domingo, 7 de julio de 2019
La Sisi
Sisi, cuando se afianzó en el poder, creó una narrativa completamente nueva, en la que los orígenes, la clase y el sexo jugarían un papel inferior al talento y a la capacidad. Así usó poder para dignificar la prostitución entendiendo que esta era un asunto social, no un problema moral, pues era la extracción social la que forzaba a esta ocupación. Así ella continuó ejerciendo este oficio de modo voluntario a pesar de su fortuna, y de este modo sus dos burdeles en Puerta de Palma eran los más seguros y visitados de la comarca. Teodora, que llevaba el nombre de toda una Emperatriz, aprendió a leer tarde, en el Burdel de la Fosca, que era como llamaban al Salón Francés, aprendió con 17 años de la mano del Padre Atilano, que en las horas de la siesta de los largos veranos de Azabal de Reina, en la Casa Pía de la Calle de los Suspiros, aconsejaba y enseñaba a las jóvenes de mal vivir, a leer, contar y a defenderse en la vida, por si decidían dejar aquel oficio insano e inmoral. El Padre Atilano y Doña Catania, una vieja enfermera jubilada que las atendía de sus dolencias y las enseñaba higiene y a no quedar preñadas, y así no caer en manos de carniceros que les practicaban abortos con el gancho metálico de una percha, mandandolas la mayoría de las veces al cementerio, tras las enormes hemorragias, las perforaciones de útero o la septicemia. Las que decidían acudir a prender eran pocas, pero las que iban le ponían voluntad e interés. El voluntarioso y enjuto Padre Don Atilano, sacaba horas al día para atender los arrabales y muy especialmente el Barrio de Puerta de Palma, y a las desvalidas que terminaban en sus redes, niñitas de pueblo, sin fortuna, que sus familias mandaban a estos antros por unos cuantos cuartos, y porque se quitaban una boca que alimentar. Era duro convivir con este drama, a pesar de lo curtido que estaba el Padre, 80 años y 60 de párroco de la Iglesia del Arrabal de San Bernabe. Demasiada desgracia vivida, demasiada miseria, demasiada la voracidad de aquellos antros marchitando y ajando muchachas sin luces, ingenuas, cándidas, presas dóciles de aquel negocios del vicio, de aquel negocio que les sacaba los cuartos a los bravos marinos y a sus valentonas ganas.
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