viernes, 8 de septiembre de 2017

El fraude extremeño


"La política ni puede, ni debe ser una profesión, es un sacerdocio, es vocacional, es entrega al bien común. Pero la gentuza que puebla las filas de los partidos, han hecho que se vea al político como un problema y no como una solución."
Irsia Carolain Sprimbol


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jueves, 7 de septiembre de 2017

El Golpe catalan


La razón necesita defensa, cerco legal que la ampare.
La razón, no busca el zafio y cortoplacista interés.
La razón, es transparente y su delicada e impregnante presencia, se cercena fácilmente con el humo tóxico de la sectaria soflama.
Sin horma legal, todo se deshorma, todo se desparrama, y lo primero en tiznar es el partidista interés de los príncipes de la roña, príncipes que ni farfullan bien el dialecto con el que se tildan.
Confunde el mediocre, su ganancia con la razón, y enfunda el desatino con mil mentiras, que procesiona con estandartes de opereta y gorigoris de metralla, segando la palabra a quien aventó la razón, separandola desde su tribuna de la emponzoñadora cizaña.
Todo es tan patético, tan nazi, tan bananero, tan Maduro, casi podrido.
Abierta la arqueta de la miseria moral, son muchos los que en ese barrizal se enlodan.
Son los pajarucos vestidos de títere, los que hablan del todo, cuando apañan de derechos cercenados a la otra parte.
El disidente tiene la razón, la tiene el valiente, el que hasta cierto punto de inflexión, consiente en tolerar desatinos de desatinados, a los que le apesta la sobaquera repleta de ignominiosos golondrinos.
Males de condado, que sueña con las glorias del reino, y en el sueño se embriaga de liberticida pesadilla, y hace victimario a la víctima de su calentura de poder, de sus ínfulas de raza, corrompida con tanta burda chanza.

martes, 5 de septiembre de 2017

Los fantasmas de la negación


No hay mayor placer que sentirse inundado de luz.
Sentir que sintiendo nos morimos y renacemos en la cólera de los placeres prohibido.
Somos la genialidad de un desorden que creemos no soportar.
El aliento dulce que cimbrea nuestra piel.
Luna llena de relámpagos.
Habitan los fantasmas en la negación.
En los disfrutes censurados.
En la mirada del igual que en los paseos del desarraigo tropieza con el desafuero de nuestro iris de fuego.
Calma tras la batalla campal, en el jardín de la araucaria.
Clama el infierno de la insatisfacción reclamando hecatombes.
Clama clamoroso el vaho de la deflagración.
Amantes del pasto verde.
Amantes del verde olivar.

Futuro de bajeza y ruina


Atronador es el olvido, cuando doblan las campanas.
Se impregna el abandono, con el tañer de la torre.
Corre entre los robles, la risa burlona de la espadaña.
Mañana ya llegó y con él, se desvanece el recuerdo.
Se desvanece el bullicio.
Uno menos, casi ya no hay almas.
Es el desalmado progreso, la velocidad y su molicie.
Ya nada se labra, pero la vida rotura y renueva la fronda y a los vivos.
Primeras filas que nada abarcan y se pierden en un ritmo que les es ajeno.
Extrañeza, de extraños que van perdiendo comba.
Desclasado y desarraigados en los nuevos arrabales arraigan.
Vicios de marginalidad y de marginados por las aventadas migajas.
Valle que se deshorma y retorna a un paisaje virge, herido por el sarpullido del avispado foraneo.
Por el nuevo parásito, que arriba a una sierra, que expulsa el mérito y el acervo.
Y abraza al arrabalero que atufado de vinazo y marihuana, vende que el prometedor futuro.
Futuro de bajeza y ruina, de liendres y zahinidad.
Atronador es el olvido y rápidamente olvida el ladrón que su fortuna la robo.
Terribilidad que deviene en patetica y decrépita osamenta.

