viernes, 3 de enero de 2020

Él, se dejó hacer


La memoria es muy frágil, y sin las muletas de los objetos, de las instantáneas, tiende a la edulcoración y al olvido.
Escribir siempre fue su obsesión, los absurdos diarios, las páginas llenas de notas y fechas, papeles de caramelos, florecillas, marcas de tabacos, servilletas, algunas fotos.
Treinta y dos cuadernos, allí estaba su infancia, su adolescencia, su juventud.
Cuando se hizo mayor dejó de escribir. De ese modo tan poco edificante influyó su pareja, le corto las alas, sus sueños de ser escritor.
Marión, se casó con él, porque era muy apuesto, diferente a los demás, ensimismado, aventurero, risueño, vital. Pero nada más casarse, lo degradó a un ser normal, todo lo que lo hacía especial, se lo fue podando, fue ahormandolo a un modelo de hombre vulgar, lineal, estándar, como todos.
Él se dejó hacer, y se acomodo a una vida, que no era la suya, que era la vida de ella. Pero así es amar, así es el amor, castrante, tendente a dominar y anular al que más ama, al que más necesita, al que más quiere.
Kasey, no fue consciente de que había perdido su vida, hasta que tras la muerte de su esposa comenzó a embalar recuerdos, para trasladarse a una casa más pequeña y cómoda que pudiera pagar con su jubilación.
Y vió, en aquellas dos cajas que había en el desván, su vida, su potencial narrativo, sus palabras, maravillosas, precisas. Unas palabras, que le permitieron volver a vivir su infancia, su adolescencia, las contradicciones de su juventud.
Kasey, fue consciente entonces de que todo su legado, iba a desaparecer con él.

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