sábado, 7 de marzo de 2020

El tiempo finito no permite veleidades



Es imposible ser lo que no se es, amar lo que se aborrece. La eternidad no existe y el tiempo finito no permite veleidades. Nos parapetamos tras la coraza de la virilidad, esperando que tras ella se diluyan las emociones, el indómito amor, la pasión entre iguales. Somos la tragedia de lo que no asumimos, la aberrante obcecación por ser quien no somos, ni seremos. Es dulce la sangre de las conquistas, pero un reino no es sólo rendición, de un reino siempre esperas amor.

Desdeñar


La belleza no sólo debe ser contemplada, si es posible hay que asirla, raptarla y hacerla nuestra. Sin dominio, no hay conquista.
De qué sirve sentir. que es igual que tú, si tú, no le atraes, si tu atractivo no lo rinde.
La pasión es indómita, no obedece a razones, no está sujeta a ninguna regla, no complace al más insistente. Con demasiada frecuencia el más laureado no rinde nada más que vil metal y en su frío lecho de doradas proezas, no yace ningún pecho herido, ningún cálido amor.
Triste que la única existencia que vamos a disfrutar, sólo nos permita elegir y desdeñar una sola vez, sin vuelta atrás.

jueves, 5 de marzo de 2020

El éxito


La estulticia habita en los días felices, en el inexistente horizonte del necio. Quien ninguna meta persigue, ningún tormento padece. Los monstruos habitan en el jardín de la ambición.
Pensar produce desvelos, algo que no padece nunca el haragan. Muy claro lo tenía Balbina, buscar fortuna atrae muchos infortunios, ella, sabía de caídas y de cuervos enharinados; ella, conocía lo que es tener y perder, y volver a luchar y volver a tener. Todo lo que ella poseía, todo, lo había peleado con saña, pero aun así era criticada y envidiada por haber sudado a destajo su capital y su estatus.
Ninguna mujer había llegado tan lejos, a ser la presidenta de la cooperativa del aceite, hasta que ella lo fue. Sabía moverse entre hombre, sabía imponer su opinión, sabía pelear cuando tenía la razón, era un peón con porte y estatus de reina..
Solía decir Balbina, que el amor es un síntoma de debilidad, ella, nunca se había enamorado, o al menos nadie había oído que así fuera. Los caminos largos no permiten distracciones y ella no se habia distraido en nada, con nada, con nadie.
El exito tambien se cimenta sobre errores, sobre decisiones inamovibles que fueron una atroz equivocación. Y era ahora, cuando ella, lo sentía así. Decisiones imposibles de desandar.
Balbina, era una añosa reina virgen, que en su alcoba, echaba en falta un poco de calor.

El recuerdo


Siempre pensé en el fracaso, de modo obsesivo, para poder esquivarlo. No se puede amar y competir, el amor no es una insana competición.
La guerra, empieza mucho tiempo antes de haber sido declarada. A veces, muchas veces, nacemos para colisionar y soportamos estoicamente antes de la deflagración.
No es nuestra la tierra que pisamos, nada es nuestro, ni los efímeros disfrutes que buscamos legar y, con demasiada frecuencia, no sabemos a quién, porque no sabemos a quien realmente amamos.
Mi torpeza es hablar de "mañana", de un tiempo que no existe y para el que me empeño en guardar mil instantáneas.
¿Que es dar frutos? Si, en ese bello jardín de ensoñaciones, sólo paseas tu.
Languidezco solo, en la selva de proezas que nadie entiende. Fiebre, pasión, loco empeño, que me impele a atesorar pensamientos, colores, piedras, hojas, flores, miradas, con los que coser de modo indeleble los instantes para poderlos legar.
Realmente morir es, que nadie nos recuerde, que nuestra existencia deje de existir.

miércoles, 4 de marzo de 2020

Midiéndonos


Uno no es como es, uno es como se recuerda. Nunca somos una instantánea, somos una superposición de fragmentos vividos, de flashazos, de surcos existentes e inexistentes. Somos en nuestra mente todo lo que hemos perdido y ya nunca volverá. El fracaso siempre está referenciado, nos medimos tanto, que arruinamos nuestra felicidad, midiéndonos.

