viernes, 24 de enero de 2020
Lycisca
Mesalina, jamás tuvo la pretensión de ostentar aquel estatus, de exhibir aquel título o baldón.
La Mesalina Criolla, como era llamada en San Isidro, en la noche de La Habana, en el burdel de las Antillas, jamás quiso asumir aquel epíteto como algo propio, aunque ese epíteto la definiera sobre manera.
Lola, era una proxeneta venida de San Carlos y San Severino de Matanzas, que arribó al barrio de la degeneración, tras quemar su vida de puta en el barrio de La Marina y Pueblo Nuevo de su ciudad natal, y tras entrar en la vejez busco fortuna regentando un burdel.
Lejos quedaban los tiempos en los que entró de "pupila", bajo la despótica Sonsoles, La Tuerta, su "Ama de Casa", tiránica matrona, que exprimió su candidez y su insaciable lujuria, así como sus dotes para los picantones bailes. Claro que Lola, tambien llamada Lycisca, mujer loba, se emancipó pronto, porque harta de las humillaciones de La Tuerta, la eveneneno, untándole el ojo de cristal con cianuro, cuando se lo quitaba por las noches y lo ponía en un platito de porcelana que tenía en su tocador.
Lycisca, pasó unos días en el hospital de mujeres de San Nicolás, que era como una prisión, porque ella fue la principal sospechosa del envenenatiento de Sonsoles Requejo. Ella era la más aventajada de sus pupilas y la única con un carácter airado y levantisco. Pero ante la falta de pruebas concluyentes y que podía haberla envenenado cualquiera que conociera sus rutinas para con su ojo de cristal, que lo lubricaba metiéndoselo en la boca, antes de colocárselo en su vacía y reseca cuenca ocular.
Lola, se prostituyó por dinero, para salir de la miseria, y huyendo del futuro de sus padres que trabajaban de sol a sol en el ingenio azucarero de los Buendía-Valparaíso. No le resultó complicado asumir el manoseo y el fornicio como modo de vida, porque ella era de natural libidinoso, era ninfómana, ya de bien chica, en la hacienda, se revolcaba con negros pingones que le sacaban tres o cuatro cabezas, hasta que se quedó preñada y se escapó de casa para entregar al mulato que parió, en el Hospicio de las Clarisas. Una cosa llevó a la otra, y así terminó bajo las órdenes de La Tuerta.
Tras salir de la reclusión, Lola, se trasladó a ejercer su oficio a Pueblo Nuevo, a una casa que le alquiló el nieto vicioso de Doña Rita Sotolongo, al lado de la recién edificada Iglesia de San Juan Bautista. Allí, fue ella, a pesar de su juventud, la que tomó bajo su cargo a varias pupilas, demostrando sus dotes para explotar un bayú.
Las normas del Reglamento Especial de Higiene, eran muy estrictas en Matanzas, con ese reglamento se calificaba a las putas para tributar, ella era una puta de primera y sus tres pupilas, una era de segunda y las otras dos de cuarta. Lycisca, como la seguían llamando los habituales, con el asesoramiento de un medio chulo que se busco, compró y reformó la casa del Sotolongo, y puso más cuartos para el fornicio, y se trajo a su madre, de la explotación de caña de azúcar de los Buendía-Valparaíso, que para entonces ya se había quedado viuda,
Vivió unos años buenos, de calma, mientras ahorraba para retirarse, a pesar de que que el chulo le salió rana y la estafó en el primer intento de trasladar el negocio a San Isidro.
A Mesalina, le aguanto la belleza hasta los treinta y siete, aunque ella se siguió prostituyendo unos diez años más, pero no con las mismas tarifas de su época de tierno dulzor.
La muerte de su madre y contraer sífilis, fueron los detonantes para mudarse a La Habana, donde ella ya había comprado la planta principal de una casa en la Calle Picota. El tratamiento con bismuto y arsénico y ungüentos mercuriales, era algo que sólo le podían dar en la Clínica del Doctor Yarini en la capital.
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