domingo, 9 de febrero de 2020
Longinos Clemente de Santa Liliana
Mauricia, siempre intentó proteger a sus hijos. Desde la pila bautismal, tomó medidas para evitarles el trance de la adversidad. Tres vástagos alumbró, y a los tres como último nombre les llamó, de Santa Liliana, porque ella siempre pensó que esta Santa, era la protectora contra la meningitis, una enfermedad que ocasionaba entre los niños mucha mortandad.
Mauricia, era demasiado supersticiosa y previsora, a los tres los bautizó en la Ermita del Cristo del Ejido, donde decían que se guardaba un fragmento de la lanza que traspasó el corazón a Jesucristo, un pequeño trozo de hierro,en concreto la punta de la lanza que se custodiaba en el Vaticano, esta pequeña punta que pertenecía al Rey Luis IX de Francia y se guardaban en la Sainte Chapelle de París, desapareció con la Revolución Francesa, y decían que terminó, por extrañas vicisitudes, allí, en aquella pérdida ermita del pueblo. Ella, siempre sintió un gran interés por los poderes de la Lanza de Longinos, por la Lanza del Destino, del éxito aparejado a ella, al ser signado en la frente con aquella reliquia, tras el bautizo en la fe del Señor, bajo aquella cúpula orlada de terribles réprobos, en presencia de aquella poderosa talla de un Cristo yacente, con la herida de la lanzada en el costado, del que brotaban agua y sangre, bautismo y eucaristía, purificación y salvación.
Ana Isabel Benita de Santa Liliana, era su hija pequeña, en la que ella, tenía puestas muchas expectativas, sobre todo después del modo de despuntar tan atípico de sus otros dos Lilianos.
Sabel, como la llamaban en casa, era aplicada, calculadora, maniática y terriblemente práctica y autosuficiente, talentos complicados de manejar para bien casarla, en Berrenjambre del Peral.
Rafael Enrique Samuel de Santa Liliana, era su segundo hijo, un picha dulce, un bravucón semental enredado en mil devaneos, un joven atrozmente atractivo, que rendía sin esfuerzo a todo tipo de hombres y mujeres de la comarca. Era un díscolo, con mucho éxito, que vivía bien de su cuerpo y de engatusar a los que tenían posibles y de utilizar a su antojo y desdeñar a los que no los tenían.
Y su hijo mayor y heredero de sus delirios, Longinos Clemente de Santa Liliana, era el que con esquemas propios había conseguido llegar a la cúspide del éxito, pero creando él, su propio reino. Autoproclamado Papa, de la Iglesia, que él, había fundado, a su imagen y semejanza, tras proponerse ser Santo y comenzar a padecer llamativos estigmas, que el Obispo de Montenera, se negó a creer y se obstinó en desacreditar.
Mauricia, había tenido tres vástagos, tocados por la Lanza del Destino, nimbados por la fiebre del éxito, y por el empeño en coronar cúspides y abstraerse a la enorme planicie de la mediocridad.
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