Silencio


Siempre imaginó, que el infierno era silencio, que los seres más bellos terminaban en el infierno, que el éxito en la tierra merecía ser castigado, en ese más allá lejano, con un atronador silencio.
Siempre imaginó, que su condena sería soportar el castigo de vivir en espacios vacíos, sin nada, con una hiriente y excesiva luz, con una luz que hiciera aflorar hasta sus más recónditos y discretos defectos. La verdad es insoportable, es poco favorecedora, no se presta a la imaginación. Su vida siempre fue barroca, más siempre era más y nunca era suficiente. No soportaba las paredes vacías, las estanterías vacías, los cajones vacíos, los días vacíos. El horror vacui era el leit motiv de su vida, de sus horas, de sus segundos. Era un córvido fascinado por el brillo de las bagatelas.
No soportaba el silencio, ese vacío angustiante que es estar sin algún ruidos, sin que vibren las palabras en el aire. Pensaba en voz alta, hablaba solo, y si no parloteaba, era la música la que aniquilaba el infierno de aquel desierto. "Vedrò con mio diletto" solía inundar su saturado estudio, su taller, repleto de las mil miradas, de sus muchachos, de sus príncipes, de sus enjoyadas damas. Su fascinación por Orlinski, era bárbara, se veía en el infierno con él, pero privado como martirio de su voz bellísima y mágica, privado de todo y martirizado por su muda belleza.

martes, 3 de marzo de 2020

Bajo su piel


Amar paga aranceles. El tributo por aparentar ser feliz, sólo aparentar, porque feliz nunca se es.
El infierno siempre estuvo bajo su piel, era ese infierno el que le erizaba el vello, el que le tensaba los músculos de la cara con aquella mueca de asombro y su ceja derecha arqueada.
Siempre supo, desde muy chiquito, que su piel mandaba, su piel respondía a los olores, mandaba al cerebro órdenes de imaginar sabores, ordenaba a sus manos buscar el contacto, buscar la caricia, tocar.
Él, sabía lo que era ser amado, o deseado, sabía lo que era amar, y el contrato plagado de letra pequeña que imponía amar, amar y atarse en exclusiva, algo contra lo que se revelaba el infierno que hervía bajo su piel.
Amar, verbo de conjugación complicada y terriblemente regular, verbo nada pecaminoso, nada del gusto de su caprichosa piel.

A pleno sol


Él, le enseñó lo que no debe ser el amor, le enseñó a sufrir. Con él, aprendió lo que eran los celos, a padecer la desconfianza, la inseguridad. Demasiado tiempo aguanto todo aquello, más de veinte años, y a pesar de todo estuvo a su lado, con muchas idas y venidas, con otros en medio, con el dolor encharcando, casi siempre, todo. Y como ocurre de modo inevitable en estas historias, un día abandonó aquel tren, menoscabado por tanta crítica, por tanto desprecio, por tanta comparación sin tino y que no venían ni a cuento.
Él, se lo enseñó todo, llegó a sus manos virgen y las abandonó mancillado.
Marino, a pesar de esto, nunca le guardo rencor, siempre sintió cierta lástima por él, por su incapacidad para ser feliz, para hacerle feliz, para no recelar de todo, para no medirse de modo constante, para no entender que ser amantes no es competir, que el amor nunca resta, que el amor de verdad, sólo sabe sumar.
Y llegó el día, que la última gota lleno el vaso, una gota estúpida, como muchas de las que precipitaron antes, una gota de celos, de envidia y cargada de la crítica ácida que te suele hacer quien bien no te sabe querer. Precipitó y colmató la coraza de la valentía, que se había ido formando al amparo de tanta tóxica caricia. Ocurrio, sin extridencias, a pleno sol, en la calle, sin palabras, sólo con una mirada de adiós, que dejaba claro, que había perdido con él, más de veinte años, pero que aunque se marchaba de vacío, ya no iba a volver.


lunes, 2 de marzo de 2020

Me gustaban sus besos


Le gustaba besarme, nos besábamos, nos pasábamos el cigarrillo, proyectábamos y disfrutábamos de nuestra tersura. Nunca fue a más, no le poníamos nombre, teníamos el corazón por fuera del pecho.
Hoy me arrepiento, de haber dejado escapar todo lo complejo, de no haber apurado más aquellos segundos a solas, quietos, serenos. Cómo empezó se acabo, sin ruido, sin quererlo. Lo que pasó entre nosotros nunca tuvo nombre, nunca lo necesito.
Le gustaba besarme. Me gustaban sus besos.

