miércoles, 10 de julio de 2019
El Palacio de Justicia
el Juzgado, era un edificio exento, a pocos metros del Ayuntamiento, en la acera de enfrente, y claro está en el eje vertebrador de la Calle Real. El Palacio de Justicia era sobrio, decimonónico, con fachada a tres calles. El frontispicio, más ornado y con balcón corrido, y con el escudo patrio campeando en el remate curvo. Las fachadas a Santa Gertrudis y a Santa Casilda, más planas y con hiladas de balcones sin resalte y con artísticos antepechos de forja. Y la trasera daba un patio al que se accedía por un portón grande para carruajes, por el Callejón de la Nava.
Don Atreo, era el Juez de Azabal, y tristemente no hay nada más injusto que un Juez que se malvende.
Mares en calma que huelen a amor
Sólo la imaginación habita en las pérdidas.
Vacíos que llenamos con delicadeza.
Lagunas de bello descuido.
Estanques de olvido.
Con ternura recomponemos los ausentes renglones.
Muralla vencida que abraza la hiedra.
Viradas en sepia, mordidas por el polvo y el tiempo.
Recuerdos que sólo con mucha imaginación podemos rememorar.
Mares en calma que huelen a amor.
martes, 9 de julio de 2019
Don Hilarión Centeno
Don Hilarión Centeno Yébenes, era el Alcalde y era el propietario del Gran Colmado de la Milagrosa, unos almacenes donde se vendía casi de todo, colmado que regentaba su mujer, Milagrosa Juto Fuenseco, que era hija de los dueños de la tahona, Tomás Juto y Damiana Fuenseco. La panadería ahora estaba en manos de su hermano Teófilo, de El Colorao, que era como lo llamaban en el pueblo.
Milagrosa era seca como una tarma, ojerosa y de aspecto cerúleo, nada que ver con sus tres hijos, que eran como el padre, enormes, gordos, grandes, vamos tres escuerzos. Los chavales en edad de merecer, trabajaban los tres con la madre en el negocio familiar, atendían las distintas secciones del colmado, Melchor estaba al frente de la ferretería, Gaspar se ocupaba de merceria, ropa y menaje, y Baltasar llevaba con su madre la zona de comestibles. La verdad es que los Tres Reyes Magos de los Centeno, eran responsables y trabajadores. Así con esta tropa en casa y con la lúntriga de su mujer, él se ocupaba de las cuentas de oficina y atendía el Ayuntamiento, un edificio polvoriento a mitad de la Calle Real que no le caía nada lejos del colmado. Don Hilarión, era Alcalde por la dignidad que le daba el cargo y porque era el que sufragaba los convites del día de San Andrés, del día del Carmen y de San Bernabé, el sabia que lo que derramaba por un lado siendo Alcalde, lo recogía por otro por ser el Alcalde.
Puerta de Palma
La Sisi, no solo regenta el Burdel de Candiles, también era suyo, uno más modesto, pero no menos transitado, en la Calleja de la Nubla, justo detrás del principal, compartían un enorme patio, que los separaba y a la vez les permitía una comunicación interior, y como a todas las casas de dos puertas, convertía a los burdeles de La Sisi, en difíciles de guardar, permitiendo a los Señores entrar sin ser vistos y salir por la puerta de atrás si los buscaban.
Las putas más viejas terminaban en la Nubla, tambien paraban allí las menos finas o las más zafias, las de las cotizaciones más bajas. La Nubla, era más de marinería, de obreros y de toda la patulea mondonga.
Era La Rijosa, la decana de las niñas, aunque ella ya de niña poco tenía, la que controlaba el burdel del callejón, la que gozaba de la confianza de La Sisi, se conocían de largo, entraron juntas en este oficio, hace la friolera de más de veinte años, en el Burdel de la Fosca.
