miércoles, 29 de enero de 2020

Lola Mora


"Si yo tuviera ese dinero, también sería encantadora, y creo que mucho más."

Lola Mora, sabía que no podía morder más de lo que podía tragar, y aun así tragaba rápido y sin masticar.
Lola, nació envidiando la posición de otros, la preeminencia. Era muy duro ser hija de Petra, ser nieta del hojalatero, ser biznieta de Matías Topo. No había peor familia en Relumbres, ni en la comarca, que la parentela de La Mora.
En los pequeños cosmos, es muy difícil abstraerse a los avatares de los ancestros, se nace marcado por sus motes, por sus vicios y por sus taras. La crueldad en los grandes infiernos es infinita. Los pueblos son cubiles de despiadada maldad.
Nació un domingo de carnaval, mientras la vaca antruejos corría las calles y sus hermanos corrían delante de ella, con unos bigotillos que les habían pintado con un tapón de corcho quemado. En casa sólo estaba su madre y Margarita, la comadrona. Su padre, estaba bebiendo vino en la taberna de Pilar, como hacía siempre.
Lola, creció marcada por, la frescura de su madre, que para sacarlos adelante se las ingeniaba con el oficio más antiguo del mundo; por la inutilidad de su padre, que malgastaba el mísero jornal que ganaba de obrero con los Terencios, en el capital de los hijos del difunto boticario.
Petrita, como la llamaban en Relumbres, empezó muy pronto sirviendo en casas, y en cuanto creció un poco, se fue de interna a Madrid, allí respiró y se libró del sambenito del pueblo.
La ciudad refino a Lola, que era una muchacha espabilada, lista, que se empapaba de todo lo que veía y tenía unas ansias enormes por aprender y crecer.
La nieta del hojalatero, de casta tenía buena planta, era guapa, de color trigueño y ojos de fuego, tenía un fuerte atractivo que se vio reforzado por el aseo y el refinamiento que le dio la capital. No tardó en ser cortejada, incluso por el hijo de los señores de la casa en la que trabajaba. Algo que tuvo consecuencias negativas para ella pues perdió el trabajo, pero las buenas referencias que le dio Rutina Mendieta, le permitieron encontrar trabajo en seguida y en una casa mejor. Porque su nueva jefa, Mercedes Trespalacios, vivía sola y aunque maniática, daba poco ruido y le permita tener más tiempo para aprender, en unas clases nocturnas a las que asistía en la Parroquia del Carmen.
El sobrino de Meke, como llamaban a su señora, también se prendó de Lola, y desde que se obsesionó con ella, no había día que no visitara a su tía, para ver a su criada, sólo verla, porque la hija de Petra, estaba muy escarmentada y no quería perder a otra casa y menos esta, en la que estaba tan bien.
"Dolores de mi vida, de mi corazón, de mis entrañas, toda mía; cuanto te quiero y que poquito caso me haces....."
Así empezaba todas sus cartas, el Marquesito, que era como, para sus adentros, lo llamaba ella.

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