Con excesiva frecuencia


Con frecuencia, a veces excesiva frecuencia, vivir marginado es ser feliz.
Con frecuencia la permeabilidad a la cotidiana estupidez, genera insatisfacción e infelicidad.
Somos estanques que se contaminan fácilmente, someros charcos que ven turbada su cristalina transparencia, por las inoculadas ansian de ser lo que no somos.
Lejos del mundanal ruido, se escucha croar la rana, se escucha la sinfonía del amanecer.
Lejos, donde las piedras del envidioso no alcanzan nuestras aguas y su malignidad nada perturba la cristalina balsa que refleja el cielo.
Somos la paz que nos labramos, el abrazado sosiego, las pocas y preciadas compañías que de la pira de las vanidades salvamos.
Nunca hay que tener miedo a lo poco, hay que tener miedo a lo que nos abarca y atenaza, nunca al escueto atillo con el que partimos, buscando el paraíso de nuestra calma.
Reyes de islas desiertas, desiertos donde encontramos el placer de la soledad y la compañía de la generosa naturaleza.

lunes, 4 de septiembre de 2017

Fenecer y poco más


Los robles, heridos de agosto, agotados por el calor amarillean.
Sol de septiembre que empiezas cobrándote piezas.
Peones que en los márgenes esperaban el invierno.
Las parras pierden sus hojas y las avispas liban su fruto.
Vuelve el frío, vuelve sigiloso, hiriendo discretamente con su caducidad.
Ciclos de una partida eterna, que la vida siempre pierde.
Nadie se desespera ante las irremisibles jugadas.
El la lógica del tablero, avanzar para matar, comer, vivir y ser presos la de la programada obsolescencia de una creación que cuenta primaveras, para fenecer y poco más.

Sansirolé


Suele herir el eterno mármol, al necio, al sansirolé.
Al que no soporta la proeza, que jamás brotará de sus manos.
Al alcahuete perdigón, que festivo se arremolina, vestido de alfeñique, en el atrio.
Tiempos de tizones y de brasas que ahuman las estancias lóbregas, que encuentran calor en el humo tóxico del chisme.
Abrazados a Santos de lodo, a la serpentinata y estranguladora hiedra.
Somos lo que pedimos, somos el Santo, al que la satisfacción de nuestros vicios encomendamos.
Aquelarres de creidos, que en torno al macho cabrío de Barrabás, ofician misas negras.
Todo se puede aventar, pero jamás se pierde el tufo a miseria del encopetado jergón.

Vulgar pacotilla es la desdicha


Las desdichas son herrumbre, vulgar pacotilla.
Que confundidas entre las alhajas, orinan valía y majestad.
La catástrofe es un mazazo, pero nunca es el fin.
No hay éxito sin tragedia.
Hay éxito si sabes discriminar.
Nadie guarda cizaña en el granero.
Las desdichas se queman en el erial.

domingo, 3 de septiembre de 2017

Asumirse es el 90% del éxito


Los caminos no son fruto de un pueril instante.
El cuerpo es un templo que la insensatez no debe profanar.
Jugamos a orientarnos.
Nacemos con oriente.
En un Occidente de bonanza.
En un Occidente insatisfecho que inocula insatisfacción.
En un aprisco que juega a confundir.
Que empuja a tomar decisiones irreversibles.
Con lo fácil que es jugar a pintar y luego borrar.
A poner y luego quitar.
Reasignados que no encuentran el placer, en la cárcel que es el nuevo cuerpo.
Niños forzados a asesinar su ingenuidad.
Tipificadores de trastornos que están trastornados.
Forzados por los nuevos corset, a sentirse algo que quizás no son y nunca serán.
Infantes a los que se les impide de forma sana madurar.
A los que se les trastoca el tierno cuerpo, que aún no ha decidido cómo crecer.
Trastornos de adultos, que la infancia quieren trastocar.
Asumirse es el 90% del éxito.
Niños a los que les robamos que desde la mayoría de edad se pueden retocar.

Gacelas Thomson


Los primeros en caer son los infantes.
Los que aún no han trazado su senda.
Los que animados por la mano pródiga, transitan el precipicio del éxtasis.
Mano pródiga en falsas bondades, en cumbres desde las que rodar.
Saltos mortales sin red, de los que muy pocos salen ilesos.
Coronados por los barbitúricos, caminan los Reyes.
Reyes del asfalto y el arrabal.
Gacelas thomson.
Reyes de las letrinas y las orillas del orin.
Príncipes de coronas de papier mâché.
Manos que acarician los bellos, los cadáveres del amanecer.
Cadáveres que el camión de la basura recogerá al despuntar el alba.
Todo es efímero, todo cansa y el placer se agota raudo.
Sobre todo se extingue en las fauces del voraz.
Del que engulle con ansia, polos de nata y fresa, precipitando su caducidad.