Azabal de Reina
Azabal era un pueblo largo, arrancaba del espigón del puerto y se vertebrara por la calle de San Bernabé, que tras pasar por la Iglesia que le daba nombre avanzaba hasta Puerta de Palma y el nudo de calles que de ella salían, luego ese eje corría por el Despoblado de la Era, terreno sin casas que separaba la Villa del Arrabal, y cuanto más ascendía en el valle la Calle Real, más noble se hacía, más señorial. hasta llegar a las casas altas, las casas de los Solís, los Linares, los de la Cal, los Almirante y al final en lo más roqueño, las tres plazas y la Iglesia Grande, la principal, la de San Andrés y rodeandola, el caserío bonito, casitas bajas de campesinos que no se alquilaban por un jornal, que trabajaban lo suyo, sus pequeños huertos, sus pequeños prados, sus tapaos, su pequeño olivar.
lunes, 8 de julio de 2019
Petra Marquina
En los burdeles de Puerta de Palma, está claro que no todo era marinería, allí también acudían peones, labriegos remudaos, los mineritos del Poblado, riquillos de los pueblos de alrededor y claro está los señoritos de Azabal. Una buena mezcolanza, que muchas veces era explosiva.
Azabal era un pueblo de concurrencia por su pequeño puerto, por el apeadero del tren y por ser cabeza de partido de la Sierra de la Culebra. A todo lo expuesto se debía el bullicio del pueblo grande, del pueblo pacato, capital de la cerrada Sierra.
En los pueblos todas las trayectorias se cruzan y de tanto cruzarse, se enmarañan.
Catorce años tenía Petra Marquina cuando se quedó preñada de la Mari, preñada por su padre, que abusaba de ella desde que ella podía recordar. La casaron de urgencia con su primo Modesto Echeverría, una tarde de fuego y aire muy seco, eran las tres de la tarde en la Ermita de Cruces, los casó el padre Ángel. Todos miraban para otro lado, nadie se atrevía articular estos dramas. Fue una liberación para Petra, casar con el simple de su primo. Salió de casa y dejó de soportar el aliento de aguardiente de los jadeos de su padre, sus manos ásperas, su peso muerto, sus ronquidos tras dormirse abrazándola.
domingo, 7 de julio de 2019
Itu
Itu, era un correveidile, un alcahuete menguado, un tonto de los de siempre que buscaba su sustento y amparo siendo correa de trasmisión de algo, de alguien. Fácil de comprar, previsible en su manejo.
Benito Echeverría, era uno de los tontos de solemnidad de Azabal de Reina, familias con taras las hay en todos los lugares y los Echeverría de Azabal, era la familia que había dado al pueblo el mayor número de tontos desde hacía mucho tiempo. Itu, término en los burdeles por su prima la Mari, que se escapaba de la casa de su abuela para chuparsela a la marinería y gratis, se vendía por poco, por bien poco. A veces por un chato de vino peleón, pajeaba a los marineros en El Oriente, en los reservados de las cartas, tras las mugrientas cortinas que cerraban los cubiles del juego. La Mari, era tremenda. descarada, soez y muy zafia, de dicción torpe, pero con un apetito insaciable, que mosqueaba a las putas de los salones, porque les robaba clientela sin cotizar nada para la casa.
Itu, desapareció del mapa un 27 de agosto, lo buscaron, pero nadie dio con él. Todo Azaba pensó que alguien ajustó cuentas con él y que lo borró del mapa, pensó, porque no dejo rastro de su marcha, salvo que nada se llevó y a nadie dijo que se iba. Los guardias investigaron la desaparición durante meses, sin llegar a nada, porque su desaparición a nadie beneficiaba. Como tampoco era indispensable su presencia, ninguna de las furcias a las que hacía favores lloró su marcha, vamos todo continuó como antes y el hueco dejado por Benito, lo ocupó su prima, que ahora sí empezó a demandar algo, a cambio de traer y llevar.
Marineros
¡Marineros! se gritaban las niñas, de burdel a burden, de acera a acera.........
