lunes, 10 de febrero de 2020

El enorme vestíbulo


Aida, sentía un enorme rechazo hacia su cuerpo, se estaba hormonando buscando una belleza que natura le había negado como hombre, inconsciente de que como mujer también sería un ser muy feo.
La juventud, es muy insensata y cifra el éxito en transitar por absurdos derroteros, de los que es imposible volver.
Aquella tarde. Aída, estaba en la estación de autobuses con Miguel, un compañero de fatigas y de vicios, aunque el joven no necesitaba buscar belleza, porque la tenía y la podía derrochar. Derrochar en transacciones desiguales, en intercambios extraños para un muchacho de su edad. Es complicado entender estos amores fugaces, estos relámpagos de urgente pasión, si no dominas las claves de este submundo, que acontece mientras unos van y vienen, mientras los viajeros atraviesan el enorme vestíbulo arrastrando sus maletas. Sólo se es consciente, del mercadeo de la carne de estas catedrales, si sientes como ellos la misma desatada pulsión.

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