que nadie acaricia.
Muere el azul
en la noche.
Y la suave brisa
se pierde
en el huracán.
No soy de nadie,
y sólo me debo
a la limosna
de un febril beso.
La templanza
me pierde
en este transcurrir tranquilo,
que es esta meandrinosa calma,
de aguas sin bravura.
Hace mucho tiempo
que no se pierden
mis dedos
en la negrura
del bosque
de tu pecho.
Hace mucho tiempo
que mis yemas
no recorren
la desordenada caligrafía
de tu piel,
garabatos azules,
palabras cripticas
de tu cólera,
de tus filias,
de tus fobias.
Hace mucho tiempo
que mi palma
no busca
la serpiente
que se enrosca
al calor
de tu bajo vientre.
Hago aros de humo
mientras suspiro por ti.