La Sisi
Sisi, cuando se afianzó en el poder, creó una narrativa completamente nueva, en la que los orígenes, la clase y el sexo jugarían un papel inferior al talento y a la capacidad. Así usó poder para dignificar la prostitución entendiendo que esta era un asunto social, no un problema moral, pues era la extracción social la que forzaba a esta ocupación. Así ella continuó ejerciendo este oficio de modo voluntario a pesar de su fortuna, y de este modo sus dos burdeles en Puerta de Palma eran los más seguros y visitados de la comarca. Teodora, que llevaba el nombre de toda una Emperatriz, aprendió a leer tarde, en el Burdel de la Fosca, que era como llamaban al Salón Francés, aprendió con 17 años de la mano del Padre Atilano, que en las horas de la siesta de los largos veranos de Azabal de Reina, en la Casa Pía de la Calle de los Suspiros, aconsejaba y enseñaba a las jóvenes de mal vivir, a leer, contar y a defenderse en la vida, por si decidían dejar aquel oficio insano e inmoral. El Padre Atilano y Doña Catania, una vieja enfermera jubilada que las atendía de sus dolencias y las enseñaba higiene y a no quedar preñadas, y así no caer en manos de carniceros que les practicaban abortos con el gancho metálico de una percha, mandandolas la mayoría de las veces al cementerio, tras las enormes hemorragias, las perforaciones de útero o la septicemia. Las que decidían acudir a prender eran pocas, pero las que iban le ponían voluntad e interés. El voluntarioso y enjuto Padre Don Atilano, sacaba horas al día para atender los arrabales y muy especialmente el Barrio de Puerta de Palma, y a las desvalidas que terminaban en sus redes, niñitas de pueblo, sin fortuna, que sus familias mandaban a estos antros por unos cuantos cuartos, y porque se quitaban una boca que alimentar. Era duro convivir con este drama, a pesar de lo curtido que estaba el Padre, 80 años y 60 de párroco de la Iglesia del Arrabal de San Bernabe. Demasiada desgracia vivida, demasiada miseria, demasiada la voracidad de aquellos antros marchitando y ajando muchachas sin luces, ingenuas, cándidas, presas dóciles de aquel negocios del vicio, de aquel negocio que les sacaba los cuartos a los bravos marinos y a sus valentonas ganas.
Teodora
Si de algo somos dueños, es de la resistencia que ponemos al oleaje. Somos lo que nos resistimos. Claro que no todo es resistirse, también hay que nadar hacia una corriente propicia y dejarse arrastrar.
Teodora, tuvo poco margen de resistencia cuando la llevaron a los burdeles de Puerta de Palma, cuando la forzaron las primeras veces, cuando se llevó los primeros sopapos por negarse, aunque para los viciosos que pagaban caro, muy caro desvirgar a las nuevas, esa resistencia daba valor a la mercancía, corroboraba que la niña era penetrada por primera vez, humillada por primera vez, primera y última vez, pues todo lo que venía detrás, era no resistirse y buscar la corriente propicia para sobrevivir y medrar. Y eso hizo La Sisi, buscar protector, buscar y complacer, hacerse necesaria, imprescindible, y resistirse a ser una más.
La verdad
A nada me ahormo, porque no busco hormas. Más creo en las normas y en las partidas limpias, en las frases correctas y en abrazar sin miedo las cortantes palabras, la escabrosidad de sus formas, su cruda verdad. Esa verdad fiera que no gusta de aderezos, de afeites, del pringue baboso de la relamida mala conciencia de quien huye de la verdad, porque la verdad es una bandera de valientes, no de melifluos liantes, de tibios convenientes, de doblados con mil dobleces, con mil recodos, esquinas del chisme, en las que te cortan trajes, trajes inexistentes, que no de emperadores, trajes de envidia. Envidia, enfermedad insana de quien miente por conveniencia y por no ser inconveniente miente.
No motiva corrobla la verdad, no concita patibularias. La verdad cursa hiriente, como los espejos que reflejan lo que a ellos se enfrenta. La verdad, como los amigos que te la dicen haciendote llorar, no es fácil. Es más fácil y rentable, lo que hacen los otros, los agradables, ellos te ocultan y te cuentan cuentos y tras tu partida, a tus espaldas, hacen, con la verdad, la cruda verdad, chanzas.
No tiene horma la verdad, sólo tiene juego limpio, juego sin trampa. Por eso cursa sin séquito, porque no necesita fanfarrias, ni caer bien, porque la verdad sólo cae, y allá tú, si la abrazas o no la abrazas.
