiel. Jamás traicionaría a su señor, porque esperaba mucho de él.
Mateo Benito Juan de Nepomuceno Antón Rodriguez de Berrueco y Lizaur de Lugo, era un convulsivo comprador de belleza, un raro, un ser solitario que vivía para y por sus colecciones.
Mateo, tuvo la suerte de nacer en una familia de posibles, que le permitió estudiar y viajar, y partir en la construcción de su porvenir, de una posición ventajosa. Como no podía ser menos, con el nombre que tenía y con su palmaria obsesión, pronto empezó a frecuentar anticuarios, y desde muy pequeño coleccionó sellos, monedas, abrecartas, pisapapeles, rosarios, misales, devocionarios, porcelana, puntas de flecha, fósiles........... De lo pequeño, fue pasando a lo grande, y de lo más convencional, a la extrema rareza. Al morir su madre y heredar el patrimonio de los Lizaur de Lugo, los yacimientos de antracita, la mina de Cerrejón, de donde provenía el grueso de la riqueza de la familia, su trastorno se vió exponencialmente multiplicado.
Mateo, hacía años que había abierto un anticuario en Santa Marta, con el único objetivo de seguir comprando y vender para volver a comprar. Pasar a ser propietario de la mina y de los fondos de su madre, elevó el listón de sus anhelos, porque ahora tenía muchos más posibles.
Ana María, era la que controlaba la casa y la alimentación frugal de Mateo, que sólo vivía para atesorar. La fiel criada, que llevaba muchos años sirviendo en exclusiva al señorito, era sabedora de su preeminencia y de como su abnegado compromiso tenia sus frutos, sin ir más lejos su hijo estudiaba a costa del Rodríguez de Berrueco en el Seminario de San juan Nepomuceno, estudiaba allí y con muchas posibilidades de terminar siendo obispo, porque el peso de los Lizaur, en Santa Marta, era muy grande.
Ana María, cuando entró al servicio de Mateo, estaba embarazada, iba a ser madre soltera, porque el desgraciado que la preño, no quería saber nada de ella, y la madre del señorito, que era para quien en ese momento servía, la quería largar a la calle, pero Mateo le dió amparo y fue en ese momento en el que se estableció en vinculo de fidelidad. Mateo, además de coleccionista, tenía una gran afinidad con los desvalidos, sobre todo con los animales con poca fortuna, a los que solía adoptar y recoger. Esos eran sus fieles afectos, sus perros y sus gatos, ellos vivían como él, rodeados de antigüedades y belleza, y cuidados por la fiel Ana María.
Sentir como la muerte te pisa los talones, como el fin de tus días, con demasiada frecuencia supone el fin de tus obras, la dispersión de tus tesoros, el olvido de tu proeza. Él, no había penado tanto, para que su ingente y poco apreciado legado, se dispersara. Dias y dias de busqueda y una ingente fortuna dilapidada. en aquella quinta abarrotada de curiosidades, muchas sin desembalar, sin que tras llegar allí, les hubiera vuelto a dar la luz.
La Quinta de San Pedro Alejandrino, era un laberinto, un bello caos, en el que los cuadros atestaban las habitaciones, Santos, Reyes, Duquesas, paisajes, exvotos. Los muebles coloniales y franceses estaban repletos de lozas y porcelanas, de platería y bronces, de tallas crisoelefantinas de Chiparus, una de las debilidades de Mateo, Demetre Haralamb Chiparus y sus esculturas Art Decó.
La vejez, le forzó a atar el futuro de su proeza, no podía caer en manos de los cafres incultos de sus sobrinos, ni tampoco en manos de Ana María o su hijo, el Obispo, que aunque instruido, no sentía el más mínimo interés por el arte. Era urgente encontrar un continuador, un digno discípulo, que cuidara y acrecentara el legado, que sintiera su misma y desmedida pasión.

Dimas Becerra Lemos-Martín


Dimas, nunca comprendió que las historias tienen un principio y un final, que alargar lo que ya no existe, es una batalla unipersonal, una coreografía sin partner. Una hastiante guerra que agota a propios y a extraños.
Elvira, nunca lo quiso, durante un tiempo cedió a sus pretensiones por aburrimiento, pero rápido constató que aquella cesión, era una condena que no estaba dispuesta a tolerar. Pero Dimas, jamás asumió aquella derrota, e hizo de recuperarla el leitmotiv de su cansina vida.
Quien no nos quiere querer, nunca nos querrá, era la frase que más tenía que aguantar, pero inaccesible al desaliento, en pesado de Dimas, seguía erre que erre, a ver si podía a Elvira, recuperar.
Con tanta matraca, lo fue perdiendo todo, amigos y vínculos familiares, hasta su más incondicional afecto, su madre, le dijo, que a su casa no volviera hasta que se quitara esa fijación de la cabeza.
Se quedó solo, pero con el norte de Elvira, que era su faro y la razón para vivir día tras día.
Elvira, hizo su vida, se casó, tuvo hijos, fue feliz, fue infeliz, vivio. Dimas, nunca se fijó en nadie más, no se casó, no tuvo hijos y nunca fue feliz, porque nunca alcanzó la meta de tener o conseguir a Elvira, que se había olvidado de él.
Un día de primavera, llegó una carta a casa de Elvira, una misiva de un abogado, que le comunicaba que había muerto Dimas y que ella era su heredera universal, que las últimas voluntades de Don Dimas Becerra Lemos-Martín, se leerían, en su pueblo natal, el pueblo del que nunca se movió, en una semana, y que debería estar presente para la aceptación de la herencia.
Elvira, a pesar de su avanzada edad, por curiosidad, por interés, decidió ir a la lectura de aquel testamento que le legaba la fortuna de aquel pesado novio, que ella tuvo una vez.