sábado, 11 de enero de 2020

Mateo Benito Juan de Nepomuceno


Coleccionar es un vicio casi inofensivo, pero sólo casi, porque suele arribar en la obsesión y uno es capaz de sacrificarlo todo en aras de la colección.
Ana María era la criada perfecta, la criada interesadamente fiel. Jamás traicionaría a su señor, porque esperaba mucho de él.
Mateo Benito Juan de Nepomuceno Antón Rodriguez de Berrueco y Lizaur de Lugo, era un convulsivo comprador de belleza, un raro, un ser solitario que vivía para y por sus colecciones.
Mateo, tuvo la suerte de nacer en una familia de posibles, que le permitió estudiar y viajar, y partir en la construcción de su porvenir, de una posición ventajosa. Como no podía ser menos, con el nombre que tenía y con su palmaria obsesión, pronto empezó a frecuentar anticuarios, y desde muy pequeño coleccionó sellos, monedas, abrecartas, pisapapeles, rosarios, misales, devocionarios, porcelana, puntas de flecha, fósiles........... De lo pequeño, fue pasando a lo grande, y de lo más convencional, a la extrema rareza. Al morir su madre y heredar el patrimonio de los Lizaur de Lugo, los yacimientos de antracita, la mina de Cerrejón, de donde provenía el grueso de la riqueza de la familia, su trastorno se vió exponencialmente multiplicado.
Mateo, hacía años que había abierto un anticuario en Santa Marta, con el único objetivo de seguir comprando y vender para volver a comprar. Pasar a ser propietario de la mina y de los fondos de su madre, elevó el listón de sus anhelos, porque ahora tenía muchos más posibles.
Ana María, era la que controlaba la casa y la alimentación frugal de Mateo, que sólo vivía para atesorar. La fiel criada, que llevaba muchos años sirviendo en exclusiva al señorito, era sabedora de su preeminencia y de como su abnegado compromiso tenia sus frutos, sin ir más lejos su hijo estudiaba a costa del Rodríguez de Berrueco en el Seminario de San juan Nepomuceno, estudiaba allí y con muchas posibilidades de terminar siendo obispo, porque el peso de los Lizaur, en Santa Marta, era muy grande.
Ana María, cuando entró al servicio de Mateo, estaba embarazada, iba a ser madre soltera, porque el desgraciado que la preño, no quería saber nada de ella, y la madre del señorito, que era para quien en ese momento servía, la quería largar a la calle, pero Mateo le dió amparo y fue en ese momento en el que se estableció en vinculo de fidelidad. Mateo, además de coleccionista, tenía una gran afinidad con los desvalidos, sobre todo con los animales con poca fortuna, a los que solía adoptar y recoger. Esos eran sus fieles afectos, sus perros y sus gatos, ellos vivían como él, rodeados de antigüedades y belleza, y cuidados por la fiel Ana María.
Sentir como la muerte te pisa los talones, como el fin de tus días, con demasiada frecuencia supone el fin de tus obras, la dispersión de tus tesoros, el olvido de tu proeza. Él, no había penado tanto, para que su ingente y poco apreciado legado, se dispersara. Dias y dias de busqueda y una ingente fortuna dilapidada. en aquella quinta abarrotada de curiosidades, muchas sin desembalar, sin que tras llegar allí, les hubiera vuelto a dar la luz.
La Quinta de San Pedro Alejandrino, era un laberinto, un bello caos, en el que los cuadros atestaban las habitaciones, Santos, Reyes, Duquesas, paisajes, exvotos. Los muebles coloniales y franceses estaban repletos de lozas y porcelanas, de platería y bronces, de tallas crisoelefantinas de Chiparus, una de las debilidades de Mateo, Demetre Haralamb Chiparus y sus esculturas Art Decó.
La vejez, le forzó a atar el futuro de su proeza, no podía caer en manos de los cafres incultos de sus sobrinos, ni tampoco en manos de Ana María o su hijo, el Obispo, que aunque instruido, no sentía el más mínimo interés por el arte. Era urgente encontrar un continuador, un digno discípulo, que cuidara y acrecentara el legado, que sintiera su misma y desmedida pasión.

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