La molesta perfección
La perfección es molesta,
deseada y molesta,
frustrante y muy molesta.
Hay quien la busca,
hay quien sólo la denosta.
Reina en el esfuerzo,
también en la gracia nata.
La perfección es sólo impresión.
Es dura vara para medir gandules.
Y si la desentrañas,
sólo encontrarás tesón,
sacrificio y mucho tesón.
La perfección nos recuerda
que el grueso de los mortales
somos imperfectos vagos,
frustrados gandules.
sábado, 6 de julio de 2019
Teresa de Daimiel y Merchan
Tilila la razón, cuando la imperante norma impone sinrazones. Nos habituamos con facilidad a lo ilógico, a lo que contraviene el sentido común, cuando lo avala el único argumento, de que siempre ha sido así. Vivir en una dorada cárcel, forzaba a tragar quina, mucha quina. Y Doña Teresa de Daimiel y Merchan, Señora de Moreno de la Cal, llevaba comulgando con ruedas de molino, desde que fue desposada por su lote, sin amor, desposada como valiosa mercancía, que construía solar hidalgo de provinciana gloria. No dan la felicidad las alhajas, ni las criadas, ni los salones de oropel, eso no es felicidad, es solo teatro social, primeras filas de corrección, preeminencia sin ternura. Infeliz pero importante, dama de la caridad, ilustrísima señora, patrona de las obras pías de San Rafael. Atreo, nunca la quiso, si la preño, si le dio el lugar de señora, de esposa conveniente, de compañera con la que perpetuar la estirpe. Por eso Teresa, se aturdía con los sol y sombras, con su fiereza y su dulzor, se aturdía en las partidas entre iguales en infortunio y posición, élites de nieves perpetuas, elites de conveniencia y envidiada posición. Don Atreo no sabía amar y si a alguien amó, fue a Teodora, a La Sisi, a la puta que regentaba el Lupanar de Candiles. Con la cabeza apoyada en su regazo rumiaba tratos, decidía sentencias y ataba y desataba el día a día de la hacienda de los de la Cal. Atreo relajaba su misoginia con La Sisi, y la obsequiaba con parné y ternura, en aquel cuarto amplio y vulgar que tenía en la planta principal del burdel de Puerta de Palma.
Se clava en el alma
Aguijonea el dolor.
Curte y se clava en el alma,
Fortalece con saña.
Escribe con sangre la vida.
Meandros renglones.
En los cerrados recodos.
Mientras aprendo.
Siento que me mata.
Zarpazos en la piel tersa.
Heridas de tierra húmeda y parda.
Siento como se clava estar vivo.
Siento como pesa a mis espaldas.
Me corvan los días sin cielo.
Me doblan los soles sin calma.
Tierra que me está esperando.
Tierra que en los recodos me abraza.
Curte la vida el alma.
Hace de plomo mis alas.
Sílabas de melancolía.
Letanía sin alabanzas.
Arena que siega las briznas bajo mis plantas.
Atreo Moreno de la Cal
Maruja Moreno de la Cal, siempre fue muy cómica, muy cómica a pesar de su vivir tan trágico. Maruja en su infancia nunca pasó estrecheces, vivió ociosa en el Palacio del Deán, entretenida por los criados y la institutriz. Doña Teresa, les hacía el caso justo, las niñas ocupaban en su día el espacio preciso, estaban detrás de sus partidas, sus misas y sus sol y sombras. Era el servicio el que las educaba y atendía. El pequeño teatro que había en el palacete era un gran descanso, para evitar la pelma que daban las niñitas, allí pasaban los ratos de asueto Pilar, Prudencia, Maria Luisa y Maruja. Orestes, el único varón de los Moreno de la Cal, jamás jugaba con ellas, era tan misógino como su padre, Don Atreo Moreno de la Cal y Arnau de Vilaragut, hombre raro y vicioso donde los hubiera o hubiese. Atreo, era de salir y entrar poco en casa, era de cacerías, casino y de frecuentes escapadas nocturnas a los burdeles de Puerta de Palma. Vida de rico que se maltrata con los placeres que le posibilita su fortuna.
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