jueves, 30 de enero de 2020

Didier


Era un hombre curtido, nacido en una barraca pesquera en el Golfo de Guacanayabo.

La riqueza de las aguas les permitió sobrevivir. Edelmira y Javier, se casaron pronto, y tuvieron una gran prole, ocho hijos, cinco varones y tres hembras. Todo iba, hasta que, el 8 de noviembre de 1932, llegó aquel maldito huracán, y arrasó con todo lo trazado, e impuso el caos.
Edelmira, quedó sola, con el pequeño Didier. Nadie más de la familia sobrevivió a aquella desolación.
A pesar de la tristeza, había que seguir adelante, ellos no eran los únicos que habían padecido el desastre, el mar había destrozado todas las vidas y las casas de la costa.
Didier, se convirtió en un niño de salitre, tuvo que buscar sustento en las aguas, en los muelles del puerto de Santa Cruz del Sur.
Las ayudas del gobierno fueron escasas, y la mayoría de las promesas cayeron rápido en el olvido.
Didier, se cansó pronto de malvivir, y dejó a su madre, que ya se había ennoviado con Perpetuo Leto, que también había enviudado con el huracán.
Sólo año y medio había pasado del desastre, y el muchacho, ya era un dorado mulato que tenía muchas aspiraciones.
En las revoluciones el dinero, cambia de manos, pero no se reparte y si algo se reparte es la miseria. Él, sabía que si se quedaba allí, en la provincia de Camagüey, su futuro estaba escrito, mar o caña de azúcar. Por eso, con lo poco que tenía, que era nada y cavia en un atillo, cogió el tren, con el inductor de aquel viaje para buscar fortuna. Una mañana temprano de mayo de 1934, se fue, a La Habana de Fulgencio Batista, en compañía del negro Manuel.




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