viernes, 17 de enero de 2020

Prisca


La felicidad no necesita de compañía, hay mucho infeliz acompañado.
Siempre soporto la frasecita:
- Que pena que te has quedado soltera.
Nunca sintió placer en la abnegación, siempre encontró placentera la montaraz altanería.
Su electrificada melena ya no era nada joven, pero quería seguir emulando que lo era, el negro y artificial tinte no ayudaba, era difícil domeñar aquella pobreza, aquella raquítica cola de caballo viejo. Con demasiada frecuencia no somos conscientes de que nuestros días son un carnaval.
Su soledad era elegida, nunca se arrepintió de su autosuficiencia y su indómito temperamento.
No podía echar de menos, lo que nunca a su vida había llegado, jamás se había enamorado, jamás se sintió dominada por la química de esa pulsión. No era acomodaticia, solía chirriar y no hacia nada por no hacerlo. Era brava, libérrima, única, llamativa, impermeable al desaliento y a la crítica.
Prisca Aguilar y Ponce de León, nunca necesito la mano de nadie, el halago o el cumplido, nació cerril y murió en su elegido retiro, en su casa llena de perros, rodeada de sus rebeldes colores, vestida por el huracán de sus extraños gustos, fiel a su pelo negro, a su sombra de ojos azul y a sus labios rojos.

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