domingo, 1 de marzo de 2020

Detonao, con los ojos revolaos


La noche es incierta, es una trampa, es un refugio, es una fiesta.
No hay mejor forma de esconderse que entre el ruido y la vorágine de rarezas.
Todo el mundo es perverso en la noche, todos iguales y uniformados por el vicio.
Sonaba a toda mecha entre flashazos estroboscópicos:
- Detonao, detonao, detonao, con los ojos revolaos.
Así, uno no piensa, hace una pausa en la comedera de coco que es el día.
La noche fascina, en su travestismo, en su libertinaje, en sus miradas de lupanar.
Lorenzo, se escondía en aquella trampa, de medias verdades, de medias mentiras.
Era fácil hacer, después de unos tiros, después de unas caladas, después de unas copas. Sin aquel catalizador no era nadie, no había valentía, no existía el coraje de ser, de hacer aflorar la sumergida verdad que le permitía vivir sus amores estroboscópicos que se desvanecían al amanecer.

Complicado


Complicado es el rol de víctima.
Complicado es el rol de victimario.
La cobardía siempre la deciden dos.

sábado, 29 de febrero de 2020

Amanecer


Los amaneceres casi siempre son fríos, son una bofetada, son simplemente poner los pies en la prosaica realidad.
Amar, no siempre se escribe con mayúsculas, abrazamos demasiados desaciertos buscando amar.
No sabía ser fiel, y esa promiscua constumbre daba al traste con todo lo que comenzaba a andar y le impedía atracar en el puerto del verdadero amor. Por eso su vida era un chapoteo y un encallar constante en los escollos frente a protector puerto del AMOR.
Aquella mañana de domingo, no fue diferente, fue como todas las demás, fría, distante, plena de extrañamiento. A su lado dormía un extraño, un cuerpo joven, sin nombre, porque no recordaba su nombre, sólo sabía que lo había traído allí el oleaje del día anterior.
En la cocina mientras daba sorbos aun frío y amargo café, no podía dejar de pensar en deshacerse de aquel naufragio, de los restos de una pasión que no quería, ni sentir ya, ni rememorar, ni ver. Quería estar solo en su playa desierta, y no sabia como hacer para que desapareciera de su cama el cuerpo que había usado ayer.

Viento


La arena y el viento borran el amor.
Borran la inocencia.
Se desvanece la mirada.
Y el alma evita rehusar las embestidas.
No existimos, dejamos de existir, cuando decidimos no vivir.

viernes, 28 de febrero de 2020

Una estrella menos


Las yemas de los dedos escriben de modo indeleble. De este modo domina la furia el infinito de segundos. Y abrir los ojos es con demasiada frecuencia elegir morir. Un mal paso, hace que todos los siguentes pasos sean erróneos.
Nos condenamos a los abandonados jardines, a los encuentros urgentes, en los laberintos que traza el efímero placer.
Lejos de las miradas esquivamos insultos, pero ser cobardes no es vivir. Sólo mi mano sabe del dolor que ha enjugado, lágrimas que el viento evapora, calles traseras, nombres falsos, placer que no es amor.
El firmamento no es nuestro rival, nuestro enemigo es la no aceptación.
Siempre alguien nos ve.

martes, 25 de febrero de 2020

Martes de Carnaval


El bullicio de la calle era de martes de carnaval. Y así desfilaba su vida, con claridad meridiana y con estridente farsa. Todo en él había sido conformismo, impostura, vender como trofeo, como victoria, el premio de consolación. Recordaba que nunca quiso ser maestro, que de muy joven soñó con ser actor, arqueólogo, pintor; que el amor de su vida fue Mele, la mujer de su hermano, que su esposa nunca le hizo feliz, pero que ella jamás supo que esto era así. Todo era farsa desde su nacimiento un martes de carnaval. El jolgorio de la calle, llegaba atenuado a su alcoba, el clamor de los pitos y los cencerros, las letrillas mordaces, los gritos, eran, habían sido, la banda sonora de su vida, que en ese momento postrimero, se despojaba del travestido y cómico éxito, de su impostada preeminencia.
Marita, había muerto hacía tres años, tres años llevaba sin fingir su empalagoso amor, sin hacer el teatrillo del matrimonio perfecto, tres años en los que ni siquiera había recapacitado sobre sus patrañas. Hasta hoy, veintiséis de febrero, martes de carnaval, día en el que Don Arcadio le estaba dando la extremaunción.
Enredado ya entre los cristales de la centelleante araña, desde arriba, todo era claro, meridiano, estanco; el desfile había cesado y desde esa altura podía ver la escena que ya sentía lejana, ajena, distante. El que había sido su cuerpo, yacía inerte, entre las sábanas blancas, mientras Arcadio, el amigo, le agarraba la mano y derramaba una lágrima.