martes, 3 de marzo de 2020
Bajo su piel
Amar paga aranceles. El tributo por aparentar ser feliz, sólo aparentar, porque feliz nunca se es.
El infierno siempre estuvo bajo su piel, era ese infierno el que le erizaba el vello, el que le tensaba los músculos de la cara con aquella mueca de asombro y su ceja derecha arqueada.
Siempre supo, desde muy chiquito, que su piel mandaba, su piel respondía a los olores, mandaba al cerebro órdenes de imaginar sabores, ordenaba a sus manos buscar el contacto, buscar la caricia, tocar.
Él, sabía lo que era ser amado, o deseado, sabía lo que era amar, y el contrato plagado de letra pequeña que imponía amar, amar y atarse en exclusiva, algo contra lo que se revelaba el infierno que hervía bajo su piel.
Amar, verbo de conjugación complicada y terriblemente regular, verbo nada pecaminoso, nada del gusto de su caprichosa piel.
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