sábado, 2 de septiembre de 2017

Tau, el negro pingón


Tau, era un negro pingón que llegó de Los Arenales, llegó porque el hambre no entiende de reglas, llegó porque huir de la penuria no tiene normas. Llegó de la mano del Alfeñique, del frágil terremoto de Angelin, que con el correr de los años terminaría controlando el mercado de los opiáceos, en las tabernas del puerto.
Tau, cuando llegó era un ebúrneo Apolo, era un soberbio y broncíneo David.
Nada más llegar sació su hambre de forma holgada con el vicio, no erá nada difícil vender aquella magnífica talla de tensión y tersura, aquella sonrisa inmaculada, aquella candidez de adolescente de extremidades enormes y verga descomunal, ingente.
Pronto se corrieron sus talentos y también pronto fue retirado del mercado, fue apartado del vulgar manoseo.
Don Gaspar de Leguineche, se prendó de él, nada más verlo, nada más probar el dulzor de su vergón de ébano. El gobernador era un degenerado pudiente, era un degenerado de palco en el Teatro Imperial, de los bancos de alante en las misas de la Catedral del Carmen, era el Gobernador de la clasista Arrianápolis.
Don Gaspar estaba casado con la atormentada y excéntrica Marquesa de Zarcero, Pi
luca Utiel.

Las Suertes Malditas


A la muerte de Don Álvaro, el patrimonio de los Utiel se reducía a Las Suertes Malditas, una finca de 277 hectáreas en el paraje de los eriales, una finca que debía su nombre a una oquedad volcánica en la que en tiempos de los indígenas se realizaban hecatombes y más recientemente rituales satánicos y aquelarres. Estos últimos no eran consentidos por los Marqueses de Zarcero, pero clandestinamente se congregaban para conjurar a Belcebú en aquella amplia cámara volcánica inundada por los vapores de azufre que emanaba el averno. La sala maldita ya había sido objeto de estudio y excavación por parte del abuelo de Piluca y para dar fe de esas campañas, las vitrinas de caoba, atestadas de cráneos trepanados, que había en la galería de los indígenas del Museo de Historia de Arrianápolis.

Tapias de cristal


"Con qué frivolidad juzga el memo, la versatilidad del supino. Hay tapias muy altal, que son de cristal y a través de ellas, sólo se puede ver y envidiar." 
Irsia Carolain Sprimbol

Leones entre hienas


Narrador de infiernos, que el tonto envidia como cielos.
El cielo no es interesante, es sólo fatídica calma.
Sin oleaje no hay tormentas, no hay pasión.
Montaña rusa de tormentos, de crestas y baches.
Sólo la ebriedad nos hace saborear la tortura.
Paladear el zahino borde del lecho.
Morir en el éxtasis del laberinto.
Sufrir perdidos y perdiendo.
Angosto pasillo donde se rozan los cuerpos que no quieren sentir el invierno.
Viviremos el torrente de la escorrentía con la carísima velocidad de un Dios.
Es aburrido lo predecible, el martilleo de los segundos, el gozne marcado, los días iguales.
El amor entre iguales en solemnidad y miseria.
Vivir para narrar y envejecer muy veloz, sintiendo que el tiempo no es cantidad, sino furia.
Salvaje pulsión que nada embrida y los narcóticos catalizadores aceleran.
Días de gloria sin apenas noche.
Noches de luces chisporroteantes y cuerpos de niebla.
Vivir sintiendo que se muere y que ningún tesoro al más allá, uno se lleva.
Narrador de trayectorias de asteroides, de cometas que manchan, de sibilas de los augures, que en los altares de la dipsomanía, escudriñan las vísceras de las novísimas presas.
Gacelas entre leones, leones entre hienas.

Pareidolias en las manchas de la vida


Con fortuna o sin fortuna, vivir genera manchas.
Y los expertos en pareidolias, las en ávidos de encontrar, en el insano husmear, buscan inasumibles y escondidas taras.
Somos lienzos malditos que se corrompen en los desvanes de nuestras enjalbegadas casas.
Retratos sin acicalar que guardamos bajo setenta llaves.
Altillo que trastorna y tilda, todo bajo cubierta, bajo los mil potingues que hacen cómica nuestra patética cara.
Irsia, Yoransel, Hosky, Jacoba, Dervik, fantasmas del aquelarre de mi conciencia.
Luces de las espeluznantes sombras que me habitan.
Me habita el invierno.
Me habita el infierno.
Me escapo del drama exprimiento trastornos, viviendo una vida trastornada.
El oleaje moja mis tobillos y yo herido por el nido de buitres de mi cabeza, sueño con eternas ruinas de pulcrísimo mármol de olvido, de erosión, de riada.