viernes, 3 de enero de 2020

Marilina



Una sonrisa disipa un día gris, sonreir atenua los estragos de la vejez.
Marilina, sabía que su carácter afable la libraba de vivir amargada, de vivir triste como con frecuencia son los días de la senectud.
Sonreir no es ser feliz, es solamente evitar vivir sin sol, esquivar los días fríos del malhumor.
No tenia ningun merito su temperamento, ella siempre había sido así, su rostro se había ido curtiendo con los pliegues de su ánimo positivo.
Pensamos que siempre seremos autosuficientes, que no llegaremos a necesitar, ayuda para cada paso, fortuna para pagar esa ayuda, sonrisas para soportar esos tragos.
Marilina, estudió farmacia, trabajo como enfermera en la guerra civil y tras la contienda entró en un convento, del que salió para atender a su madre y al que nunca ya volvió.
Ella no podía permitirse el carácter agrio de su progenitora, ella no tenía hijas que la cuidaran y ser desagradable no te granjea ni afectos y ni amistades.
Su vida transcurría en tres cuartos, su alcoba, la cocina y el salón, hacía mucho que no pisaba las dos plantas altas de la casa, ya no se le perdía nada allí, había concentrado lo importante en aquellas tres piezas que daban al pequeño jardín. Muy atrás quedaban los días de su infancia y el ajetreo de aquella casa, el despacho de su padre y sus clientes, sus hermanos, subir y bajar trotando por las escaleras.
Marilina, no necesitaba más, para recibir a sus iguales en edad y deterioro, para la visita de alguna caritativa vecina, que venía a saber de ella, o para las muy espaciadas y deseadas venidas de sus sobrinos, que vivían en la capital y que ya nunca se quedaban a hacer noche o a comer.
La vejez es una soga. que hace muy cortos nuestros movimientos, que acorta nuestro mundo.
Sonreir no es ser feliz, sonreir es sólo no enfurecerse, con lo cruel que es tener como meta muy próxima, morir y desaparecer.





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