martes, 25 de febrero de 2020

Martes de Carnaval


El bullicio de la calle era de martes de carnaval. Y así desfilaba su vida, con claridad meridiana y con estridente farsa. Todo en él había sido conformismo, impostura, vender como trofeo, como victoria, el premio de consolación. Recordaba que nunca quiso ser maestro, que de muy joven soñó con ser actor, arqueólogo, pintor; que el amor de su vida fue Mele, la mujer de su hermano, que su esposa nunca le hizo feliz, pero que ella jamás supo que esto era así. Todo era farsa desde su nacimiento un martes de carnaval. El jolgorio de la calle, llegaba atenuado a su alcoba, el clamor de los pitos y los cencerros, las letrillas mordaces, los gritos, eran, habían sido, la banda sonora de su vida, que en ese momento postrimero, se despojaba del travestido y cómico éxito, de su impostada preeminencia.
Marita, había muerto hacía tres años, tres años llevaba sin fingir su empalagoso amor, sin hacer el teatrillo del matrimonio perfecto, tres años en los que ni siquiera había recapacitado sobre sus patrañas. Hasta hoy, veintiséis de febrero, martes de carnaval, día en el que Don Arcadio le estaba dando la extremaunción.
Enredado ya entre los cristales de la centelleante araña, desde arriba, todo era claro, meridiano, estanco; el desfile había cesado y desde esa altura podía ver la escena que ya sentía lejana, ajena, distante. El que había sido su cuerpo, yacía inerte, entre las sábanas blancas, mientras Arcadio, el amigo, le agarraba la mano y derramaba una lágrima.

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